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Historia Naval (S. XVI)

ANDREA DORIA: EL MARINO MÁS GRANDE DE LA HISTORIA

ANDREA DORIA: EL MARINO MÁS  GRANDE DE LA HISTORIA










Nacido el 30 de octubre de 1466 en Oneglia, vivió 94 años, pues falleció en Génova el 25 de noviembre de 1560. Pero lo sorprendente es que estuvo al frente de la armada de Génova hasta mediados de siglo, es decir, con más de ochenta años.


Doria, que estaba al servicio de Francisco I de Francia, desde 1519 rompió su alianza con él y firmó, el 14 de junio de 1528, un pacto con el Emperador Carlos V. En el mismo, se contemplaba la independencia de la ciudad, el indulto de aquellos genoveses que hubiesen luchado, junto a Francia, contra España, y el título de Capitán General a Andrea Doria que quedaría al mando de una armada de doce galeras y
una soldada de sesenta mil escudos de oro.


Fue el encargado de transportar en 1519 el cuadro de la Gioconda de Leonardo hasta Marsella, pues lo había comprado por 12.000 francos el rey Francisco I. Con posterioridad luchó en mil batallas, consiguiendo sonadas victorias.


Desde la década de los cincuenta fue sucedido en la capitanía general de las galeras de Génova por su sobrino Juan Andrea Doria, Príncipe de Melfi. Éste siguió su ejemplo y fue otro gran marino. De hecho, es famosa su carta dirigida a Juan de Austria, poco antes de la batalla de Lepanto: “¿Preguntáis mi opinión, Señor?, yo os digo que el Emperador vuestro padre, con una escuadra como ésta no hubiese cesado de combatir hasta ser emperador de Constantinopla”. 


ESTEBAN MIRA CABALLOS



SOBRE ANASTASIO ZEJUDO, GOBERNADOR DE CARTAGENA DE INDIAS (S. XVIII)

SOBRE ANASTASIO ZEJUDO, GOBERNADOR DE CARTAGENA DE INDIAS (S. XVIII)



          La base de este pequeño artículo es un trabajo de Allan J. Kuethe publicado en la revista de la Academia Colombiana de la Historia hace ya casi tres décadas1. Y aunque el artículo citado es bastante más extenso que el mío y está muy bien documentado, he procurado completar algunas de esas ideas con documentación del Archivo General de Indias, del Archivo General de Simancas –donde se conserva su hoja de servicios- y del Archivo General Militar de Segovia.

Anastasio Zejudo y Núñez de Aldana nació en Ceuta, el 27 de marzo de 1741. De familia hidalga, su padre ejercía de oficial en la milicia provincial. Desde muy joven optó por la carrera militar, pues, con 14 años ingresó como cadete en el regimiento de infantería de León. Desde entonces, como cabía esperar en una persona de su valía, sus ascensos fueron periódicos.

El 9 de julio de 1773 solicitó permiso para desposarse con la gaditana doña Bibiana de Montes2. La autorización le fue concedida el 9 de julio de 1773. La dote pactada ascendió a 20.000 reales de vellón, celebrándose los esponsales en la ciudad de Cádiz ese mismo año. Por cierto, que la diferencia de edad entre ambos cónyuges era considerable, pues ella tenía 18 años mientras que él contaba con 32. En cuanto a su carrera militar experimentó un vertiginoso ascenso, sobre todo desde 1771 en que ascendió al grado de capitán.

 

CUADRO I

RANGOS Y CARGOS DESEMPEÑADOS

POR ANASTASIO ZEJUDO

 

AÑO

RANGO

1755

Cadete del Regimiento de Infantería de León

1771

Capitán

1772

Sargento Mayor del Regimiento Fijo de Cartagena de Indias

1776

Teniente Coronel del Regimiento de Cartagena de Indias

1791

Brigadier del Regimiento de Cartagena de Indias

1796

Comandante general, subinspector general y gobernador de Cartagena de Indias

 

Como podemos observar su ascenso fue meteórico sobre todo desde 1772 en que se le destinó a Cartagena de Indias. Desde esa fecha hasta su fallecimiento residió de forma más o menos permanente en esa ciudad de la actual Colombia, desarrollando allí prácticamente toda su carrera profesional. De Sargento Mayor pasó a Teniente Coronel, sirviendo en 1777 como gobernador interino de Riohacha, por nombramiento del virrey de Nueva Granada, Manuel Antonio Flores. Luego, en 1791 ascendió a Brigadier. Desde 1794 empezó a solicitar su ascenso a mariscal de campo y gobernador de la ciudad de Cartagena de Indias. Y no sólo se le concedieron ambos cargos en 1796 sino también la subinspección general de la ciudad. Efectivamente, el 20 de febrero de 1796 notificó su toma de posesión del gobierno y comandancia general de esta plaza y provincia y de la subinspección general de las tropas del reino3. Su influencia en la zona era absoluta hasta el punto que se permitió dirigir una carta al todopoderoso Príncipe de la Paz, Manuel de Godoy, recomendando el nombramiento de Remigio de la Santa como obispo de Panamá4.

Su radio de acción, obviamente, no se limitaba a Cartagena sino que se extendía por toda la región de Riohacha, Santa Fe y, en general, a prácticamente todo el virreinato de Nueva Granada.

En dicho cargo se mantuvo hasta su fallecimiento, ocurrido en Cartagena en 1808, cuando contaba con 67 años de edad. Su nombre se barajó como posible virrey de Nueva Granada, cargo que él mismo solicitó en 1802. Sin embargo, la Corona se equivocó totalmente al designar para el puesto a otro viejo militar, de origen noble y con mucha más influencia que él; concretamente al despótico y, sobre todo, arbitrario aragonés Antonio Amar y Borbón que se mantuvo en el cargo hasta 1810. Éste, con su política de represión brutal y desmedida, contribuyó a forjar la conciencia independentista de los criollos de su virreinato.

En cambio, existe unanimidad entre los historiadores a la hora de destacar la gran labor que desempeñó Anastasio Zejudo en la gobernación de Cartagena. Máxime tratándose de una época difícil, donde se estaban dando los primeros síntomas de una secesión que terminaría con la Independencia de Hispanoamérica. Él se ganó siempre el apoyó de su tropa, compuesta mayoritariamente por morenos y pardos. Con ellos consiguió disuadir durante bastante tiempo las posibles insurgencias criollas. Pero tenía la capacidad de derrotar a sus oponentes sin infringirles más daño que el necesario. También hizo frente a un levantamiento de esclavos negros que pretendían imitar el comportamiento de los rebeldes de Santo Domingo.

Ahora, bien, ante todo, el carmonense fue un leal servidor de los intereses de España. En palabras de Allan J. Kuethe, Zejudo fue uno de los más hábiles servidores del rey en Nueva Granada, durante los últimos años del setecientos. Se caracterizó por sofocar las insurgencias de los enemigos de la Corona, bien fueran ingleses, indios rebeldes o insurgentes criollos, pero compatibilizando inteligentemente el uso de la fuerza con el acuerdo político.

Desgraciadamente, desapareció prematuramente en 1808, cuando se comenzaban a vislumbrar las primeras evidencias de una insurgencia criolla que terminó por independizar a la fuerza a Iberoamérica. En cualquier caso, está claro que fue un militar de carrera y sirvió honesta y fielmente con los cometidos que se le encomendaron.

1 KUETHE, Allan J.: “Anastasio Zejudo en Nueva Granada”, Boletín de Historia y Antigüedades, Vol. LXIV, Nº 718. Bogotá, Academia Colombiana de la Historia, 1977, págs. 455-475.

2 Ésta nació en Cádiz el 2 de septiembre de 1755, siendo sus padres Juan de Montes, escribano de cámara de la Real Audiencia de la Contratación de las Indias, y doña Ana Benítez de Aranda, ambos de condición noble. Se bautizó 15 días después en el sagrario de la Catedral de Cádiz, oficiando el acto Antonio Manuel Vázquez de Vera, cura propio, y poniéndole el largo nombre de Bibiana Francisca Javiera María de la Concepción. El expediente matrimonial y la partida de bautismo se encuentran en el Archivo General Militar de Segovia.

 

3 Informe de la toma de posesión de Anastasio Zejudo, Cartagena de Indias, 20 de febrero de 1796. AGI, Estado 53, N. 65.

4 Carta de Anastasio Zejudo al Príncipe de la Paz, Cartagena de Indias, 1 de diciembre de 1797. AGI, Estado 43, N. 31.

ESTEBAN MIRA CABALLOS

 

LA REAL COMPAÑÍA DE AZOGUES Y ESCLAVOS: UN PROYECTO NON NATO DE 1563



 

1.-INTRODUCCIÓN

 

          En los primeros años de la Colonización la Corona asumió la empresa indiana como suya. De hecho, en el primer viaje descubridor de Cristóbal Colón aportó el 87,5 por ciento del capital, exactamente 1.140.000 maravedís2. En el segundo viaje colombino fue aún más allá, pues, a pesar de ser una empresa mucho más costosa –casi veinte veces más- la patrocinó íntegramente. En esos primeros años todo parecía indicar que el comercio indiano sería monopolizado por la Corona. Opción que además no podía extrañar a nadie, teniendo en cuenta el precedente portugués, cuyos reyes habían venido practicando el monopolio desde el siglo XV3.

Sin embargo, el alto coste de la segunda expedición colombina -más de 20 millones de maravedís- y los escasos beneficios que obtuvo de las tierras indianas hizo que, desde muy pronto revisase su política monopolística. Desde entonces la Corona se lo pensó dos veces antes de financiar íntegramente las expediciones. No obstante, con posterioridad hubo otras grandes empresas sufragadas total o parcialmente de las arcas regias, como las de Vicente Yáñez (1501), Nicolás de Ovando (1502), Juan de la Cosa (1503), Pedrarias Dávila (1514) o Diego de Almagro (1534). De todas ellas, las más gravosas fueron la de Nicolás de Ovando y la de Pedrarias Dávila. Con respecto a la primera, que zarpó el 13 de febrero de 1502, estuvo formada por una treintena de navíos, la mayoría pequeñas carabelas de menos de 100 toneladas, y unos 1.200 hombres4. Por su parte, en la que llevó en 1514 Pedrarias Dávila a Castilla del Oro viajaron unas 2.000 personas y su coste ascendió a más de 10 millones de maravedís5. Al parecer, pese al alto desembolso económico, el rey Fernando declaró que la inversión en dicha armada era “uno de los más grandes negocios que hay en el mundo”6.

Pero la Corona, siempre escasa de numerario, no tardó en dar lugar a la participación del capital privado. De hecho, al margen de estas pocas expediciones financiadas íntegramente por la Corona, conocemos en los primeros decenios del siglo XVI numerosas empresas descubridoras y conquistadoras de carácter mixto.

Al parecer, el período de empresas mixtas finalizó en 1543, coincidiendo con la creación del Consulado sevillano, pues, desde entonces el tráfico mercantil indiano quedó prácticamente en manos de la iniciativa privada7. Desde este momento se cedió todo el negocio mercantil con las colonias a los comerciantes y cargadores residentes en la cabecera de la carrera de Indias. Y ciertamente, en rarísimas ocasiones encontramos en adelante a la Corona financiando total o parcialmente las empresas indianas. Y es que, como bien se ha dicho, renunció al monopolio de la explotación económica de las Indias fundamentalmente por falta de recursos y de infraestructuras8. Por ello, podemos afirmar sin lugar a dudas que la Conquista de América fue una empresa básicamente privada.

Y hasta tal punto estuvo decidida la Corona a privatizar todo el negocio que incluso firmó un asiento con el señor de Santa Cruz, Álvaro de Bazán, el 14 de febrero de 1550, con la intención de cederle el monopolio de la navegación con las Indias. En él, el señor de Santa Cruz, padre del también célebre Marqués de Santa Cruz del mismo nombre, se comprometía a enviar tres armadas anuales a las Indias con mercancías, trayendo a su regreso los caudales indianos. Y todo ello por la módica cifra de 9.600 ducados anuales9. A punto estuvo, pues, de cederse todo el monopolio del tráfico indiano a una sola persona. Sin embargo, las presiones de los mercaderes y comerciantes, a través de diversas instituciones como la Casa de la Contratación o el Consulado, fueron de tal magnitud que el Emperador decidió incumplir un acuerdo que él mismo había suscrito. Y aunque Álvaro de Bazán se quejó amargamente -con toda la razón, por cierto- jamás se llegó a poner en ejecución el citado contrato.

 

2.-LAS DUDAS DE LA CORONA: LOS INTENTOS POR RECUPERAR EL MONOPOLIO

Pese a que, desde los años cuarenta, la Corona había decidido voluntariamente dejar el negocio de las colonias en manos privadas y dedicarse exclusivamente al lucrativo cobro de su quinto Real y de los otros gravámenes, todo parece indicar que albergó dudas. De hecho, Felipe II nada más acceder el trono, hacia 1556, ordenó que se recabase información entre los comerciantes de Indias sobre la posibilidad de que la Corona retomara el monopolio. Estamos en esa época previa a la instauración del sistema de dos flotas anuales cuando se hicieron tantas propuestas y tantos proyectos diferentes. Por eso, tampoco nos extraña demasiado la actitud dubitativa de la Corona.

Las opiniones de los expertos consultados coincidieron en que necesitaría un montante efectivo de al menos un millón de ducados, cifra que fue suficiente para disuadir inicialmente al rey Prudente10. Y es que, como ya hemos afirmado, la falta de liquidez de las arcas regias fue siempre un problema acuciante durante el reinado de los Austrias.

Pero, tan solo siete años después volvió nuevamente a intentarlo, en esta ocasión para controlar fundamentalmente el comercio de esclavos y del azogue. Así, en una Real Cédula, fechada el 10 de agosto de 1563, le decía a los oficiales de la Casa de la Contratación lo siguiente:

 

“Sabed que yo he determinado hacer y formar una compañía de contratación y comercio para las Indias y que esto sea cargando y navegando por sola cuenta de la compañía, con estanco, que otro ninguno lo pueda hacer, esclavos y azogue, como lo podemos hacer justificadamente por estar prohibido que no lo lleve ni cargue ninguna persona, y allende de esto hacer cargazones y empleos en otras mercaderías generalmente y esto sin estanco sino como cualquier particular lo puede hacer”11

 

Su objetivo era que los comerciantes de Indias participasen con una cuarta parte del capital, por lo que la Corona tendría el control absoluto sobre la compañía. Tras realizar diversos sondeos en Sevilla para saber cuántos comerciantes estarían dispuestos a participar en dicha empresa el resultado no pudo ser más sorprendente, a saber: tan sólo un negociante mostró interés, Hernán Vázquez de México, quien hizo una contraoferta a la Corona planteándole una sociedad conjunta. Como veremos en páginas posteriores, la Corona no aceptó finalmente, siendo la última vez que Felipe II se planteó participar en el comercio indiano a través de compañías Reales.

Para encontrar nuevos proyectos hay que llegar hasta la siguiente centuria, aunque todos ellos resultaron ser igualmente fallidos. Concretamente, en 1624 se presentaron dos proyectos para creación de dos compañías, una para el comercio con las Indias Orientales y otra con las Occidentales. Cuatro años después, es decir, en 1628, la Corona pidió que se estudiase la posibilidad de crear cinco compañías que comerciarían respectivamente con “Levante, Norte, Terranova, Indias Orientales e Indias Occidentales”12. Y nuevamente, en 1683, un miembro del Consejo de Indias presentó otro proyecto para crear una “Compañía Española Armada para el tráfico y el comercio de España con las Indias Occidentales y sus islas y puertos” que también terminaría quedando en papel mojado.

Habrá que esperar ya al siglo XVIII para encontrar compañías y fábricas reales. Se crearon varias compañías Reales de comercio con América como la Guipuzcoana de Caracas (1728), la Real Compañía de San Cristóbal de La Habana (1740), la Real Compañía de San Fernando (1747) y la Real Compañía de Barcelona (1755). A cada una de ellas se le dieron privilegios fiscales y se les dejó el monopolio de alguna zona indiana concreta. El objetivo no era otro que fomentar la participación de capital privado nacional en el comercio y en la industrial, para de esta forma frenar el protagonismo de los extranjeros en el comercio colonial13. También hubo compañías industriales dotadas de amplios privilegios en Extremadura, Zaragoza, Granada, Sevilla, Toledo, Burgos, etcétera, siendo el objetivo de buena parte de ellas la exportación de manufacturas a las Indias14.

 

3.-¿QUIÉN ERA HERNÁN VÁZQUEZ DE MÉXICO?

Ya hemos dicho que tan sólo Hernán Vázquez de México, comerciante afincado en Sevilla, se interesó por la propuesta de Felipe II. Nada más conocer las intenciones del rey elaboró presuroso su proyecto para crear una compañía mixta. Pero, ¿quién era este Hernán Vázquez? Era natural de Fregenal de la Sierra, entonces perteneciente al reino de Sevilla aunque vivía desde mediados del siglo XVI en la capital Hispalense. Por ejemplo, Santiago Rodríguez, testigo presentado en 1563 en un pleito declaró que lo conocía en la ciudad de Sevilla “de catorce años a esta parte poco más o menos”15. Otro deponente, Luis Cerón, manifestó en 1572 que lo conocía “de más de veinticinco años a esta parte en la ciudad de Sevilla y en ésta de México y le ha conocido en el trato de las mercaderías”16. Es decir, que residía en Sevilla desde antes de mediar la centuria y realizaba frecuentes viajes a México.

Por una Real Cédula expedida en Madrid el 24 de septiembre de 1561 obtuvo una licencia para llevar 1.000 esclavos de Cabo Verde a Nueva España17. En aquellas islas lusas tenía ubicado un factor, llamado Duarte Rodríguez, que se encargaba de comprarle los esclavos y embarcarlos en los dos buques que periódicamente salían de Sanlúcar de Barrameda con destino final en Nueva España. Los navíos en cuestión eran la Candelaria y el Gracia de Dios, cuyos maestres eran respectivamente Diego de Cáceres y Juan Catalán18. El primer viaje, para cumplir con el millar de licencias concedidas, lo realizaron en diciembre de 1561. Sin embargo, tan sólo pudieron cargar 411 esclavos, porque al parecer Duarte Rodríguez no encontró más piezas que comprar19.

Obtuvo licencia para pasar a Nueva España el 14 de noviembre de 1567, pero debió regresar en 1570, volviendo a cruzar el charco en 157220. Su mujer, natural de Llerena, se llamaba Beatriz de Aldana y obtuvo licencia para reunirse con su esposo, en compañía de su hija Beatriz, el 25 de octubre de 157421. Sus viajes entre Sevilla y Veracruz fueron continuos, pues sabemos que estuvo en la ciudad de México al menos en tres ocasiones, una en algún momento de la década de los cincuenta, otra, en 1568 y otra en 1572. Tuvo negocios muy importantes, el más lucrativo de todos el de comercio de esclavos, manteniendo contactos con numerosos mercaderes asentados en Sevilla y en distintos puntos del continente americano.

Por tanto, como estamos viendo, nada tuvo de particular que Hernán Vázquez acudiera al llamamiento Real. En realidad, se trataba de seguir con la misma actividad que él venía haciendo pero con privilegios y con un socio de excepción cual era Felipe II. Por otro lado nada tenía de particular que un rico comerciante, sin ascendencia noble, pretendiese pactar con el mismísimo rey. En Sevilla comercio y nobleza estaban muy ligados, pues como escribió Alarcón “Es segunda maravilla un caballero en Sevilla sin rama de mercader”22. Tras caer en saco roto su propuesta de compañía de azogue y esclavos, se dedicó exactamente a lo mismo, aunque eso sí, en solitario.

Hernán Vázquez, colocó a otro factor en México, concretamente a su sobrino Gonzalo Rodríguez. A él le remitió, en la década de los sesenta, una gran cantidad de azogue, vino y esclavos negros por valor de más de 300.000 ducados. La idea era que los vendiera en Nueva España y remitiese a Sevilla los beneficios en plata. Pero, desgraciadamente para el comerciante sevillano, la gestión de su sobrino resultó absolutamente desastrosa, primero porque dejó sin cobrar cientos de miles de maravedís, y segundo, porque se lucró personalmente, como luego se demostraría.

El monto del desfalco fue tal que Hernán Vázquez decidió, con buen criterio, acudir personalmente a México para salvar al menos una parte del capital invertido. Realmente, estaba al borde de la quiebra. Obviamente, lo primero que hizo a su llegada fue demandar judicialmente a su factor y pariente. A continuación, comenzó a reclamar deudas a todos los morosos a los que su factor, por dejadez o por incapacidad, no había podido cobrar. Por ejemplo, Diego de Baeza del Río, vecino de México, declaró que le debían más de 230.000 pesos de oro “vecinos de esta ciudad y de Pirú y Guatemala y Jalisco y otras partes”23.

Asimismo, en mayo de 1570 suplicó a la audiencia que le traspasasen a la persona que él señalase el cargo de depositario general de México que Gonzalo Rodríguez había comprado en 8.000 pesos de oro con dinero suyo24. La compra del cargo no fue decisión del factor sino una orden directa de Hernán Vázquez. Precisamente, ya veremos como en el proyecto de compañía de 1563 pidió que el rey otorgase gratuitamente ese cargo al factor que la compañía nombrase en México. Así, que fallido el consorcio con la Corona, dispuso su compra. La justicia accedió a su petición porque no tuvo dificultad en demostrar que los 8.000 pesos con los que se compró el oficio eran de su propiedad. Así, al menos desde 1572 encontramos al propio Hernán Vázquez ostentando el cargo de depositario general de la ciudad de México. Habían transcurrido ya dos años desde su llegada a México, pero aún seguía cobrando dineros de sus morosos. Por ello, volvió a solicitar licencia para continuar allí pese a tener a su esposa en Sevilla.

Pero no sólo se limitó a recaudar débitos. El infatigable comerciante sevillano, además de llevar varios pleitos, de perseguir a sus morosos y de desempeñar el cargo de depositario general tuvo tiempo de continuar y ampliar sus negocios. De hecho, algunos testigos declararon que, en los años que estuvo en México cobrando sus dineros, remitió diversas partidas a Sevilla para que le enviasen mercancías. Es decir, antes el negocio lo dirigía desde la capital hispalense y desde 1570 lo hacía desde México.

No sabemos más de la vida de este acucioso comerciante. Desconocemos todo lo relacionado con los años finales de su vida por lo que no sabemos si finalmente regresó a Sevilla o si terminó sus días en la capital de Nueva España.

 

4.-EL PROYECTO DE COMPAÑÍA

Su propuesta, presentada ante el Consejo de Indias, no está fechada. Sin embargo, tenemos datos suficientes para aproximar bastante su datación. Por un lado, disponemos de una respuesta de los oficiales de la Casa de la Contratación al rey, fechada el 6 de noviembre de 1563 en que se alude al citado proyecto25. Por ello, si la Real Cédula pidiendo la participación de los comerciantes en una posible compañía mixta es del 10 de agosto de ese mismo año, es obvio que debió redactarse entre mediados de agosto y octubre de 1563. Unos momentos en los que Sevilla ya se había consolidado como epicentro del comercio colonial, es decir, como “puerto y puerta de las Indias”, utilizando expresión del Siglo de Oro. Sevilla era ya por aquellos años una ciudad opulenta como la describía Ortiz de Zúñiga, refiriéndose a 1564:

“Estaba Sevilla por estos años en el auge de su mayor opulencia: las Indias, cuyas riquezas conducían las repetidas flotas cada año, la llenaban de tesoros, que atraían el comercio de todas las naciones y con él la abundancia de cuanto en el orbe todo es estimable por arte y por naturaleza”26.

 

En este contexto fue Hernán Vázquez quien, en respuesta a la petición de Felipe II, propuso la creación de una compañía mixta. El documento es relativamente breve y poco preciso en muchos aspectos. Su propio autor lo reconoce explícitamente cuando escribe que si fuese necesario incluir nuevos capítulos se haga, pues, por sus muchas ocupaciones, no había podido detallarlos más27.

La sociedad tendría una vigencia de cinco años, que debían empezar a contar el 1 de enero de 1564 y expiraría el 31 de diciembre de 1568. Ahora, bien, si las cosas iban bien se preveía una posible prórroga de “otros cuatro o cinco años”. En realidad, dado que la compañía nacía con fecha de caducidad, todo parece indicar que se trataba más que de una compañía moderna de una societas de corte medieval28.

Estaría participada exclusivamente por dos socios capitalistas, Hernán Vázquez y el mismísimo Rey Prudente. Eso difería bastante de la pretensión de éste que más bien pensaba en la participación de un colectivo más o menos amplio de comerciantes. Pero, esta circunstancia tampoco debió parecer un obstáculo insalvable. Mucho más difícil de aceptar era que, mientras que Felipe II pretendía que la participación privada quedase reducida al 25 por ciento, Vázquez la amplió hasta el 50 y encima poniendo menos capital que el Monarca. Como capital inicial el soberano debía aportar 130.000 ducados, aunque aceptaba que fuese en género, es decir, 1.000 quintales de azogue, que se valoraban en unos 100.000 ducados y 1.000 licencias de esclavos que, a 30 ducados la pieza, montarían los restantes 30.000 ducados. El beneficio para la compañía sería cuantioso, pues, el precio de cada uno de estos esclavos podía alcanzar en las Indias un precio superior a los 70 ducados29.

En cambio, el sevillano debía invertir tan sólo 114.000 ducados, a saber: 100.000 en efectivo y los 14.000 ducados restantes en diversos juros que él poseía. El dinero en metálico esperaba tenerlo disponible cuando regresaran las flotas de Pedro de las Roelas y de Pedro Menéndez de Avilés30. Por cierto, que Pedro de las Roelas perdió parte de su flota en el mar Caribe, concretamente cinco navíos, aunque no parece que los caudales de Hernán Vázquez se viesen afectados. En cualquier caso, lo cierto es que la compañía dispondría de un capital inicial de 244.000 ducados, el 53,278 por ciento puesto por la Corona y el 46,722 por ciento por Hernán Vázquez. Sin embargo, los beneficios o las pérdidas de la empresa se repartirían al 50 por ciento entre ambos, una vez finalizado el lustro inicial por el que se constituía la sociedad.

El administrador general sería el propio Hernán Vázquez, quien se comprometía a tener su libro mayor y manual, donde se asienten “con día mes y año” todas sus cuentas. Él decidiría las mercancías a cargar, los barcos a fletar y la contratación o no de seguros, dependiendo de que le pareciese oportuno correr riesgos o no. Además podría poner factores libremente en las distintas plazas indianas a donde se enviasen las mercaderías, pagándole por ello lo que estimase oportuno. El mismo debía tomar las cuentas a estos factores. Una vez finalizados los cinco años por los que se constituía inicialmente la compañía, él, como administrador general, debía rendir cuentas. Lo haría ante dos mercaderes tratantes con las Indias, uno nombrado por él, otro por la Corona, y si se considerase necesario, otro nombrado por el consulado sevillano. Quedaba claro, pues, que la dirección de la compañía la llevaría Hernán Vázquez en exclusiva, limitando el papel del rey a mero socio capitalista.

Asimismo, la sociedad gozaría de toda una serie de privilegios, a saber: primero, dispondría de una atarazana o almacén gratuito en el puerto de la ciudad de Sevilla. Segundo, estaría excluida de cualquier secuestro de barcos o de caudales que la Corona solía hacer sobre otras compañías o cargadores de Indias. Tercero, disfrutaría del monopolio del azogue y de ventajas fiscales en la trata de esclavos negros. Y cuarto, al factor que colocasen en México se le debía entregar gratuitamente el cargo de depositario general de la citada ciudad.

La empresa se dedicaría fundamentalmente al comercio de azogue y de esclavos. En relación al azogue dispondría del monopolio absoluto, salvo de 300 quintales anuales que ya estaban previamente concedidos a otro comerciante, Juan Núñez. El precio de adquisición de este azogue por la compañía quedaría congelado durante todo el lustro en los 100 ducados el quintal que se estimaba que costaba en 1563. El estanco del azogue sería uno de los puntales básicos de la sociedad.

El otro puntal lo constituirían los esclavos negros. No habría monopolio aunque sí se debía dar autorización para que se invirtiesen anualmente 20.000 ducados en comprar esclavos en Cabo Verde y Santo Tomé. Además, se preveía que se le diesen gratuitamente tantas licencias como esclavos se muriesen en el trayecto aunque, eso sí, dando fiel testimonio del escribano de la nao. Con ese dinero se podrían comprar unos 500 esclavos anuales, cuyos beneficios, podrían prácticamente duplicar la cantidad invertida. No se especifica sí debían pagar el almojarifazgo de esclavos como se cobraba a los demás tratantes y que, entre 1550 y 1554, importaba unos 9,5 reales la pieza31. Pero, dado que la Corona era la misma socia capitalista, todo parece indicar que no. El negocio para Hernán Vázquez y para la compañía parecía redondo.

Por tanto, la compañía se dedicaría fundamentalmente al comercio en situación de privilegio del azogue y de los esclavos. No obstante, se dejaba la puerta abierta para que el propio Hernán Vázquez, como administrador general que era, pudiese cargar “otras mercaderías” que le parecieran oportunas, sin especificar cuáles. Sin embargo, en unas líneas más adelante, al referirse a la atarazana que la compañía debía tener en Sevilla, explica que serviría para meter el “azogue, vinos y otras mercadurías”. Así, que todo parece indicar que el vino sería, junto con los esclavos y el azogue, la otra mercaduría explotada por la compañía. Además, Hernán Vázquez tenía una larga experiencia en la exportación de caldos al Nuevo Mundo.

Se preveía, como ya hemos dicho, que la compañía fletaría dos buques anuales con el objetivo de transportar sus mercancías. Sin embargo, el administrador general se reservaba la posibilidad de registrar otras mercaderías “en la nao o naos que me pareciere”.

 

4.-EL FRACASO DEL PROYECTO

En el mismo proyecto se incluía un plazo para la respuesta oficial, concretamente hasta finales de noviembre de ese mismo año de 1563. Hasta donde nosotros sabemos nunca se llegó a producir respuesta alguna. Ni tan siquiera hemos encontrado alusiones a ella en la correspondencia de aquellos años entre los oficiales reales y el Monarca. Sencillamente, se produjo lo que hoy llamaríamos un silencio administrativo. Y cabría preguntarse: ¿por qué no aceptó Felipe II?. Según Lorenzo Sanz, las condiciones eran excesivamente favorables al comerciante tanto que cualquier comerciante hubiese aceptado asociarse al rey en estas mismas condiciones32. Y efectivamente no le falta razón: ponía menos capital pero repartía al cincuenta por ciento, se erigía en administrador general, se reservaba en exclusiva el tráfico de azogue, conseguía una atarazana gratis en Sevilla, evitaba el pago del almojarifazgo de esclavos y, para colmo, pedía que los capitales de la compañía no fuesen en ningún caso incautados por la Corona como corrientemente solía ocurrir a los de otros comerciantes en el puerto de Sevilla. Obviamente, las condiciones eran ventajosísimas para Hernán Vázquez. La compañía, participada por el rey, disfrutaría de unos privilegios impensables en otras compañías privadas que hacían la carrera de Indias.

Pero, entonces, si cualquier comerciante hubiese aceptado ¿por qué Hernán Vázquez fue el único que respondió a la propuesta del Rey?. No tenemos una respuesta para dicha pregunta. Probablemente, muchos mercaderes y comerciantes jugaban con un margen de comercio fraudulento que no registraban, fletaban navíos sin la suficiente artillería y buscaban mil artimañas para burlar los controles fiscales de los oficiales de la Casa de la Contratación. Obviamente, esto sería mucho más difícil siendo una compañía compartida con el rey, donde en principio éste pretendía tener el control del 75 por ciento de la misma.

No creemos que estas excesivas peticiones de Hernán Vázquez fuesen la principal causa de la negativa regia. De hecho, había precedentes no tan lejanos de peticiones aún más desmesuradas y la Corona aceptó. Recuérdense por ejemplo, las famosas Capitulaciones de Santa Fe que la Corona castellana suscribió pese a los excesivos privilegios que el avaricioso Cristóbal Colón reclamó para sí. Por ello, pienso que la negativa más bien se produjo porque en realidad, pese a sus dudas, la Corona estaba decidida a mantenerse al margen del comercio colonial. No en vano, ni aceptó éste proyecto ni otros posteriores. Tan claro lo tuvieron los Austrias que hubo que esperar dos siglos, y un cambio de dinastía, para que las cosas cambiaran.

 

APÉNDICE I

 

Propuesta de Hernán Vázquez para crear una compañía de comercio mixta participada por el rey, 156333

 

“Muy ilustres señores: a lo que vuestras mercedes me dijeron acerca del asiento o compañía que Su Majestad sería servida de hacer conmigo en el trato de las mercadurías, azogue y esclavos en la contratación para Indias, habiéndome resumido en ella la haré con el puesto y condiciones siguientes:

Primeramente, que Su Majestad haya de meter de puesto principal ciento y treinta mil ducados y yo ciento y catorce mil ducados. Y Su Majestad y yo los hemos de meter en la manera siguiente: Su Majestad ha de meter mil quintales de azogue los cuales me ha de mandar entregar en esta ciudad, y por ellos se han de contar cien mil ducados a razón de cien ducados el quintal según y como los tiene vendidos a Juan Núñez en el asiento que con él tiene mandado tomar para el Solimán y el dicho azogue se me ha de dar con ella para poderlo cargar a las Indias. Los quinientos quintales se me han de entregar en todo el mes de diciembre primero y, los otros quinientos quintales, en todo el mes de agosto del año venidero de sesenta y cuatro.

Ítem, mil licencias de esclavos al precio que Su Majestad los da que es a treinta ducados cada una que montan treinta mil ducados con que se acaban de cumplir el puesto de los ciento y treinta mil ducados que Su Majestad ha de meter las cuales dichas licencias me ha de dar luego.

Ítem, esta compañía ha de durar por tiempo de cinco años que empiecen a correr y se cuenten desde primero de enero del año venidero de sesenta y cuatro y se acaben de cumplir en fin de diciembre del año de sesenta y ocho.

Ítem, que los ciento y catorce mil ducados que yo he de meter ha de ser en la forma siguiente: los cien mil ducados de ellos en dineros de contado, los cincuenta mil venida que sea la flota de Nueva España de que fue por general Pedro de las Roelas que partió en este año y, los otros cincuenta mil, a la vuelta de la flota de que está proveído por general Pedro Sánchez de Venesa de Nueva España. Y los catorce mil en privilegios, por los cuales me ha de dar tanto azogue que lo monten para que yo lo pueda meter en nombre de mi puesto y con ello acabar de henchirlo. El cual dicho azogue me ha de entregar en el primero o segundo entrego que Su Majestad me ha de mandar entregar de más de lo que Su Majestad es obligada a entregar.

Ítem, que yo el dicho Hernán Vázquez he de ser administrador general y he de comprar y cargar así el dicho azogue y esclavos como otras mercaderías que me parezcan en la nao o naos que me pareciere, registrado por cuenta y riesgo de la dicha compañía.

Ítem, que lo que pueda hacer asegurar así de ida como de venida en esta ciudad o en otras cualesquier plazas que me pareciere el todo de lo que cargare o de lo que me viniere de las Indias o parte de ello o que la dicha compañía corra el riesgo en el todo o en la parte que dejare de asegurar así de la ida como de la venida en lo cual he de tener libre y general administración, según y como a mi me pareciere.

Ítem, que yo el dicho Hernán Vázquez he de señalar en las Indias a donde hubiere de enviar las dichas mercadurías por cuenta de esta dicha compañía las personas que a mí me pareciere(n) para el beneficio de ellas y les pueda señalar por su trabajo y costas de comida lo que a mí me pareciere lo cual se ha de sacar y pagar del montón de esta dicha compañía.

Ítem, que en cualesquier puertos o ciudades de las Indias a donde yo enviare las mercadurías, esclavos y azogue por cuenta de esta dicha compañía, teniendo Su Majestad en los tales puertos o ciudades cosa o cosas, se me ha de dar cédula para sus oficiales y justicias para que me den la que de ellas pareciere a la persona a quien fueren consignadas las dichas mercaderías para que en ellas las reciba y more y beneficie y esté con más seguridad. Y, donde no las hubiere, las pueda tomar a costa de esta compañía.

Ítem, que las cuentas que se hubieren de tomar a las personas que yo hubiere señalado y que hayan beneficiado las mercadurías, esclavos y azogue tocantes a esta compañía yo sólo las haya de tomar y tome las cuentas y les pueda dar finiquitos y pagarles todos sus salarios y lo que resultare de las dichas cuentas cuando yo haya de dar la mía, como administrador general, por ellas se me pasen y reciban en cuenta.

Ítem, que cumplido el término de los dichos cinco años, si fuéremos de acuerdo de prorrogar la dicha compañía por otros cuatro o cinco años, siendo Su Majestad de ello servido y queriéndolo yo, podamos tornar a aprobar y ratificar esta dicha compañía por el dicho tiempo con que para hacer la dicha prorrogación se pueda hacer un tanteo de cuenta para que Su Majestad sepa en el estado que está la hacienda y lo que de ella ha resultado.

Ítem, que durante el tiempo de los dichos cinco años, Su Majestad ni yo, no podamos sacar cosa alguna de nuestros puestos principales, ni intereses que Dios hubiere dado y diere hasta ser cumplidos los dichos cinco años.

Ítem, que cumplidos los dichos cinco años y no habiendo de pasar adelante la dicha compañía como dicho es, en tal caso, daré mi cuenta y ante todas cosas se ha de sacar, de lo primero y mejor parado, toda la cantidad porque yo estuviere obligado por cuenta de esta dicha compañía y pagarse a las personas a quien se debiere y, lo demás restante que hubiere de nuestros puestos y ganancias, lo primero se ha de sacar nuestros puestos principales a la rata como cada uno hubiere metido y, después de habernos enterado de nuestros puestos, lo demás que quedare que Dios hubiere dado de interés en esta dicha compañía lo hemos de partir de por medio, llevando Su Majestad la mitad y yo la otra mitad, y si algún daño o pérdida hubiere, lo que Dios no quiera, lo hemos de partir de por medio, según lo habíamos de hacer en las ganancias.

Ítem, que la cuenta que yo el dicho Hernán Vázquez hubiere de dar, fenecida que sea esta dicha compañía, ha de ser en esta dicha ciudad de Sevilla, nombrando para ello por parte de Su Majestad un mercader de los que en esta ciudad residen que tratan en Indias y yo el dicho Hernán Vázquez otro y, si por caso no se conformaren, que el prior y cónsules de esta ciudad de Sevilla nombren otro tercero y a donde los dos se acostaren aquello pase y la cuenta que yo hubiere de dar ha de ser según uso y costumbre de mercaderes que tratan en Indias según dicho es y no a otra ninguna persona.

Ítem, que por ninguna necesidad que a Su Majestad se le ofrezca por ninguna vía ni manera que sea haya de tocar ni toque en mandar tomar ninguna cosa de lo tocante a esta compañía y que para ello haya de dar su cédula en forma para que luego que aquí sea venido se me entregue con no embargante sin que se me detenga.

Ítem, que Su Majestad me haya de mandar dar en esta ciudad una atarazana o almacén que yo señalare donde pueda meter el azogue, vinos y otras mercadurías de cuenta de esta dicha compañía sin que por ello me hayan de llevar dineros por todo el tiempo que durare la dicha compañía.

Ítem, que en cada un año durante la dicha compañía yo el dicho Hernán Vázquez pueda enviar dos navíos cargados juntos o cada uno por sí como yo quisiere y en los tiempos que quisiere. Y asimismo, puedan salir dos navíos ambos juntos o cada uno por sí en cada un año para que vengan derechos a esta ciudad, con registros de oro y plata y otras mercadurías sin que los virreyes o gobernadores pongan impedimento alguno.

Ítem, que Su Majestad ha de ser obligado a mandarme entregar todo el azogue que se sacare de sus minas, excepto los trescientos quintales que tiene vendidos en cada un año a Juan Núñez, y se me ha de entregar en esta ciudad de Sevilla a precio de cien ducados cada quintal con licencia. Y yo lo tengo de pagar desde el día que me lo entregare en año y medio porque todo ello es para provecho de la dicha compañía.

Ítem, que Su Majestad no pueda vender ninguna parte del dicho azogue que así se sacare de las dichas minas a ninguna persona por ningún precio que por ello den por cuanto yo lo he de haber y comprar para la dicha compañía por el precio arriba declarado ni Su Majestad dé licencia a ninguna persona para que lo compre y traiga fuera de su reino para lo cargar y enviar a las dichas Indias, ni venderlo aquí para que otro lo cargue, como Su Majestad lo tiene mandado.

Ítem, que en lo de los esclavos pueda Su Majestad dar licencia a quien fuere servido para que los pueda cargar y enviar a las dichas Indias.

Ítem, que yo el dicho Hernán Vázquez sea obligado a tener mis libros mayor y manual y borrador en que asiente mis cuentas a uso de mercaderes, con día y mes y año.

Ítem, que Su Majestad me ha de mandar dar licencia para que pueda enviar a Cabo Verde o San Tomé veinte mil ducados en cada un año para comprar los dichos esclavos por cuanto se podrán haber con muy mayor aprovechamiento, llevando los dineros de contado.

Ítem, que los dichos factores que así recibieren el dicho azogue, esclavos y otras mercadurías las puedan vender de contado o fiado como a ellos les pareciere y que de lo que fiaren hagan las obligaciones a mí el dicho Hernán Vázquez por cuenta de la compañía con Su Majestad y, en las cobranzas de ellas, haya de preferir como maravedís de haber de Su Majestad y ha de mandar dar sus provisiones para los virreyes, presidentes, gobernadores y otras justicias sobre que así lo hagan guardar y cumplir.

Ítem, que por cuanto suele acaecer que los esclavos se cargan en Cabo Verde y San Tomé antes de ser llegados a las Indias suelen morir alguna cantidad de ellos que, trayéndose por testimonio del escribano de la nao en que fueren los que se cargaren por cuenta de esta dicha compañía, vuestras mercedes sin otra prueba ni más diligencia me han de volver a dar licencia para que pueda cargar otros tantos esclavos como pareciere por el testimonio que de ello presentare haber muerto y Su Majestad ha de dar a vuestras mercedes esta facultad para que lo puedan hacer y cédula particular para ello.

Ítem, que Su Majestad ha de hacer merced a la persona que beneficiare las mercadurías de cuenta de esta compañía en la Nueva España que sea depositario general de la ciudad de México y para ello dé su provisión.

Y si otros capítulos fuere necesario poner que sean convenientes al pro de esta compañía se podrán poner porque por haber sido el tiempo breve y mis ocupaciones muchas no he tenido en este negocio la prontitud que convenía.

Y vuestras mercedes en todo el mes de noviembre me han de dar la respuesta de la resolución de esta compañía porque en defecto de no dármela yo quedo libre para poder ir prosiguiendo en mis negocios porque hasta tener respuesta de esto no me ocuparé en otros negocios de otra compañía. Hernán Vázquez.

(AGS, Consejo y Juntas de Hacienda 49, fol. 55).

1 Este artículo fue publicado en la Revista de Historia Naval Nº 97, Madrid, 2007, pp. 7-20.

2 BERNAL. Antonio Miguel: España, proyecto inacabado. Costes/beneficios del Imperio. Madrid, Marcial Pons, 2005, p. 201

3 BERNAL, Antonio Miguel: “La Casa de la Contratación de Indias: del monopolio a la negociación mercantil privada (siglo XVI)”, en La Casa de la Contratación y la navegación entre España y las Indias. Sevilla, Universidad, 2004, p. 139.

4 Tradicionalmente se venía sosteniendo que en la flota de Nicolás de Ovando viajaron 2.500 personas. Sin embargo, hace unos años, analizando el escaso tonelaje de la mayor parte de los navíos y la gran cantidad de pertrechos y bestias que llevaban, rebajamos la cantidad a menos de la mitad, es decir, a unos 1.200. Véase mi trabajo: Nicolás de Ovando y los orígenes del sistema colonial español. Santo Domingo, Patronato de la Ciudad Colonial de Santo Domingo, 2000, págs. 48-57.

5 Sobre esta expedición puede verse el magnífico y exhaustivo estudio de MENA GARCÍA, Mª del Carmen: Sevilla y las flotas de Indias. La Gran armada de Castilla del Oro (1513-1514). Sevilla, Universidad de Sevilla, 1998.

6 Ibídem, págs. 67-68.

7 BERNAL: España, proyecto inacabado, Ob. Cit., pág. 203.

8 ÁLVAREZ NOGAL, Carlos: “Instituciones y desarrollo económico: la Casa de la Contratación y la Carrera de Indias (1503-1790), en La Casa de la Contratación y la navegación entre España y las Indias. Sevilla, Universidad, 2004, pp. 27-28.

9 Sobre esta cuestión puede verse MIRA CABALLOS, Esteban: “Controversias sobre el sistema naval con América a mediados del siglo XVIII: los proyectos de Álvaro de Bazán”, Iberoamericana Nº 7. Berlín, 2002, pp. 39-57.

10 BERNAL: España, proyecto inacabado, Ob. Cit., págs. 206-207.

11 LORENZO SANZ, Eufemio: Comercio de España con América en la época de Felipe II, T. I. Valladolid, Institución Cultural Simancas, 1986, pág. 136.

12 GARCÍA-BAQUERO GONZÁLEZ, Antonio: Cádiz y el Atlántico (1717-1778), T. I. Cádiz, Diputación Provincial, 1976, p. 134.

13 GONZÁLEZ SÁNCHEZ, Carlos Alberto: La Real Compañía de comercio y fábricas de San Fernando de Sevilla (1747-1787). Sevilla, Biblioteca de Temas Sevillanos, 1994, pp. 11-12.

14 BERNAL: España, proyecto inacabado…, p. 517.

15Pleito entre Hernán Vázquez de México y el fiscal de Su Majestad sobre las licencias de esclavos, 1563. AGI, Justicia 865, N. 2, Pieza 1ª.

16 Pleito entre Hernán Vázquez de México y Gonzalo Rodríguez, 1572. AGI, México 212, N. 5.

17 Ejecutoria a petición de Hernán Vázquez, 1564. AGI, Patronato 289, R. 66.

18 Pleito entre Hernán Vázquez de México y el fiscal de Su Majestad sobre las licencias de esclavos, 1563. AGI, Justicia 865, N. 2, Pieza 1ª.

19 En la travesía fallecieron 49 por lo que Hernán Vázquez reclamaba que sólo le contaran como cumplidas 362 licencias de las 1.000 adquiridas. Pleito de Hernán Vázquez de México con el fiscal de Su Majestad, 1563. AGI, Justicia 865, N. 2, 1ª pieza.

20 En cambio, sí tenemos la certeza de que no tenía parentesco alguno con otro homónimo converso, natural de Toledo, recaudador de la Santa Cruzada en la isla Española, encomendero y traficante de esclavos negros. Giménez Fernández lo hace jurado en Toledo, mientras que Ramón Carande lo cita como regidor de esa misma ciudad. GIMÉNEZ FERNÁNDEZ, Manuel: Bartolomé de Las Casas, T. II. Madrid, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1984, p. 366. CARANDE, Ramón: Carlos V y sus banqueros, T. III. Barcelona, Crítica, 1990, p. 67. Desde 1511 ostentó el cargo de comisario apostólico de la Santa Cruzada, pero nombró en ese mismo año a Lope de Bardecí por su factor para que en su nombre la cobrara. En 1558 falleció en Tierra Firme, pregonándose su fallecimiento en su ciudad natal de Toledo, por orden de los oficiales de la Casa de la Contratación, el 9 de diciembre de 1558. AGI, Contratación 5709, N. 14, R. 33.

21 GARRAIN VILLA, Luis J.: Llerena en el siglo XVI. La emigración a Indias. Badajoz, Enclave92, 1992, pp. 37-38

22 MONTOTO, Santiago: Sevilla en el Imperio. Sevilla, Biblioteca Hispalense, 2001, p. 109.

23 Pleito contra Gonzalo Rodríguez, México, 1572. AGI, México 212, N. 5.

24 Petición de Hernán Vázquez de México, México, mayo de 1570. AGI, México 170, N. 31.

25 LORENZO SANZ: Ob. Cit., T. I., pág. 137.

26 ORTIZ DE ZÚÑIGA, Diego: Anales eclesiásticos y seculares de la Muy Noble y Muy Leal ciudad de Sevilla, T. IV. Madrid, Imprenta Real, 1796 (reimp. de 1988), p. 21.

27 Véase el apéndice documental.

28 En el medievo lo que existían eran la “commenda” y la “societas”. La primera era una asociación de unos pocos socios –a menudo dos- para un solo viaje y la segunda para un período de tiempo de al menos dos años. VICENS VIVES, Jaime: Historia de España y América social y económica, T. III. Barcelona, Vicens Vives, 1985, págs. 410 y ss. CARANDE: Ob. Cit., T. I, p. 290. En los inicios de la colonización dominaron unas compañías privadas pequeñas que se hacían por un período corto de tiempo o para algún descubrimiento. Así, por ejemplo, el 9 de septiembre de 1500 Rodrigo de Bastidas, vecino de la sevillana collación de San Vicente, el jurado Pedro de Valladolid, el trapero Alfón Rodríguez y otros crearon una compañía, con licencia y capitulación Real, para “descubrir por las partes de las Indias del mar océano”. Éstas fueron el tipo de compañías que se crearon en los inicios de la Colonización. BONO, José y Carmen UNGUETI-BONO: Los protocolos sevillanos en la época del Descubrimiento. Sevilla, Colegio Notarial, 1986, pp. 103-104.

 

29 Ya en 1533 los vecinos de Puerto Rico se quejaban de que, debido a la falta de mano de obra, los esclavos negros se vendían a 60 o 70 pesos de oro. Relación de la ciudad de Puerto Rico, Puerto Rico, 23 de febrero de 1533. AGI, Santo Domingo 164, N. 5. Unos años después, en 1541, la élite de la isla Española pedían que se fijase el precio máximo de venta de cada pieza en 65 pesos de oro porque, por la mucha necesidad que tienen de ellos, pagan a los mercaderes los precios que les piden. Real Cédula a los oidores de Santo Domingo, Talavera, 11 de enero de 1541. AGI, Santo Domingo 868, L. 2, ff. 21-22.

30 En el original Hernán Vázquez afirma que esperaba recibir el dinero cuando regresaran “las flotas de Pedro de las Roelas y de Pedro Sánchez de Venesa”. Debe ser un error, porque en 1563 una flota estuvo capitaneada por Pedro de las Roelas y, la otra, por Pedro Menéndez de Avilés. Sánchez de Venesa en realidad fue con dos carabelas a las islas Azores para reforzar el regreso de las flotas, ante las noticias de la presencia de corsarios. FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo: Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón, T. II. Madrid, Museo Naval, 1972, p. 465.

31 MIRA CABALLOS, Esteban: “Las licencias de esclavos negros a Hispanoamérica (1544-1550)”, Revista de Indias, N. 201. Madrid, 1994, p. 277-278.

32 LORENZO SANZ: Ob. Cit., T. I, págs. 137-138.

33 Como ya hemos afirmado el documento no está fechado. Pero tenemos razones fundamentadas para pensar que se redactó entre agosto y octubre de 1563.

Este artículo fue publicado en la Revista de Historia Naval Nº 97, Madrid, 2007, pp. 7-20.

Esteban Mira Caballos

NICOLÁS DE OVANDO ENVIÓ A SEBASTIÁN DE OCAMPO A CIRCUNNAVEGAR CUBA EN 1506

 

 

En estas líneas queremos dar a conocer un hallazgo documental en torno a esta exploración de Cuba mandada hacer por el gobernador frey Nicolás de Ovando. El documento localizado por nosotros es un apunte contable, recogido en el libro del tesorero de la isla Española, Alonso de Santa Clara, que pese a su breve- dad pone fin a una histórica disputa en torno a la fecha exacta en la que se realizó tal expedición.

Como es bien sabido Cuba fue descubierta ya por Cristóbal Colón en su primer viaje, sin embargo, su reconocimiento fue muy precario, pues, incluso el propio primer Almirante llegó a dudar de su insularidad. Su exploración estuvo durante bastantes años paralizada hasta que por fin frey Nicolás de Ovando decidió enviar con este cometido una pequeña armada al frente de Sebastián de Ocampo. Este último era, según el padre Las Casas, "un hidalgo gallego criado de la reina doña Isabel, de los que había venido con el primer Almirante, cuando vino a poblar esta isla el segundo viaje"2. El dominico que, como veremos posteriormente, se mostró bastante impreciso en algunos de los apuntes proporcionados sobre esta expedición tales como el año de partida o su duración, sí que debía estar más seguro cuando afirmó que Ocampo había arribado a la isla Española en la segunda travesía colombina ya que también él viajó en esa flota3. Por lo demás y para concluir este breve repaso biográfico de Ocampo debemos mencionar el grave problema que tuvo con la justicia antes de partir de Castilla pues parece ser que se le conmutó la pena de muerte por el destierro de por vida a la isla Española4

Hasta ahí estamos de acuerdo con el resto de la historiografía existente, sin embargo, queremos demostrar a continuación el error en el que han incurrido tanto los cronistas de Indias como la totalidad de la historiografía contemporánea al fechar la partida, unos, en 1508 y otros, en 1509. Empezando por los cronistas citaremos a continuación las palabras de fray Bartolomé de las Casas:

 

Acordó también por este tiempo, que era el año de 508, el comendador mayor, enviar a descubrir del todo a la isla de Cuba, porque hasta entonces no se sabía si era isla o tierra firme, ni hasta dónde su largura llegaba, (y también ver si era tierra enjuta, porque se decía que lo más era lleno de anegadizos, ignorando lo que el Almirante, cuando la descubrió el año de 94, había visto en ella...5

 

Bastante más impreciso se mostró Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia General y Natural de las Indias pese a que de sus palabras se deduce que la expedición debió zarpar en algún momento de 1509, como bien podemos comprobar en el párrafo que reproducimos en las líneas siguientes:

 

Poco tiempo antes que el comendador mayor de Alcántara, don frey Nicolás de Ovando, fuese removido de la gobernación de aquestas partes, envió con dos carabelas y gente a tentar si por vía de paz se podría poblar de cristianos la isla de Cuba, y para sentir lo que se debía proveer, si caso fuese que los indios se pusiesen en resistencia. Y a esto envió por capitán a un hidalgo llamado Sebastián de Ocampo...6

 

 

Así, pues, queda bien claro que ni siquiera los cronistas de Indias coincidieron a la hora de fechar la expedición, pues, mientras Las Casas apunta con cierta rotundidad el año de 1508, Oviedo insinuó que no zarpó hasta el año siguiente. Acaso el único punto en común entre ambos fue situarla en cualquier caso durante los años finales del gobierno del comendador mayor de la orden de Alcántara frey Nicolás de Ovando.

Pues, bien, los cronistas e historiadores de los siglos posteriores siguieron en líneas generales las hipótesis de Las Casas y de Oviedo sin aportar ningún comentario nuevo al respecto7. Ni tan siquiera la historiografía contemporánea ha llegado a un acuerdo sobre este aspecto, manteniéndose la división entre los que de acuerdo con la versión de Las Casas defienden la fecha de 1508 y los que por contra afirman que debió ocurrir en 15098.

Sin embargo en la mayoría de los casos no se ha esgrimido más argumento que la cita a alguno de los cronistas. Realmente, ha sido Juan Manzano quien, en su ya citado trabajo sobre los Pinzones, dedicó una cierta atención a este viaje de exploración. Este investigador considera errónea la fecha de 1508 proporciona- da por el padre Las Casas, pues, no en vano el propio dominico manifestó en esta ocasión no estar muy seguro de sus afirmaciones9. Así, pues, Manzano se acerca más a la tesis de Fernández de Oviedo al afirmar que la expedición debió partir de la isla Española entre mayo y junio de 150910. Sin embargo, la prueba que utiliza para sustentar su hipótesis nos parece extremadamente débil ya que se basa en una respuesta del Rey a Ovando, fechada el 14 de agosto de 1509, en la que afirma que aún "no se había acabado de bojar toda la isla (se refiere a Cuba) por la falta que hay de carabelas..."11.

Evidentemente Manzano incurre en un error al creer, a partir de este documento que la expedición de Ocampo no se había aún realizado a mediados de 1509, cuando en realidad lo que parece indicarnos es que no tuvo el alcance esperado pues posiblemente Ocampo no llegó a circunnavegar toda la costa. En este sentido podemos traer a colación una afirmación de Fernández de Oviedo, citada también por Manzano, en la que decía que aunque fue a la isla de Cuba y tomó posesión de algunas tierras "hizo poco", es decir, apenas si aportó nuevas respuestas a la realidad de esa isla12.

A nosotros no nos cabe la menor duda de que Sebastián de Ocampo partió de la isla Española a mediados de 1506, seguramente de Puerto Plata pues así se deduce del descargo asentado en el libro de cuentas del tesorero Santa Clara y que por su interés transcribimos a continuación:

 

Cárgansele más 19 pesos y 6 tomines de oro que ha de recibir Hernando de Pedrosa, vecino de Puerto Real, que los debía de 31 cargas y 34 partes de cazabe de Sus Altezas que Sebastián de Ocampo, que iba por capitán de ciertas carabelas que fueron a la isla de Cuba, dejó en la costa del cacique Guanagrax, porque estaba dañado y se dio a razón de 5 tomines la carga en el mes de enero de 1507 años13.

 

El documento es concluyente ya que no se trata de una versión retrospectiva de un cronista sino de un apunte contable anotado en el mismo momento en que se hizo la transacción, quedando claro que si el cazabe en mal estado fue vendido a principios de 1507 Ocampo debió de zarpar unos meses antes, probablemente en verano del año anterior.

Por lo demás, debemos decir que este viaje no debió dar los resultados esperados de ahí que en la correspondencia de los años posteriores se afirme que aún no se había bojeado por completo la isla de Cuba. Debieron ser, pues, Vicente Yáñez Pinzón y Juan Díaz Solís, en 1508, quienes por primera vez circunnavegaron la isla14.

1 Este artículo fue publicado originalmente en la Revista de Indias, Madrid, 1996, pp. 199-203.

2LAS CASAS, Bartolomé de las: Historia de las Indias, T. II, México, Fondo de Cultura Económica, 1951, Lib. II, Cap. XLI, p. 339.

3    COLON, Cristóbal: Los cuatro viajes. Testamento, (ed. de Consuelo Varela). Madrid, Alianza Editorial, 1986, p. 19-20.

4    ALVAREZ PEDROSO, Armando: Cristóbal Colón. Biografía del Descubridor. La Habana, 1944, pp. 437 y ss.

5    LAS CASAS(1), T. II, Lib. II, Cap. XLI, p. 339. En líneas generales Antonio de Herrera copió la versión del padre Las Casas al afirmar que tal expedición se llevó a cabo en 1508. HERRERA, Antonio: Historia general de los hechos de los castellanos, T. I. Madrid, Academia de la Historia, 1934, p. 29.

6    FERNANDEZ DE OVIEDO, Gonzalo: Historia general y natural de las Indias, T. II. Madrid, Editorial Atlas, 1992, Lib. XVII, Cap. III, p. 112.

7    Véase por ejemplo el historiador del siglo XVIII ARRATE, Martín Félix: Clave del Nuevo Mundo. México, Fondo de Cultura Económica, 1949, p. 9.

8    PEREZ CABRERA, José Manuel: "El bojeo de Cuba por Ocampo, ¿Cuándo tuvo lugar?", Revista Bimestre Cubana, vol. XXXIV, Nº 1. La Habana, junio-agosto de 1934. MARRERO, Leví: Cuba, economía y sociedad, T. I. Madrid, Editorial Playor, 1974, p. 101. GUERRA Y SANCHEZ, Ramiro, José María PEREZ CABRERA, Juan J. REMOS y Emeterio S. Santovenia: Historia de la Nación cubana. La Habana, Editorial Historia de la Nación Cubana, 1952, pp. 51-52. RUIZ DE LIRA, Rafael: Colón, el Caribe y las Antillas, T. III de la Historia de América Latina. Madrid, Editorial Hernando, 1978, p. 116. MORALES PADRON, Francisco: Historia General de América. Madrid, Espasa Calpe, 1975, p. 236. MANZANO MANZANO, Juan: Los pinzones y el descubrimiento de América, T. II. Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1988, pp. 339 y ss.

9    MANZANO(6), p. 339.

10    IBIDEM, p. 342.

11    IBIDEM, pp. 339-341.

12    FERNÁNDEZ DE OVIEDO (5): T. II, Lib. XVII, Cap. III, p. 112.

13    Cuentas del tesorero Alonso de Santa Clara, desde el 15 de noviembre de 1505 hasta 1508. AGI, Justicia 990, N. 1, Pieza 2ª.

14    MANZANO (6), p. 344.

ESTEBAN MIRA CABALLOS

LA CONDENA DEL CAPITÁN DE NAVÍO PEDRO MARTÍNEZ DE ARCILLA (1569)

 

 

1.-INTRODUCCIÓN

La escala de valores vigente en el Antiguo Régimen no coincidía exactamente con la que tenemos en nuestros días. Por ejemplo, el homicidio o el asesinato no era lo peor que una persona podía cometer. Y salvo que confluyeran varios agravantes, raramente se les aplicaba la pena de muerte. También se consentía la violación, pues la sociedad en general entendía que condenar a la pena máxima a un violador era algo excesivo1. Lo normal era que el violador y la violada alcanzasen un acuerdo para compensar a ésta económicamente o, si era posible, casarse con ella. En última instancia, si no era posible el acuerdo siempre cabía la posibilidad de obtener un perdón Real, correspondido con algún servicio personal o pecuniario.

En cambio, había tres transgresiones que nunca se consintieron ni, por supuesto, se perdonaron: una, el cuestionamiento del dogma cristiano, así como la blasfemia. Dos, la traición, que en América hizo rodar cabezas como las de Gonzalo Pizarro, Gómez de Tapia, Vasco Núñez de Balboa o el loco Lope de Aguirre que desafió al mismísimo Felipe II. Y tres, la cobardía que, tanto en España como en otros países de Europa, se condenaba sin eximentes ni dilaciones innecesarias con la pena capital. A este último delito nos referiremos en este artículo. Una acusación de cobardía que se imputó al capitán Pedro Martínez de Arcilla2 y por la que se pidió inicialmente la pena de muerte. Al final, como veremos a continuación, salvó la vida, pero lo hizo porque pudo demostrar en buena parte su inocencia.

 

2.-LA HONRA Y LA DESHONRA EN LA MARINA

Como es bien sabido, los altos mandos navales, especialmente los generales y los almirantes, pero también los capitanes, eran cuidadosamente seleccionados por la Corona. La mayor parte de ellos eran como mínimo miembros de la baja nobleza. Así, por ejemplo, en unas instrucciones referidas a la Armada Real de Galeras se pedía que las altas jerarquías fuesen de alto linaje y a ser posible pertenecientes a alguna Orden militar. No pocos generales de armadas exhibieron con orgullo sus hábitos de las órdenes militares a las que pertenecían. Así, mientras Pedro Menéndez de Avilés era Comendador de Santa Cruz de la Zarza, Cristóbal de Eraso, Diego Flores Valdés y Pedro de Valdés eran caballeros de Santiago. Tampoco faltaron caballeros de la Orden de Calatrava como Alonso de los Ríos.

Los capitanes eran designados por el rey a propuesta del general de la armada o del almirante de la flota; estos capitanes, en los barcos comerciales, tenían la máxima competencia sólo en caso de ataque, pero en cuestiones de navegación eran el maestre y el piloto los que tomaban las decisiones3. En cambio, en los barcos de guerra el capitán asumía el mando absoluto y tomaba todas las decisiones, aunque eso sí, acatando siempre las órdenes del general de la armada.

Esta escrupulosa selección de hidalgos y caballeros se hacía bajo un pensamiento muy propio del Antiguo Régimen. A los nobles se les presuponía un sentido del honor y de la honra muy superior al del estamento plebeyo. Se deducía de ello que la persona de alcurnia tenía mucho más que perder que el simple pechero, nada más y nada menos que un bien tan preciado como su honra y la de su familia. Por ello se le presuponía siempre más inclinado a morir defendiendo su honor que a huir. De hecho, según Veitia Linaje, era frecuente que los generales de la armada realizaran, en un solemne acto público, un pleito de homenaje en el que juraban que perderían sus vidas antes que rendir los navíos que Su Majestad les encomendaba4.

A lo largo de la Edad Moderna se perdieron cientos de navíos, e incluso, algunas flotas completas. Y ello en naufragios, en enfrentamientos con los corsarios, por negligencias o por pura y simple cobardía. Pues, bien, tan sólo las pérdidas ocurridas por cobardía se castigaron con la pena capital, pues, como ya hemos afirmado, este tipo de actos se consideraban especialmente punibles. Y es que, como argumentó Gerónimo de Avellaneda en 1630 era costumbre entre los hombres de armas españoles sacrificar sus vidas antes que su honor5. Pero, pese a la apreciación de Avellaneda, no se trataba solamente de una cuestión consuetudinaria. Para el caso de la Armada, había una base legal, al menos desde la promulgación de las Siete Partidas por Alfonso X El Sabio. En ellas se explica que la guerra en el mar era siempre más peligrosa y difícil que la de tierra y que los daños, asimismo, podían ser mayores. Por ello era necesario elegir siempre a los capitanes más esforzados y acuciosos para saber escapar de los peligros de la mar y de los enemigos6. El castigo a los desertores se castigaba con más rigor que a los soldados y capitanes de tierra, como se deduce del siguiente fragmento:

Por ende los antiguos, que hablaron en la guerrea de la mar, también como en la de la tierra, no pusieron otra pena a los que de hecho de ella se desmandasen, sino que perdiesen las cabezas. Y esto hicieron, entendiendo el daño que podría venir por el desmandamiento, que sería mayor y más peligroso que el de la tierra7.

 

En el primer tercio del siglo XVII tenemos noticias de varios caballeros de la Orden de Malta que fueron ejecutados por haber desamparado sus galeras sin presentar combate9. El capitán Fernando de Velasco, por su parte, rindió la plaza de Manfredonia sin ofrecer la más mínima resistencia. Salvó finalmente su vida, pero fue confinado en un castillo el resto de su vida10.

Pero se trataba de una forma de actuar que no era exclusiva de España; holandeses, franceses, portugueses e ingleses actuaban de manera similar pues era la única forma de garantizar el valor de sus soldados y, sobre todo, de evitar que éstos diesen pasos atrás. De hecho, sabemos que, en 1627, muy poco antes que Benavides, el capitán holandés Bagwyn fue ejecutado en Rótterdam por haber rendido y abandonado a los enemigos el navío que tenía encomendado11.

Mucho más tolerancia había con otro tipo de negligencias, como la pérdida accidental de barcos, e incluso, con los frecuentes fraudes que los capitanes, generales y almirantes cometían. El coste económico era similar, sin embargo, las circunstancias de las pérdidas se estimaban que eran mucho menos deshonrosas. Y casos se cuentan por decenas. En 1617 el capitán Alonso de Contreras, de la Orden de San Juan, hundió el galeón Nuestra Señora de la Concepción en la bahía de Cádiz, al chocar con uno de los escollos más conocidos –el bajo del Diamante- y en unas condiciones climáticas y náuticas de calma absoluta. Las pérdidas se estimaron en 40.000 ducados pero el reo salió absuelto12. Veintitrés años después se produjo un hecho parecido. En este caso el general Rodrigo Lobo, aconsejado por su inexperto hijo Diego Lobo, contradijo la opinión del práctico y encalló el galeón San Bernardo en aguas de Cartagena de Indias. Pese al desaguisado, ni el general ni su hijo fueron castigados13.

Igual de permisivo se fue con los generales y capitanes que defraudaban, cargando en sus barcos de guerra mercancías con las que contrabandeaban por aquí y por allá. Incluso, algunos capitanes generales de la Armada Real de Galeras se enriquecieron ilícitamente, cobrando íntegramente la cuantía que la Corona les daba para mantener y armar la escuadra y después escatimando hasta límites insospechados en provisiones y pertrechos. Así, por ejemplo, Garci López de Arriarán, llegó a establecer toda una trama contrabandística, utilizando como tapadera a la propia Armada. No fue el único, pues el famoso Álvaro de Bazán “El Viejo”, señor de Santa Cruz, se hizo rico transportando mercancías en sus galeones, con el privilegio de navegar fuera de las flotas y con la ventaja impagable de arribar a los puntos de ventas antes que nadie14. Pero el caso más llamativo fue el del capitán general Mosen Berenguel de Olmos que, para embolsarse todo el dinero que la Corona le abonaba, tenía las galeras sin abastecimiento y mal pertrechadas. En una información presentada sobre su actuación todos los testigos fueron unánimes al denunciar las atrocidades cometidas por Berenguel. Uno de los declarantes manifestó que era vergüenza de Dios y del mundo tener las galeras tan mal aderezadas15. Al parecer, se negaba a perseguir a los enemigos y a dispararles tiros de bombarda para ahorrar artillería, mataba de hambre a la tripulación, e incluso, se negaba a socorrer a náufragos españoles. No se trataba de cobardía sino de codicia. Pero su caso fue tan exagerado y flagrante que acabó ante los tribunales. Salvó su vida, pero dio con sus huesos en la cárcel, obligándosele además a abonar 20.000 ducados de fianza.

En 1578 se procesó al maestre de uno de los galeones de la Armada de la Guarda de las Indias, cuyo general era Cristóbal de Eraso. Se trataba de un tal Juan Andrés que tuvo la brillante idea de robar del barco versos, lombardas, ollas y otros pertrechos y venderlos al mejor postor16. Tras unas breves pesquisas se obligó al torpe ladronzuelo a devolver el importe de lo robado y asunto zanjado.

 

3.-LOS SUCESOS PROTAGONIZADOS POR MARTÍNEZ DE ARCILLA

El capitán Pedro Martínez de Arcilla, en el momento de enrolarse en la flota del Mar Océano, contaba con tan sólo 24 años17. Era casi un adolescente, vecino de San Sebastián e hijo del licenciado Juan Pérez de Arcilla, mayordomo de la artillería y municiones de San Sebastián y Fuenterrabía. Pertenecía, pues a una familia vasca acomodada.

El 20 de marzo de 1565, Pedro Menéndez de Avilés firmó un asiento para colonizar La Florida18. Realmente, su principal cometido era expulsar de allí a un grupo de franceses, encabezados por Jean Ribault, que se habían establecido allí de forma permanente. Desde 1567 estaba el avilense buscando apoyos para aprestar su armada en los puertos vascos19. En Portugalete estaba fondeada la flota del adelantado de la Florida y gobernador de Cuba20, compuesta por 14 galeones.

Juan Pérez de Arcilla fue el encargado de proveer la armada de pólvora, arcabuces y morriones21. La primera pregunta que nos asalta: ¿por qué Pedro Menéndez de Avilés nombró por capitán a un joven de 24 años poco experimentado en las cosas de la mar?, Bueno, habría que hablar de varios factores: primero, podría ser poco experto pero en aquella época donde la esperanza de vida era tan baja, nadie pensaba que un hombre de 24 años fuese demasiado joven para nada. El mismísimo Pedro Menéndez de Avilés con 29 años fue por general de la flota que partió de Sanlúcar de Barrameda, en septiembre de 154822. Segundo, el muchacho cumplía con el requisito de nobleza, hecho que, como ya hemos afirmado, se consideraba un elemento casi determinante en la elección del candidato. Y tercero, el influyente licenciado Pérez de Arcilla, debió hacer el resto, presionando al insigne marino avilense. Fue muy generoso en el suministro de armas y pólvora para la escuadra y, asimismo, reclutó personalmente a una veintena de marinos experimentados que asalarió para ir en el barco capitaneado por su vástago23.

Jurado su cargo y pertrechada la armada, partió de Portugalete con destino a Sevilla para a continuación partir para La Florida. La armada hizo varias escalas, la primera en Gijón donde estuvo fondeada ocho días. Luego se detuvo tres días en el puerto portugués Cascais. Fue en esta plaza lusa donde comenzaron unos contratiempos que a la postre darían lugar a la pérdida de los tres galeones, incluido el de Pedro Martínez de Arcilla. Efectivamente, antes de partir, el capitán general recibió rumores de que había cerca cuatro barcos sospechosos de ser enemigos. Para no perder tiempo, decidió zarpar él hacia el sur con el grueso de la flota -11 galeones- y enviar a los tres galeones restantes a buscar e identificar a estos supuestos enemigos. Los navíos designaron fueron los comandados por los capitanes Martínez de Arcilla, Ojeda y Mendaro.

Al final, resultó ser una falsa alarma, por lo que los tres galeones decidieron seguir los pasos de la flota de Menéndez de Avilés para reunirse con ellos y proseguir su viaje, hacia Sanlúcar de Barrameda y Sevilla primero y, luego, para el Caribe con, escala en las islas Canarias. Por el camino, se encontraron unos buques mercantes españoles que les informaron que más adelante iba la gran armada de Menéndez de Avilés. Lo que no esperaban fue, la impresionante armada turca con la que se toparon el domingo 5 de septiembre de 1568. Estaba formada por un total de 25 o 26 velas, de las cuales 14 eran galeras y galeotas de combate y unos 11 o 12 eran navíos auxiliares de menor porte. Ello ocurrió a la altura de un paraje costero denominado las Arenas Gordas. Una zona pantanosa y boscosa que mantiene actualmente este topónimo en la costa este onubense. Los testigos fueron unánimes al decir que el ataque se produjo en alta mar pero a la vista de la playa de las Arenas Gordas, ubicadas, a unas 4 o 5 leguas de Sanlúcar de Barrameda.

Obviamente, los turcos, viéndose muy superiores, iniciaron inmediatamente el ataque. Eran aproximadamente las 21:00 horas, cuando una parte de la armada turca se fue hacia el galeón que iba delante en la formación, es decir, el del capitán Ojeda. Éste tan sólo fue capaz de resistir una hora y media, rindiéndose a las 22:30. Y la pregunta que se plantearon los propios jueces que juzgaron el caso: ¿por qué los capitanes Mendaro y Arcilla no acudieron en su ayuda?, ellos alegaron que no pudieron porque la mar estaba en calma, no soplaba viento y, aunque tenían remos en las bodegas, estos estaban inutilizados por falta de bancos y de alcayatas para fijarlos. Tampoco dispararon su artillería porque estaban a una distancia de media legua y no los alcanzaban. Y debía ser verdad, porque igual que no tuvieron viento para acudir en su ayuda tampoco lo tuvieron para huir. El galeón de Mendaro, pese a que Arcilla le pidió que se atase a él para defenderse mejor, éste hizo caso omiso se acercó a la playa y embarrancó.

Hasta las 12 de la noche los turcos no dieron alcance al galeón Santa María, capitaneado por el donostiarra. En ese intervalo de tiempo el capitán Arcilla tuvo tiempo para arengar a sus hombres para que defendiesen sus vidas y el barco con honor. Dijeron los testigos que estuvo andando con su espada y rodela de un lado a otro del galeón para dar más ánimo a la gente y esforzarla. Algún testigo llegó a afirmar que, siendo las fuerzas tan superiores, nadie hubiese luchado de no ser por la arenga que les hizo su capitán24. Varios testigos, declararon que el capitán Arcilla no se portó como el muchacho que era sino como un animoso y valiente capitán. Como era de esperar el Santa María fue alcanzado a las 12 de la noche, iniciando un recio combate que se prolongó hasta las 5 de la mañana. Es decir, estuvieron combatiendo contra fuerzas infinitamente superiores por un espacio de 5 horas.

El gran problema para Martínez Arcilla llegó precisamente a esa hora, cuando muerta gran parte de su tripulación, incluidos los artilleros, decidió abandonar el barco con los que todavía se podían valer por sí mismos. Dejó en la cubierta a 36 compañeros muertos y a unos 52 o 53 heridos graves. La mayoría víctimas de arcabuzazos o de tiros de piedra que efectuaron las galeras turcas. Los heridos más graves fueron tristemente abandonados a su suerte, mientras el capitán Arcilla y otros 14 supervivientes abandonaban el barco a bordo de una chalupa. Entre esos supervivientes figuraban Domingo de Anizqueta, un clérigo presbítero de unos 28 años que iba en el galeón y que salió absolutamente indemne. Seguramente sus hábitos le permitieron estar escondido en lo más recóndito y seguro del galeón. También se citan a los marineros Miguel de Arizmendi y Pascual de Areyceta que no pudieron personarse en el proceso porque se habían enrolado en una flotilla que fue a pescar a Terranova, no esperándose su regreso hasta Navidad. Otros de los sobrevivientes fueron Domingo Arnal, Miguel de Goyaz y un paje que se llamaba Mateo.

Esos fueron básicamente los hechos. El capitán Arcilla actuó con diligencia hasta las 5 de la mañana y lo pudo probar. Combatió y lo hizo durante muchas horas y con todas sus energías. El gran problema ocurrió a partir de las 5 de la mañana cuando Arcilla, ya perdido, decidió salvar su vida, poner tierra de por medio, y abandonar a su suerte a los heridos.

 

 

4.-LA CONDENA

Como es bien sabido, en el Antiguo Régimen a diferencia de lo que ocurre hoy, la inocencia había que demostrarla. Por ese motivo, nada más conocidos los hechos, el capitán guipuzcoano fue apresado y llevado a la cárcel de la Corte. Para que preparasen su defensa, el 11 de agosto de 1568 otorgó poderes a su padre, Juan Pérez de Arcilla, a su hermano del mismo nombre y a Francisco de Guernica, todos ellos vecinos de San Sebastián.

El fiscal pedía la pena máxima, es decir, la pena de muerte, acusándolo de perder un barco de Su Majestad que costaba unos 40.000 ducados por cobardía. Sin embargo, cinco horas de defensa bizarra del buque ponían en duda esa supuesta actitud medrosa que se le imputaba. La defensa lo pudo demostrar con solvencia porque los hechos no dejaban lugar a la duda.

Además plantearon otras incógnitas. La más importante, consistió en cuestionar la actuación del general de la armada Pero Menéndez de Avilés. Realmente fue un error separar su gran armada y enviar a tres de sus galeones a verificar si los cuatro navío avistados eran o no enemigos. Había muchos rumores sobre presencia de turcos en las costas peninsulares. Era correr un riesgo innecesario. Incluso en caso de que los enemigos no hubiesen sido una armada de 37 velas sino sólo los cuatro navíos avistados, iban en inferioridad numérica. Máxime cuando el propio Menéndez de Avilés había promovido que todos sus barcos fuesen en conserva hasta la Florida25. También cuesta creer que la gran armada de Avilés que viajaba unas pocas leguas delante de los tres galeones no avistara la enorme armada enemiga. Por otro, lado, mucho más cuestionable fue la actuación del capitán Mendaro que viajaba muy cerca de Arcilla. No sólo no aceptó unir sus fuerzas sino que enfiló su galeón rumbo a la costa, encallando el navío y dejándolo a merced de los enemigos. No sabemos qué pudo pasar con este capitán porque el juicio no aporta ni un solo dato al respecto. Pero está claro que su actuación fue muchísimo más irregular que la del capitán Arcilla.

Quedó bien demostrado por la defensa que el capitán Martínez de Arcilla no acudió en defensa de Ojeda porque no pudo. Y prueba de ello era que su galeón apenas se movió de su sitio. Ni tuvo aparejo para acudir en ayuda de su compañero ni tampoco para emprender la huída. De hecho a las 22:30 tomaron el galeón del capitán Ojeda y tan sólo una hora y media después, es decir a las 12:00 estaban atacando de lleno el galeón Santa María del capitán Arcilla. Éste además estuvo apercibiendo a sus hombres para el combate, preparando la artillería y despejando la cubierta. Su resistencia fue brutal, pues resistieron la acometida de un buen número de galeras y galeazas nada menos que durante 5 horas. Toda una eternidad.

Hasta ahí bien. El problema fue que a partir de las 5 de la mañana del lunes 6 de agosto, viendo Arcilla que todo estaba perdido decidió salvar su vida y huir, dejando abandonados a su suerte a los heridos más graves. Y digo que el problema comenzó ahí porque una de las grandes máximas de todas las armadas del mundo siempre ha sido que, en caso de siniestro, el capitán es el último que debe abandonar el barco y no el primero. Al joven Arcilla se le exigía que diese su vida y que muriese junto a sus hombres. No fue capaz de semejante renuncia; a sus 24 años no se sintió preparado para engrosar la extensa lista de valientes que a lo largo de la Historia sacrificaron su vida por la patria.

Demostró valentía pero no hasta el punto de entregar su vida. Llegados a este punto, cabría preguntarse: ¿fue reprochable su actitud? Absolutamente comprensible desde el punto de vista actual. Pero también los jueces del Consejo debieron sensibilizarse con la decisión del joven capitán de salvar su vida. De hecho, en la primera sentencia se le conmutó la pena de muerte por una condena severa en primera instancia, y tras su apelación, por una condena prácticamente simbólica. La primera sentencia, dada en Madrid el 2 de abril de 1569, le condenó a la privación perpetua del cargo de capitán, a servir gratuitamente durante seis años en las galeras reales y al pago del coste del galeón26. Había salvado la vida pero la condena seguía siendo extremadamente dura, especialmente en lo concerniente a la privación perpetua de su rango.

Pero, como ya hemos afirmado, la defensa apeló. Su representante en la Corte, Sebastián de Santander solicitó un nuevo plazo para hacer una nueva probanza que le fue aceptada por una Real Cédula, expedida en Madrid el 12 de julio de 156927. El 14 de noviembre de ese mismo año conseguían por fin una sentencia mucho más favorable. La privación del cargo de capitán sería sólo por seis años y el servicio en galeras de tan sólo dos28. Parecía una sentencia justa, teniendo en cuenta que no se pudo probar su cobardía ante el enemigo, sino tan sólo su humana decisión, in extremis, cuando todo estaba perdido, de no morir junto al resto de su tripulación.

Tanto la familia como el propio encausado recibieron la nueva sentencia con enorme satisfacción. No sólo había salvado la vida, sino también su honor. Volvería a la mar, y lo haría conservando su rango de capitán. Y como lo importante era saldar cuanto ante su deuda con la Corona, no tardó en incorporase a la Armada Real de Galeras. El 12 de enero de 1570, tan sólo dos meses después de la sentencia, se personó en Gibraltar y se puso a las órdenes de Sancho Martínez de Leyva, capitán general de la Armada Real de Galeras29.

 

APÉNDICE DOCUMENTAL

 

APÉNDICE I

 

Sentencia en el pleito contra el capitán Martínez de Arcilla, Madrid, 2-IV-1569

 

“En el pleito que es entre el licenciado Gamboa, fiscal de Su Majestad en este Consejo Real de Indias, de la una parte, y el capitán Pero Martínez de Arcilla, preso, y Sebastián de Santander, su procurador, en su nombre, de la otra, sobre la acusación contra él puesta por el dicho fiscal: fallamos que el dicho licenciado Gamboa, fiscal de Su Majestad, probó su acusación y demanda en lo que de yuso era contenido, dámosla y pronunciámosla cuanto a ello por bien probada y que el dicho Pero Martínez de Arcilla no probó sus excepciones y defensiones, dámosla y pronunciámoslas por no probadas. Por ende que, por la culpa que del dicho proceso contra él resulta, le debemos de condenar y condenamos en privación perpetua del oficio de capitán y a que sirva en la de gentilhombre y sin sueldo a su costa seis años en las galeras de Su Majestad y no lo quebrante so pena de servirlo doblado y envíe testimonio de cómo se presenta en las dichas galeras dentro de cuarenta días de cómo le fuere notificada la carta ejecutoria de esta nuestra sentencia. Y más le condenamos en el valor del dicho galeón de que fue capitán, con la artillería y municiones y jarcias y la demás hacienda de Su Majestad que en él iba, y por esta nuestra sentencia definitiva así lo pronunciamos y mandamos con costas. El doctor Vázquez, el doctor Luis de Molina; el licenciado Salas; doctor Aguilera; el doctor Francisco de Villafañe; el licenciado Maldonado.

Dada y pronunciada fue esta sentencia por los señores del Consejo Real de las Indias que en ella firmaron sus nombres, en la villa de Madrid, a dos de abril de mil y quinientos y sesenta y nueve años. Diego Encinas, digo, yo el licenciado Gamboa, fiscal de Su Majestad que se me notificó esta sentencia en veinticuatro de abril del dicho año. Ha de firmar el señor don Gómez Zapata”.

(AGI, Justicia 1182, N. 3, R. 1)

 

 

APÉNDICE II

 

Sentencia definitiva en el pleito contra el capitán Martínez de Arcilla, Madrid, 14-XI-1569.

 

“En el pleito entre el licenciado Gamboa, fiscal en este Consejo Real de Indias, de la una parte, y el capitán Pero Martínez de Arcilla, preso en la cárcel Real de esta corte, y Sebastián de Santander, su procurador en su nombre de la otra: fallamos que la sentencia definitiva en este dicho pleito dada y pronunciada por nos los del Consejo Real de las Indias de que por ambas las dichas partes fue suplicado en cuanto por ella condenados al dicho Pero Martínez de Arcilla en privación perpetua de capitán y a que sirviese a Su Majestad de gentil hombre en las galeras a su costa y sin sueldo alguno por tiempo y espacio de seis años fue y es buena, justa y directamente dada y pronunciada y que sin embargo de las razones a manera de agravios contra ella dichas y alegadas la debemos confirmar y confirmamos en grado de revista con que la condenación perpetua del dicho oficio de capitán sea y se entienda ser en seis años y no más y la condenación de los seis años de galeras sea en dos años y no más. Y en todo lo demás contenido en la dicha nuestra sentencia, atento lo nuevamente alegado y probado en este grado de suplicación, la debemos revocar y revocamos. Y haciendo justicia debemos absolver y absolvemos al dicho Pedro Martínez de Arcilla de la demanda contra él puesta sobre lo susodicho por el dicho fiscal y por esta nuestra sentencia definitiva en el dicho grado de revista así lo pronunciamos y mandamos sin costas. El doctor Vázquez, doctor Aguilera, el licenciado Botello Maldonado, el licenciado Otalora.

Dada y pronunciada fue esta sentencia por los señores del Consejo Real de las Indias que en ella firmaron sus nombres en Madrid, a catorce de noviembre de mil y quinientos y sesenta y nueve años. Diego de Encinas. Este dicho día lo notifiqué a Sebastián de Santander, de nombre de su parte, en su persona, la cual dijo que lo oye”.

(AGI, Justicia 1182, N. 3, R. 1)

 

 

APÉNDICE III

 

Certificado del contador y del veedor de las galeras de España de que el capitán Martínez de Arcilla sirve en ellas desde el 12 de enero de 1570, s/f.

 

“Yo Francisco de Arriola, contador de las galeras de España, y Nicolás de Pinares que sirvo el oficio de veedor de ellas por Andrés de Alva, habemos fe como en doce días de este presente mes de enero de quinientos y setenta se presentó en esta ciudad de Gibraltar, ante el muy ilustrísimo señor don Sancho Martínez de Leyva, capitán general de las dichas galeras de España por Su Majestad y del nuestro Consejo, Pedro Martínez de Arcilla, hijo del licenciado Arcilla, natural de San Sebastián, y asimismo (trajo) una sentencia firmada de Diego de Encinas escribano del Consejo de Indias, habitante en la ciudad de Madrid, por la cual parece que lo condenaron por dos años sin sueldo a servir como gentilhombre en las galeras de España y que no los quebrantase so pena de servirlos doblados, los cuales comienzan a correr desde el dicho día y a petición de Pedro Martínez de Arcilla y lo firmamos de nuestros nombres.”

(AGI, Justicia 1182, N. 3, R. 1)

1 Si la violada en cuestión era musulmana la pena era mínima y siempre pecuniaria. Solamente, en el caso de la víctima fuese una casada cristiana estaba peor visto socialmente y las penas solían ser más contundentes. Tanto que se solía castigar con la pena de muerte, aunque rara vez se llegaba a ejecutar. Y ello porque “para los hombres medievales aplicar la pena de muerte a un violador se consideraba algo desmesurado…”. Además, la victima debía escenificar su gran sufrimiento para ser creída porque estaba muy arraigada la idea de que la mujer sentía un deseo irrefrenable. Por tanto, en la praxis, lo más normal era que el violador obtuviese el perdón total, alcanzando un acuerdo con la familia. A veces todo acababa cuando se conseguía que el trasgresor se desposase con su victima. En otros casos, la amnistía llegaba desde la Corona, a cambio de algún servicio. Sobre todas estas cuestiones puede verse el excelente y detallado trabajo de RODRÍGUEZ ORTIZ, Victoria Historia de la violación. Su regulación jurídica hasta fines de la Edad Media. Madrid, Comunidad de Madrid, 1997.

 

2 A lo largo de la documentación se cita indistintamente Martínez de Arcilla, de Ercilla o de Hercilla. Hemos optado por unificar todos a Arcilla por dos motivos: primero, porque parece que es la acepción que más se repite. Y segundo porque hemos consultado documentación sobre su padre que siempre aparece citado como Juan Pérez de Arcilla. Pero conste que Arcilla y Ercilla son dos apellidos distintos, con escudos de armas diferentes, el primero de origen guipuzcoano y el segundo vizcaíno. Véase, por ejemplo: GONZÁLEZ-DORIA, Fernando: Diccionario heráldico y nobiliario de los reinos de España. Madrid, Editorial Bitácora, 1987, Págs. 410 y 525.

3 PÉREZ-MALLAÍNA BUENO, Pablo E.: Los hombres del océano. Sevilla, Diputación Provincial, 1992, Pág. 92.

4 VEITIA LINAJE, José de: Norte de contratación de las Indias. Madrid, Ministerio de Hacienda, 1981, Pág. 6. También en THOMAZI, Augusto: Las flotas del oro. Historia de los galeones de España. Madrid, Editorial Swan, 1985, pág. 65.

5 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: “El suplicio de don Juan de Benavides. Un episodio de la historia sevillana”, en Sociedad y mentalidad en la Sevilla del Antiguo Régimen. Sevilla, Biblioteca de Temas Sevillanos, 1983, Pág. 81.

6 Part. II, Tit. XXIV, Ley. 10. Las Siete Partidas del Sabio Rey don Alfonso X, T. I. Barcelona, Imprenta de Antonio Bergnes y Cª, 1843, Pág. 894.

7 Part. II, Tit. XXIV, Ley. 1. Ibídem, Pág. 889.

8 Datos sobre este caso pueden verse en DOMÍNGUEZ ORTIZ: Ob. Cit., Págs. 69-90. FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo: Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Madrid, Museo Naval, 1972, T. IV, Págs. 95-106. PÉREZ MALLAÍNA BUENO, Pablo Emilio: El hombre frente al mar. Naufragios en la Carrera de Indias durante los siglos XVI y XVII. Sevilla, Universidad, 1997, Págs. 123-124 y MORENO FRAGINALS, Manuel: España-Cuba, Cuba-España. Historia común. Madrid, 2006.

9 DOMÍNGUEZ ORTIZ: Ob. Cit., Pág. 81.

10 Ibídem, Pág. 82.

11 FERNÁNDEZ DURO: Ob. Cit. T. IV, Pág. 106.

12 PÉREZ-MALLAÍNA: El hombre frente al mar…, Págs. 128-129.

13 Ibídem, Pág. 130.

14 Sobre estos aspectos puede verse el interesante estudio de MARTÍNEZ DE SALINAS ALONSO, María Luisa: “Los negocios indianos de don Álvaro de Bazán”, en IX Congreso Internacional de Historia de América. Badajoz, Editora Regional de Extremadura, 2002, T. II, Págs. 315-320.

15Información tomada contra Mosen Berenguel de Olmos. AGS, Guerra y Marina 1, N. 143.

16 Información sobre el robo de artillería en la Armada de la Guarda de las Indias, 1578. AGI, Patronato 269, N. 1, R. 18.

17 Todos los datos sobre Pedro Martínez de Arcilla proceden del proceso desarrollado en Madrid en 1569 y cuyos documentos se conservan en AGI, Justicia 1182, N. 3, R. 1.

18 Asiento con Pedro Menéndez de Avilés para poblar La Florida, 1565. AGI, Patronato 257, N. 1, R. 3. Publicada en VAS MINGO, M. del: Las capitulaciones de Indias en el siglo XVI. Instituto de Cooperación Iberoamericana, Madrid, 1986, pp. 405-412.

19 El general Pedro Menéndez de Avilés pide socorros para aprestar su armada, 1567. AGI, Patronato 257, N. 1, R. 5.

20 Pero Menéndez era una de los marinos más experimentados de la España de la época. Nacido en Avilés en 1519, desde adolescente se sintió llamado por la carrera naval. Con 14 años servía ya como grumete en un navío, luchando contra los corsarios franceses. En 1554, cuando sólo contaba con 35 años fue nombrado capitán general de las flotas de Indias, zarpando, el 15 de octubre de 1555, al frente de una gran flota con destino a Nueva España. Desde entonces alterno viajes como capitán general de la Flota de Nueva España o de la Armada de la Carrera.

21 Real Cédula al licenciado Juan Pérez de Arcilla para que remita 1.000 arcabuces y otros tantos morriones para la gente que se está juntando en Sevilla para ir a la Florida con Pedro Menéndez de Avilés, Segovia, 6 de septiembre de 1565. AGI, Indiferente General 738, N. 74. Real Cédula al licenciado Juan Pérez de Arcilla para que suministre pólvora a la armada de Pedro Menéndez de Avilés, El Escorial, 30 de octubre de 1568. AGI, Filipinas 339, L. 1, fols. 9r-9v.

22 CHAUNU, H. y CHAUNU, P.: Séville el l`Atlantique (1504-1650), T. II. Librairie Armand Colin, París, 1955-56, p. 418.

23 Obviamente los embarcó en el galeón asignado a su hijo, el San Matías. Sin embargo, Menéndez de Avilés los sacó de él y los pasó al suyo con la promesa de que en las islas Canarias, antes de cruzar el Atlántico, se los devolvería. Este fue uno de los argumentos que utilizó posteriormente la defensa del joven Pedro Martínez de Arcilla para intentar hacer recaer las culpas sobre el general de la armada.

24 La arenga a las tropas por parte de los capitanes y generales ha sido una constante a lo largo de la Historia de la guerra. La tropa sin rango, y sin un especial sentido del honor, sólo se dejaban la piel luchando si alguien les daba buenas razones para hacerlo. Un buen discurso patriótico antes de entrar en combate era una de las funciones más importantes de todo buen capitán.

25 Expediente promovido por Pedro Menéndez de Avilés para que todos sus barcos fuesen dentro de la flota, 1568. AGI, Patronato 19, R. 24.

26 Véase el apéndice I.

27 Receptoría a favor de Pedro Martínez de Arcilla, Madrid, 12 de julio de 1569. AGI, Patronato 292, N. 3, R. 79.

28 Véase el apéndice II.

29 Véase el apéndice III.

ESTEBAN MIRA CABALLOS

PEDRO MENÉNDEZ DE AVILÉS DISEÑÓ EL MODELO DE FLOTAS DE LA CARRERA DE INDIASY EL MODELO DE FLOTAS

 

 

1.-INTRODUCCIÓN

La navegación en conserva o en convoy tenía una larga tradición, ideada para minimizar los daños causados en caso de accidente o de avería y, sobre todo, para defenderse del bandidaje. De hecho, ya en las Cortes de Toledo de 1436 se recomendó que la navegación a Flandes se hiciese en pequeñas flotas para evitar así los daños que hacían los corsarios.

            Desde los albores de la colonización española en América, se empezó a vislumbrar la navegación en convoy como el único sistema naval viable. La larga travesía en el océano, las tormentas y, sobre todo, el corsarismo evidenciaron que los barcos sueltos o los pequeños convoyes eran víctimas fáciles. Navegando en conserva se minimizaban considerablemente los posibles daños. Obviamente, también tenía sus inconvenientes, aunque menores. El más importante de todos, las interminables esperas tanto en puerto, como en la mar, pues, como escribía Pedro de Medina en 1563, aunque tengan las mismas velas, e incluso menos velamen, unos navíos “andan más que otros”1

           Por ello, ya entre 1522 y 1561, se utilizó usualmente este tipo de navegación. Era un sistema pensado originalmente para tiempos de guerra pero que, ante la omnipresencia del corsarismo, terminó siendo una práctica casi permanente. En 1522, encontramos la primera gran flota, formada por ocho buques mercantes y dos navíos de armada, formaciones que viajaron esporádicamente a América, con distinto número de buques, en años posteriores como 1537, 1540 o 15432.

         Pero durante décadas, la navegación en flotas fue simplemente una praxis, sin ningún tipo de regulación legal. Por fin, en agosto de 1543, quedó legislado que, mientras durase la guerra con Francia, todos los barcos que fuesen a las Indias lo debían hacer en alguna de las dos flotas anuales que se pensaban despachar, una en marzo, y otra, en septiembre. Todos estos convoyes debían estar formados por al menos diez bajeles, y todos ellos de un porte mínimo de 100 toneladas3. Por tanto, quede bien claro que fue en 1543 cuando se reguló por primera vez el modelo de navegación en flotas, aunque diseñado exclusivamente para el período que durase la guerra con Francia.

         Por este carácter eventual con el que nació y por la escasa rigurosidad que hubo en su aplicación, la navegación se caracterizó en estos años por la espontaneidad y la improvisación. De hecho, según Antúnez y Acevedo, las ordenanzas de 1543 y de 1554 tan solo hacían alusión a "la ocurrencia casual de un número determinado de buques mercantes, que salgan unidos y naveguen juntos a arbitrio de los capitanes de cada uno, y sin subordinación de todos a uno, ni formar cuerpo y armada o escuadra"4. Además, hubo bastante permisibilidad con aquellos buques que, reuniendo los requisitos establecidos en las ordenanzas, quisieron viajar al margen de la flota. En 1552, incluso, por consejo del capitán Diego López de Roelas, se abolió la obligación de viajar en convoy. Dicha revocación duró muy poco porque tan sólo un año después fue restablecida, aunque especificando nuevamente que sería mientras durase la guerra con los franceses5.

        En definitiva, en los años previos a 1561-1564, en que se legisló definitivamente el sistema de flotas, hubo una política naval caracterizada por la improvisación. En ese ambiente, aparecieron un conjunto de memoriales y propuestas para crear un sistema de navegación eficiente. El corsarismo lejos de disminuir iba aumentando y, por tanto, la necesidad de acertar con un modelo realmente eficaz era cada vez más perentoria. Desde poco antes de mediar el siglo estaban viendo la luz numerosos proyectos, diseñados por los más prestigiosos marinos de la época.

     Entre 1548 y 1549, Álvaro de Bazán “el Viejo” presentó nada menos que cuatro proyectos, en los que pretendía prácticamente el monopolio de la navegación indiana por sucesivos asentistas, siendo él, por supuesto, el primero. Irían tres flotas anuales protegidas cada una de ellas por un galeón y dos galeazas, propiedad del asentista. Pese a que la Corona accedió y firmó el correspondiente asiento, el 14 de febrero de 1550, nunca llegó a ponerse en práctica por la oposición del Consejo de Indias y, sobre todo, del Consulado sevillano6.

      Por aquellas mismas fechas, otros marinos, como el genovés Andrea Doria, Andrés de Archuleta o Bernardino de Mendoza “El Viejo” también pusieron por escrito sus respectivas opiniones sobre cómo debía ser la navegación ultramarina. Los dos primeros vertieron duras críticas al sistema de naval existente, sin plantear un modelo alternativo. Sí lo hizo, en cambio, Bernardino de Mendoza, en un memorial redactado aproximadamente a finales de 1548. En él, volvió a defender el sistema de flotas como único viable para la navegación de las Indias. Ningún buque debía tomar parte en el comercio ultramarino fuera de las flotas oficiales de la Carrera de Indias que, según su criterio, serían tres: una en enero, otra en mayo, y la última, en septiembre. En cada una de esas flotas debía ir una nave “capitana”, regida por una persona de hábil y de experiencia probada "para que recoja y lleve juntas las dichas naves hasta a donde se han de partir para seguir sus derrotas"7.

      Estos proyectos debieron ejercer su influencia, pues, ya en 1554 no se consentía bajo ningún concepto que zarpasen buques al margen de las flotas. Y su cumplimiento era tan rígido que el Emperador tuvo que autorizar personalmente la partida de cuatro navíos que iban a Cabo Verde a por esclavos porque, según decían, no se les dejaba salir de Sanlúcar, pese a que no había "nueva de corsarios"8.

       Al parecer, en 1555, se pensó en retomar un viejo y ambicioso plan de tiempos de los Reyes Católicos. Según Schäfer, el objetivo era enviar flotas de diez navíos de forma mensual o bimensual9. Tampoco en esta ocasión prosperó el proyecto porque parecía difícil poder mantener el envío ni tan siquiera de media docena de flotas anuales.

      Pues, bien, los historiadores nos encontrábamos con un dilema a la hora de explicar el origen del sistema de flotas. Hasta 1555 había acuerdo en la necesidad de establecer una estricta navegación en conserva, pero se planteaban extremos tan dispares como su monopolio por asentistas, tres armadas anuales, seis y hasta doce. Había un salto considerable entre todos estos proyectos, todavía muy alejados del modelo naval que finalmente se impondría, y su regulación legal del 16 de julio de 1561. Como es de sobra conocido, en esta última fecha apareció perfectamente constituido el sistema de dos flotas anuales: una, que partiría en enero, y otra que lo haría en el mes de agosto10. En ambos casos, la expedición llegaría unida hasta las Antillas y, a la altura de Puerto Rico se dividiría en dos, una con destino a Nueva España, y la otra, a Tierra Firme. Posteriormente, el 18 de octubre de 1564, se introdujeron varias modificaciones de consideración: la primera flota no partiría en enero sino en abril, y además, no habría partición, pues, estaría integrada exclusivamente por los buques que se dirigían a Veracruz, Honduras y las islas antillanas. En cuanto a la segunda, mantendría su fecha de salida en el mes de agosto y estaría formada por las embarcaciones que se dirigían a Panamá, Cartagena, Santa Marta y “otros puertos de la costa norte”11. Esta modificación se hizo siguiendo los consejos del Consulado de Sevilla, de la Casa de la Contratación así como de un destacado grupo de pilotos y maestres12.

        Pero, quedaba una incógnita por resolver: si en 1555 no estaba nada claro el sistema de navegación que debía aprobarse y, en 1561-1564, apareció perfectamente legislado y detallado un modelo naval que duró más de dos siglos. ¿Quién perfiló y diseñó dicho modelo? A juzgar por el memorial de 1556 que estudiaremos en las páginas siguientes, Pedro Menéndez de Avilés. Los planteamientos que él hizo fueron los que se adoptaron, con muy pocas variantes, el 16 de julio de 1561.

 

2.-¿QUIÉN ERA PEDRO MENÉNDEZ DE AVILÉS?

       Fue uno de los grandes marinos de la España del siglo XVI, junto a otros no menos ilustres como Álvaro de Bazán “El Mozo”, Marqués de Santa Cruz, Rodrigo de Portuondo, Cristóbal de Eraso, Bernardino de Mendoza o Juan Martínez de Recalde. Vivió sólo 55 años, pero su vida fue verdaderamente intensa. Nació en Avilés (Asturias) en 1519, despertando desde muy joven su pasión por la mar. Se dice que con 14 años servía ya como grumete en un navío, luchando contra los corsarios franceses13.

        Y su precocidad fue tal que, con tan sólo 29 años, viajó al frente de una flota que partió de Sanlúcar de Barrameda, en septiembre de 154814. En 1554 fue nombrado capitán general de las flotas de Indias, zarpando, el 15 de octubre de 1555, al frente de una gran flota con destino a Nueva España que no regreso a Sevilla hasta septiembre del año siguiente. En ese año y en otros posteriores, como 1557, 1562, 1563 y 1570 estuvo bien al mando de la Flota de Nueva España, o bien, de la Armada de la Carrera15. Concretamente, en 1562 comandó una extraordinaria flota de nada menos que 49 buques, 35 cargados en Sevilla y los restantes en Cádiz16

Pero, pese a su impresionante carrera al frente de las flotas de Indias, también tuvo tiempo para ejercer otras actividades, como la de gobernador y capitán general de Cuba y adelantado de la Florida. El 20 de marzo de 1565, siendo ya caballero de la Orden de Santiago, firmó una capitulación para el descubrimiento y colonización de La Florida. Realmente, su principal cometido era expulsar de allí a un grupo de franceses, encabezados por Jean Ribault, que se habían establecido allí de forma permanente17. El asturiano, tan buen soldado como marino, tardó poco en derrotar a los franceses, fundando a continuación la villa de San Agustín. Cuentan los cronistas que no tuvo piedad con los galos, pues, degolló y ahorcó a varios centenares, incluyendo al propio Ribault. Según noticias de Cesáreo Fernández Duro, colocó un letrero en los cadáveres en los que ponía: “ahorcados, no por franceses, sino por herejes luteranos”18. En 1571, volvió a colaborar en la protección de las flotas de Indias pero, en esta ocasión, desde la Florida, mandando seis galeones para escoltarlas a su paso por el peligroso mar Caribe.

Como ya hemos afirmado, este cargo de adelantado de la Florida lo compatibilizó con el de gobernador y capitán general de la isla de Cuba, al frente de la cual estuvo hasta 157319. No obstante, como no podía estar en dos sitios a la paz, colocó tenientes suyos en la isla, dedicándose por entero a su adelantamiento de La Florida.

          En 1573 fue relevado de sus cargos políticos, por lo que decidió regresar a España. En febrero de 1574 estaba a punto de partir de nuevo para las Indias, al frente de una armada, cuando Felipe II le encomendó un ambicioso proyecto. Concretamente, pretendía organizar una gran escuadra en el Cantábrico, con el objetivo de controlar la navegación en el Canal de la Mancha. El asturiano no dudó en aceptar la misión, estimando que para ello necesitaría 200 bajeles y un total de 20.000 hombres20. Por desgracia, en el puerto se desató una mortífera epidemia de tabardillo que mató a cientos de personas, entre ellos al asturiano, que falleció el 17 de septiembre de 1574.

          Su muerte fue lamentada profundamente por el propio Felipe II, pues, con razón siempre le estimó como gran marino y leal soldado. Su cuerpo fue trasladado a la parroquia de su localidad natal de Avilés21. En su vida hizo un poco de todo, además de sus cargos políticos y navales, fue un estimado constructor de barcos y un excelente cartógrafo. Construyó un buque que él mismo llamó “el galeoncete”, que los expertos consideran el precedente fallido de las futuras fragatas.

 

3.-SU PROYECTO DE NAVEGACIÓN

         Lo más interesante de su memorial era que aparecía perfectamente perfilado el sistema de flotas. Obviamente, el avilense no inventaba nada porque, como ya hemos afirmado, el sistema de navegación en convoy tenía lejanos precedentes. De hecho, hacía décadas que se estaban despachando flotas a América. Incluso, unos años antes de redactar su proyecto, se habían enviado flotas que, una vez en las Antillas, se habían dividido en dos, una con destino a Nueva España, y la otra, con dirección a Tierra Firme. Eso precisamente hizo la flota de Cosme Rodríguez Farfán, partida del puerto de Sanlúcar en enero de 1554. Y ese mismo planteamiento propone el avilense para en su proyecto.

Por tanto, Menéndez de Avilés diseña el modelo de flotas, partiendo de su propia experiencia y del conocimiento que tenía sobre el funcionamiento del sistema de convoyes en los años previos a 1556. Su gran mérito fue detallar por escrito, sistematizar, apoyar y ratificar un modelo naval que probablemente sirvió de base para legislar, pocos años después, entre 1561 y 1564, el sistema de flotas de la Carrera de Indias.

Parte de la base, de acuerdo con la mayor parte de los marinos de su época, que el único sistema viable de navegación ultramarina era el de convoyes. Y en este sentido, explicaba que el hecho de que los buques viajasen “de dos en dos y de tres en tres”, era muy perjudicial, por dos motivos: primero, porque ante tan fáciles presas siempre habría corsarios que los acometiesen. Y segundo, porque, en caso de zozobra, no habría “quien los socorriese”. Este modelo debía aplicarse de forma permanente, independientemente de que hubiese o no guerra con los galos. Hasta aquí, no observamos novedad alguna, pues ya Bernardino de Mendoza, a finales de 1548, hizo unas apreciaciones muy similares22.

         Lo realmente discutido en esos momentos era el número exacto de convoyes que debían zarpar anualmente: ¿habría dos, tres, seis o doce flotas anuales?. Menéndez de Avilés defendió la primera de las opciones, insistiendo en que ningún buque debía navegar fuera de la conserva. Y en esto, no debían permitirse excepciones porque “desordenaría” el tráfico. De manera que, aunque a los pocos días de partir la flota, estuviese preparado algún navío, no se debía autorizar su partida. Según dice, sabiendo todos los maestres y armadores que no se consentirían excepciones, todos estarían preparados al tiempo de salir las flotas.

        En cuanto a las fechas de partida proponía dos, una a principios de abril, y la otra, a primeros de octubre. En este caso sí difería tanto de lo aprobado en 1553 –enero y septiembre- como de lo establecido en 1561 -enero y agosto-. No obstante, en la modificación legal de 1564 las fechas de partida fueron mucho más cercanas a las que él propuso, es decir, abril y agosto respectivamente. Por tanto, también los tiempos propuestos por el asturiano se aproximaron bastante a las que a la postre quedaron establecidos.

        Las flotas aparecen ya denominadas como de Nueva España y Tierra Firme, con el contenido exacto que mantuvieron durante buena parte de la Edad Moderna. Menéndez de Avilés se limitó a ratificar y a consolidar dichos apelativos, pues, así se venían denominando estos convoyes, al menos desde la década de los cuarenta. Pero, tal y como quedó establecido en la ley de 1561, no habría una flota de Nueva España y otra de Tierra Firme, sino que, tanto en abril como en octubre, la flota iría junta hasta las Antillas, y a partir de allí se dividiría en dos, una con destino a Nueva España y otra, rumbo a Tierra Firme. Insta especialmente en que viajase un número suficiente de oficiales para permitir el desdoble de la flota. Incluso, detalla minuciosamente toda la oficialía: “ocho gentiles hombres y seis alabarderos y cuatro trompetas, un alférez, un sargento, un alguacil real, un clérigo, un cirujano, un pífano y un atambor que es todo veinticinco personas”. Curiosamente, destaca especialmente la importancia del atambor y del pífano, “porque las trompetas –decía- excusan mucha pólvora”.

         El mando supremo de la armada lo ostentaría el capitán general que viajaría en la capitana y gozaría de amplísimos poderes. Entre sus obligaciones figuraba, la visita de las naves de la flota antes de su partida, junto al escribano, verificando “las fuerzas y reparo y aparejos, gente y artillería y municiones que ha menester para el viaje”. Su nombramiento no debía ser sólo por un viaje sino “por el tiempo que Su Majestad fuere servido” para que, una vez regresada la flota, continuase teniendo poderes en tierra. Según el asturiano, hasta ese momento había ocurrido que los maestres, a sabiendas de que al regreso de la flota ya no tenía poder el capitán general, actuaban de forma “atrevida” y “desvergonzada”. Y finalmente pide que, en caso de proceso contra el capitán general, no tuviesen competencias los jueces de la Casa de la Contratación. Estos últimos se debían limitar a informar al Consejo de Indias para que éste instruyese y fallase el caso. De esta forma, se pretendía evitar las diferencias entre funcionarios de la Casa, cónsules, armadores y maestres sevillanos.

El segundo de a bordo sería el Almirante, que viajaría en otro navío -la almiranta- y que, una vez dividida la flota, se pondría al frente de una de ellas hasta su reunificación de nuevo en La Habana para emprender el viaje de regreso.

          Como se suponía que los navíos irían bien armados y pertrechados, en tiempos de paz no haría falta armada de custodia. Sin embargo, en caso de guerra, sí que estimaba necesario que, junto a la flota, viajase una pequeña escuadra ofensiva. Sin citarla, se estaba refiriendo a la célebre Armada de la Guarda de la Carrera que tanto protagonismo tuvo en la protección de los convoyes y que el mismo Meléndez de Avilés capitaneó en 1556, 1557 y 157023.

          Por lo demás, aborda la problemática de los navíos utilizados en la navegación ultramarina. Para cubrir las rutas indianas hacían falta “los mejores navíos que navegan por la mar”. Sin embargo, ocurría lo contrario, pues, como por las largas esperas muchos se perdían en los puertos indianos, los maestres fletaban los más viejos y maltrechos que encontraban. Tampoco en esta ocasión era nuevo el problema. De hecho, ya en las ordenanzas de navegación de 1534 se afirmó que los buques que se vendían en Sevilla eran viejos "porque hay grandes compradores y grandes precios y no se ven los daños que llevan"24. También Bernardino de Mendoza se hizo eco del problema en 1548, al afirmar que los navíos que iban a las Indias eran “flacos y mal acondicionados”25. Fuese, por la gran demanda de buques o por el temor a perderlos, lo cierto es que se solían aprestar navíos que no reunían las más idóneas condiciones para la navegación transoceánica. El asturiano tenía claro que para remediarlo se debía prohibir la visita de navíos que llevasen más de tres años en la carrera de Indias o que superasen las 400 toneladas porque “son peligrosos para el río, por haber en él muchos bancos”. El problema no se solucionó porque la crisis de los astilleros españoles adquirió tal magnitud en la Edad Moderna que, durante décadas, hubo que fletar los buques disponibles, sin mirar demasiado ni su estado, ni su arqueo.

Pero, no sólo denunció la antigüedad de los buques sino los fraudes que por codicia cometían los maestres y armadores. Según él, los maestres solían hacer reformas en los cascos para que cupiesen más mercancías, acrecentando su capacidad hasta en “un tercio”. Pero ello se hacía en grave detrimento de la estabilidad, la seguridad y la capacidad de maniobra de los bajeles. Como afirma el avilense, estos se volvían mucho más lentos –tardaban un mes más en la travesía-, la artillería quedaba inutilizada y eran “muy malos marineros al tiempo de la tormenta”. El problema, no se solucionó, perdurando esta lacra durante décadas, acaso durante siglos. De hecho, doce años después, Juan Melgarejo volvió a insistir en el engaño que solían practicar los maestres, quienes "por codicia de llevar más toneladas de mercancías y hacerlas de más porte que ellas son les hacen obras de carpintería y las alzan y hacen cubiertas y puentes y toldos, y otras obras muy dañosas, apartándose de su compás queriendo hacer sobre navíos pequeños gran volumen de que las naos vienen a ser tormentosas y no marineras"26.

Pero había otro fraude también relacionado con los barcos: los seguros. Según el avilense muchos maestres y armadores aseguraban sus barcos de tal forma que no les importaba su pérdida. Reivindicaba que se dejasen de asegurar los navíos y de esta forma para “salvar sus haciendas” los maestres se encargarían de aprestar navíos capaces de “sufrir toda tormenta y con buenos marineros y buena artillería”. Y profetizaba que si se ordenase así en veinte años los españoles serían en el mar “los mejores guerreros del mundo” y los corsarios quedarían disuadidos de venir a robar a nuestros mares.

          También, analizó el problema de la marinería, destapando el dolo que había en su contratación. No sólo era importante contar con buenos pilotos, sobre los que recaía la máxima responsabilidad en la protección de la navegación, sino también con marineros suficientes y competentes que permitieran gobernar los barcos. Meléndez de Avilés denunciaba que una buena parte de ellos eran extranjeros, pues, los maestres y pilotos afirmaban no encontrar suficientes españoles. Además, su número era insuficiente, pues los maestres y pilotos hacían pasar pasajeros por marineros, embolsándose cuantiosas sumas de dinero. Según él, los navíos no sólo iban sobrecargados sino deficiente e insuficientemente tripulados. Con respecto a lo primero pide que se busque siempre a marineros españoles, y que, si no los hubiere, se incluyan a soldados, pues, llegados el caso de presentar combate “vale un español de estos por dos extranjeros y por tres”. Para el asturiano no había mejor defensa contra las tormentas y los franceses que los tripulantes fuesen “naturales de honra y de hecho”, a ser posible “hijosdalgos”. Con respecto al fraude de hacer pasar pasajeros por marineros pide que se actúe con mano dura, confiscándole sus bienes, y desterrándolos a galeras a perpetuidad.

          Pero, el asunto era más complejo de lo que parecía, primero, porque el cargo de marinero estaba muy mal retribuido, y segundo, porque no había candidatos suficientes para abastecer a todos los buques de la carrera de Indias. De hecho en el memorial para la reformación de la Carrera de Indias, redactado por Juan Melgarejo en 1568 se volvió a repetir este mismo problema, prácticamente en los mismos términos27. Por ello, fue frecuente, al menos a lo largo del siglo XVI, la utilización de marineros extranjeros que no siempre estaban bien preparados, por lo que se decía de ellos, utilizando una expresión de la época, que no sabían "marinear los barcos". Así, encontramos desde grumetes y pajes negros, por falta de españoles, así como numerosos portugueses. Estos últimos, al menos tenían fama de ser experimentados marineros.

         Finalmente, planteó la contrariedad de los portugueses que comerciaban libremente con las Indias. No olvidemos la alianza existente entre ambas Coronas a lo largo del siglo XVI. De hecho, a lo largo del siglo XVI, los puertos de Portugal sirvieron de refugio permanente a los navíos de la Carrera de Indias y, muy especialmente, a los que venían de regreso a la Península repletos de metal precioso. Las Azores se convirtieron en una escala prácticamente obligada para las flotas de Indias. Y curiosamente, Menéndez de Avilés no denunciaba tanto el fraude económico que esto significaba para las arcas reales como su gran perjuicio para la seguridad de la navegación. Según afirma, al ir los navíos lusos fuera de la conserva eran fácil presa para los corsarios. De esta forma, eran muchos los bandidos que se animaban a proseguir sus ataques a los navíos de la Carrera de Indias.

 

4.-CONCLUSIÓN

         Este memorial de Pedro Menéndez de Avilés se inscribe dentro de esos años, previos al sistema de flotas, donde se debatió extensamente el modelo naval. El documento, conservado en los repositorios del Archivo General de Simancas, tiene un interés excepcional. Ayuda a conocer más detalladamente toda la problemática de la navegación en los años previos a la implantación legal del modelo de flotas.

         Pero, no hubiera pasado de ser un memorial más si no hubiera sido porque en él se encuentra perfectamente perfilado y desmenuzado el sistema que, “mutatis mutandis”, se estableció oficialmente a partir de 1561. Como hemos visto a lo largo de estas páginas, hasta 1555 los modelos propuestos se alejaban bastante del implantado oficialmente en la década de los sesenta. Por ello, cabe deducir que este informe sirvió para diseñar el modelo naval implantado en 1561, o al menos, influyó considerablemente.

       A nuestro juicio, Menéndez de Avilés puede considerarse el verdadero creador del sistema de dos flotas anuales regulado entre 1561 y 1564. Y ello, pese a las reformas posteriores introducidas en 1564 por sugerencia del Consulado, de la Casa de la Contratación y de un grupo de maestres y pilotos, encabezados por el capitán y maestre Juan Rodríguez de Noriega.

        Esta nueva aportación a la vida y obra de Pedro Menéndez de Avilés puede servir para situarlo, de una vez por todas, entre los grandes hombres de mar de la España del siglo XVI.

 

 

APÉNDICE I:

 

Memorial sobre la navegación de las Indias, hecho por Pedro Menéndez de Avilés28 que fue por capitán general a la Nueva España y vino de ella, año de 1556.

 

“Lo que parece al capitán Pero Menéndez que Su Majestad debe mandar proveer para que en la navegación de las Indias anden los navíos con más seguridad de lo que ha mandado hasta aquí y para que vayan y vengan con más brevedad es lo siguiente:

En la navegación de las Indias, por ser larga y trabajosa, hay necesidad de los mejores navíos que navegan por la mar y es al contrario porque navegan los más malos que hay en España por causa que todos los navíos que hacen en España, por la mayor parte, primero que se vayan a vender a Sevilla navegan por levante y poniente, los envían a vender a Sevilla navegan por levante y poniente y, cuando sus dueños entienden que están cascados y trabajados y de poco provecho, los envían a vender a Sevilla. Y allí los compran para la carrera de las Indias porque como en las Indias, por la mayor parte, dan con las naos al través por lo mucho que allá se detienen que hacen mucha costa con ellas y porque las pasa la broma (sic). Y en Sevilla, dan poco más por la nao nueva que por la vieja que hacen cuenta que pues la han de echar al través que poco les importa que sea vieja o nueva. Y por esta causa ordinariamente los que hacen navíos se aprovechan de ellos en levante y poniente antes que los lleven a vender a Sevilla y, como dicho tengo, cuando van es cuando sienten que están de poco provecho.

Ítem, por la mayor parte, los que compran estos navíos en Sevilla los sacan de sus cimientos como saben que en llegando a las Indias los han de echar al través y edificar sobre ellos muchas obras, haciéndolos mayores que por lo poco los acrecientan el tercio mayores de lo que eran. Y así les habían de acrecentar las velas para que navegasen más y, entonces, por haberlos sacado de sus cimientos, no lo sufre la quilla y costado y no pueden mantener las velas que primero tenían cuando eran de menos porte. Y de esto procede ser navíos muy zorreros en la mar, que lo que solían navegar en dos meses antes que los acrecentasen tardan más de tres y son muy malos marineros al tiempo de la tormenta y no pueden sustentar el artillería ni se guardan de ella porque penden a la banda por las muchas obras que arriba tienen y el poco cimiento de abajo. Y en el río de Sevilla la ponen dentro del navío por su orden para cuando los visitan y, en saliendo a la mar, luego la quitan donde está que es el lugar donde habían de servir y la echan debajo de cubierta donde no pueden aprovecharse de ella al tiempo que es necesario. Y quitan las jarcias y pavesadas que dan pendor (sic) y quedan desarmadas que cualquier navío los puede ofender y esto les es necesario hacer porque, como están sacados de su proporción, no pueden sufrir arriba tanta carga.

Ítem, que los marineros que en estos navíos navegan, por la mayor parte, son extranjeros y los más de ellos pasajeros que como las dichas personas quieren pasar a Indias aunque sean de las prohibidas o malhechores que andan ausentados por deudas o delitos, así de España como de todo levante y poniente, ocurren a la ciudad de Sevilla. Y los que no son marineros, se conciertan con los maestres de las naos que los reciban a marineros, o lombarderos, o grumetes, o pajes y, según la edad (y) talla que tienen, así los nombran en los oficios y los llevan. Y con estos hinchen la copia que les manda el visitador que si a una nao mandan llevar sesenta personas y la mitad de ellos entienden el oficio, la otra mitad son de los que tengo dicho. Y, salidos a la mar, donde son menester, al tiempo de una tormenta, no hay marineros que sepan navegar y por ser las naos ruines y los marineros pocos se pierden muchos navíos. Y la causa de esto es la codicia de los maestres que, como estos que van en nombre de marineros no llevan soldada, pagan cada uno de estos que van en nombre de marineros al maestre un tanto porque los dejen allá. Y también, muchos de los marineros que habían de llevar soldadas, las dejan a los maestres porque los dejen en las Indias y así procuran en la ciudad de Sevilla los maestres y dueños de naos de llevarlos para dar con ellas allá al través. Y muchas veces acontece, aunque la nao sea nueva y esté buena para volver a España, le es a su dueño más ganancia dar con ella al través que no traerla a España, por causa que si hubiese de buscar marineros para la traer le costaría más que ella vale y los que las traen. Y dejaron allá los marineros que llevaron de Sevilla y tomaron en las Indias otras para traer sus naos seguras vienen que en la contratación les pedirán cuenta de los marineros que llevara porque nunca se les pide y es causa que se quedan cada año y de cada navío más de la mitad y aun los dos tercios y de las naos quedan allá al través todas. Y por se permitir esto la más parte de la gente de Indias son extranjeros y los que son naturales son de los prohibidos que han ido como dicho tengo. Y los unos y los otros, o los más de ellos, son gente abatida y de poca honra y mala vida y, como los más, no sean españoles, no tienen el celo del servicio de su Majestad que deberían tener. Y así, en la flota de que el año pasado yo fui por capitán general, de las tres partes de gente que fueron en las naos merchantes no volvió la una, según constara por la visita que se les hizo al partir de Sanlúcar y la que se les hizo al tiempo que vinieron, que consta por las dichas visitas haber quedado de las dichas naos merchantes que fueron en mi compañía dos mil y tantas personas y de la gente que tengo dicho.

Ítem, los marineros que van para ir y volver en las dichas naos merchantes ganan de soldada las dos tercias partes más que solían ganar y la causa es que, si una nao mandan llevar sesenta marineros el maestre no lleva más de treinta, porque los treinta son pasajeros aunque van en nombre de marineros. Y reparten entre si, los treinta, todas las soldadas que habían de llevar los sesenta y el maestre goza los cohechos que los treinta pasajeros que van en nombre de marineros le dan. Y, aunque hallen la copia de marineros conforme se los manden llevar en la visita, huelgan de no los tomar y los que son marineros huelgan de ser pocos en una nao y que hincha el maestre la copia de pasajeros en nombre de marineros por ganar grandes soldadas.

Ítem, que en visitar las naos (una) segunda vez en Sevilla es causa de mucha dilación porque cargan allí y después descargadas van las a visitar si tienen aquellas cosas que les mandaron en la visita primera, lo cual toman de otros navíos por entero y hacen demostración de ello. Y de gente natural, como les fue mandado en la dicha visita primera y asiéntase esta visita según da por buena, y vuélvese (sic) a descargar la nao de las mercaderías, artillería y municiones porque es forzado que se haga para pasar los malos pasos del río. Y acontece tardar una nao en pasarlos un mes y lo ordinario es quince o veinte días, y otros quince que tarda en descargarse. Y, después, otros tantos en se volver a cargar. Y todo este tiempo están las mercaderías cargadas en barcos y se mojan y dañan y hurtan. Y, como los maestres tienen dado conocimientos de cómo recibieron las dichas mercaderías bien acondicionadas, pagan todo lo que se pierde de esta manera de los fletes de sus naos, al precio que valieron las otras mercaderías y es causa que los fletes andan tan caros. Y así, esta visita segunda no aprovecha, antes daña mucho por las razones que tengo dichas y otras muchas que habría que decir y no hay para que la hacer hasta que quieran partir de Sanlúcar.

Ítem, que de ir los navíos solos, de dos en dos y de tres en tres, se recibirá gran daño y darse ha ocasión para que, aunque haya paces, haya muchos corsarios que sabiendo que van y vienen los navíos a las Indias sin orden se codiciarán de salir al corso. Y por ir a guardar a los dichos navíos que van y vienen a las Indias, hallarán los navíos que navegan en la costa de España y harán muchas presas en ellos y, por (ha)cer paces y no ser descubiertos, tomarán las mercaderías y hacienda que llevaren y echarán los navíos con la gente al fondo como lo suelen hacer. Y, también, aunque salgan tres y cuatro navíos juntos, en saliendo la barra de Sanlúcar, cada uno va por su cabo, sin aguardar al otro y, si le acontece algún peligro de hacer agua u otra cosa, no hay quien los socorra. Y, si topan con algún corsario, luego es tomado y, por la mayor parte, los maestres de estos navíos no son señores de ellos, son maestres postizos, gente de poca manera y honra y así se dejan estar en los puertos donde llegan descuidados y con vicios, como las naos no son suyas, ni les va interés. Y en el despacharse del puerto para venirse en España, no tienen el cuidado que conviene y, por esta dilación, la broma destruye las naos y las corrompe y cuando vienen para España se pierden muchas y aun se sospecha que los maestres que las traen a cargo se les da poco y, como les va poco interés y ellos son de mala vida y fama, sospechase que ayudan a hurtar parte de lo que se escapa.

Ítem, hay ordenanzas que las naos que vienen de Indias suban con todo el oro y plata (y) perlas que traen a la ciudad de Sevilla, para que allí sean visitadas por los jueces de la Casa de la Contratación. Y, cuando aquella ordenanza se hizo, navegaban navíos de ciento y cincuenta toneles y de a doscientos y ahora navegan navíos de cuatrocientos y quinientos y pescan mucha agua y corren mucho peligro sobre el río porque como son de pequeños cimientos y muy alterosos, en tocando, luego trastornan poniendo las gavias al agua.

Ítem, era menester para que las naos naveguen en tiempo de invierno y vayan y vengan con más orden y seguridad que hasta aquí vayan cada año de Sevilla dos flotas a las Indias, la una, que salga a primero de abril, y la otra, a primero de octubre, yendo visitadas todas las naos conforme a las ordenanzas de la contratación de Sevilla. Habiendo paz no han menester armada sino que, en cada flota, vaya un general que la gobierne y que ejecute las ordenanzas de la visita y cosas tocantes a la navegación, dándole alguna autoridad para representar su oficio. El remedio que me parece se debe tener en esto es lo siguiente:

El que fuere capitán general de la flota ha de visitar en Sevilla, por su persona y por ante el escribano, todas las naos que hubieren de cargar para las Indias para ver las fuerzas y reparo y aparejos, gente y artillería y municiones que ha menester para el viaje. Y que no pueda hacer edificios ningunos en la dicha nao, más de aquellos que le fueren señalados, so pena de perder la nao y fletes. Y que, así visitada, pueda cargar en cualquier parte de la ría de Sevilla que quisiere porque la nao pequeña que pudiere bajar con la carga la tomara en la dicha ciudad de Sevilla y la nao que fuere grande y pescare mucha agua pasará los malos pasos sin carga y, después de pasados, llevaranle la carga en barcos y, de esta manera, se aprestarán las naos con harta más brevedad y seguridad y no se mojarán, ni maltratarán las mercaderías como hacen, cargándolas en la ciudad de Sevilla, y después volverlas a descargar y tenerlas dos meses cargadas en el barco.

Ítem, se podrá mandar que, pasados tres años que serán gastados los navíos que ahora navegan en la carrera de las Indias, que no puedan visitar ningún navío para cargar para Indias, habiendo navegado en levante o poniente de dos años arriba. Y esto se cuente desde el día que se botare hasta el día que fuere su dueño a pedir visita. Y, sobre ellos, no puedan hacer edificios más de los que traen sino fuere alguna cosa que forzosamente se vea que es necesario y provechoso para fortificación y seguridad de la dicha nao y mercaderías. Y, dentro de estos dichos tres años, digo se acabaran los dichos navíos que ahora navegan en la carrera de las Indias y entenderán todos esta ordenanza y procurarán de hacer navíos a posta para la navegación, que será causa que se navegará con harta más seguridad y brevedad que hasta aquí y podrán sufrir harta más tormenta y la artillería que les echaren y jarcia y pavesaduras para defensa de los enemigos.

Ítem, ha de mandar que, pasados los dichos tres años, no se pueda visitar para la carrera de las Indias navío que pasé de cuatrocientas toneladas porque estos, como no edifiquen sobre ellos, no pescarán mucho agua y, siendo mayores, son peligrosos para el río por haber en él muchos bancos y no pueden salir la barra de Sanlúcar sino con aguas vivas y, muchas veces, cuando las hay, falta el tiempo y, otras veces, cuando hay tiempo, son aguas muchas y no pueden salir por los navíos pescar mucha agua que es causa principal que los navíos se detengan mucho en Sanlúcar de que se recibe gran daño. Y para los puertos que hay en Indias y para la navegación de ida y vuelta del porte de cuatrocientos toneles como no sean mayores podrán salir la barra de Sanlúcar en todas aguas muertas.

Ítem, que al tiempo de la visita no pueda llevar ningún maestre marinero que no sea examinado por el capitán general para que no haya el fraude y engaño que hasta aquí. Y que el capitán general no consienta ir ningún marinero extranjero en la flota, poniendo pena al maestre que ha de ser privado del oficio y desterrado a galeras por diez años o perpetuamente no lleve ningún extranjero por marinero ni pasajero sin licencia, ni en nombre de marinero. Y al marinero notificarle que, so pena de ser desterrado a galeras perpetuamente y perdimiento de sus bienes, no se quede en las Indias y que se vuelva en la nao que fuere y los que fueren en naos que hubieren de dar al través entiendan que van con condición que han de volver en los primeros navíos que volvieren a España.

           Ítem, cuando se quejaren los maestres de las naos que no pueden hallar los marineros que les echaron en la visita es cierto que los hallarán y, cuando les faltare alguno, hallaran muy buenos soldados españoles que han navegado en la carrera de las Indias tres o cuatro viajes que están medio diestros. Y, para el tiempo de pelear, vale un español de estos por dos extranjeros y por tres. Y cuando viere el maestre que, faltándole marineros, el capitán general le ha de mandar llevar sobrados españoles en lugar de los que le faltan tendrá todo cuidado de los buscar y con esta orden en breve tiempo habrá muchos marineros naturales en la navegación de las Indias y muchos marineros portugueses se vendrán con sus mujeres e hijos a vivir a Sevilla y al Condado y a Cádiz y a otras partes de estos reinos. Y, con esta orden, no se quedarán tantas naos en las Indias y habrá muchos marineros que las traigan que, como vean los dueños de ellas que tienen marineros que les traigan sus naos a España sin dineros, no las querrán dejar y los fletes bajarán y, si esto no se remediase, según las naos que dejan cada año en las Indias en poco tiempo no habrá madera en España para hacer naos y se quitará que no naveguen en las Indias extranjeros, ni pasen a ella tanta gente ruin, de mala vida, como hasta aquí han pasado en las naos merchantes.

          Ítem, se debe mandar que todo el oro, plata (y) perlas que vinieren de las Indias que, como la nao que la trajere, llegada que sea, a las Forzadas, que está (a) siete leguas de Sevilla, pueda el maestre descargarlo en un barco e irse con ello a la ciudad de Sevilla (y) así entregarlo a los oficiales, porque van en un día o en una noche y en menos tiempo. Y harto más aparejo tiene el maestre de hacer lo que quisiere, yendo en la nao, que llevarlo por esta orden y las dichas naos podrán ser visitadas por la orden acostumbrada cuando llegan a Sevilla, estando presente el capitán general, para que vean la visita que se les dio al partir y vean lo que se les toma. Y, a los que no lo hubieren cumplido, ejecute el capitán general en ellos la pena en que hubieren caído, tocante a la visita y navegación, y las demás, las castiguen los jueces como tienen de costumbre.

         Ítem, que para mediado marzo se ha de mandar a los jueces de la Casa de la Contratación de Sevilla que tengan dados los registros a los maestres que han de partir con la flota que ha de salir a primero de abril y que, el capitán general, visite las dichas naos de la flota si van como conviene, pues, las ha de llevar a su cargo. Y verá si tiene las cosas necesarias que les fue echado por la visita y, al que no la tuviere, ponerles pena que las lleve o, en defecto de no las tener, dejarle en el puerto y por la mar, allegado al primer puerto ver si han cumplido lo que les fue mandado por la visita y, al que hubiese caído en la pena, ejecutadle.

         Ítem, el que fuere capitán general no ha de ser prohibido por un viaje sino que diga la cédula por el tiempo que Su Majestad fuere servido para que los maestres le tengan más temor y amor y respeto porque, como dicen que es por un viaje, será ocasión que sean atrevidos y desvergonzados y para que no se aparten de la capitana, que lo suelen hacer muy desvergonzadamente con ver que, llegados a Sevilla, no es parte para los castigar van se por donde quieren. Para esto, el que fuere capitán general por el tiempo que Su Majestad fuese servido, ha de tener en la tierra el mismo poder que tuvo en la mar, para castigar la gente de mar que fue y vino en la flota por el delito que hizo en la mar. Y han de ser ejecutadas las ordenanzas tocantes a la navegación que consta orden, ellos tendrán el amor y temor necesario para que no se aparten y anden como conviene.

         Y en los jueces de la Casa de la Contratación de Sevilla no han de ser jueces del capitán general sino fuere para, con acuerdo del prior y cónsules, (que) hagan la instrucción de lo que el dicho capitán general ha de hacer en el viaje. Y lo han de enviar a Su Majestad para que lo mande y firme porque será causa que las justicias de las Indias den más favor y ayuda para que las naos se descarguen con más presteza y brevedad porque, en ir firmadas de los jueces, las dichas instrucciones no estiman ni favorecen las justicias que están en los puertos de las Indias a los dichos generales para que con brevedad despachen sus flotas ni los maestres tienen tanto respeto a su general como debían tener. Y, si los dichos jueces de la Casa de la Contratación son informados que el capitán general que fuere con la dicha flota hace lo que no debe en alguna cosa, así en la visita principal de las naos o como la que hace en Sanlúcar o en el dicho viaje a la ida o a la venida, o disimulación de algún maestre o piloto no ejecutando las ordenanzas que, en tal caso, pueden hacer información y enviarla al Real Consejo de Indias para que, si el capitán general hiciere lo que no debe, Su Majestad le mande castigar.

          Ítem, todas las veces que viniere el tiempo que las flotas han de partir que es, como tengo dicho, la una, a primero de abril y la otra, a primero de octubre, como el general quiera salir podrá ser ciertamente para entonces, habiendo tiempo, y los navíos podrán salir de todas aguas muertas que como él se embarque en la nao que le pareciere con su persona y criados, y su almirante en otra, y se saliere la barra de Sanlúcar, mandando a los navíos que tuvieren los registros sigan la bandera, no hay más para que esperar y al que no estuviere preso está cierto que de ahí a seis meses no habrá flota. Y éste tal que se quedare, aunque de ahí a quince días esté presto para poder partir, en ninguna manera se le ha de dar licencia para poder ir solo, sino que espere la primera flota que saliere que si se abre la puerta para uno todos pretenderán lo mismo y es hacer mucho daño a los mercaderes y desordenar las flotas. Y esto se debe guardar mucho para que entiendan todos que han de estar prestos para el día señalado que la flota hubiere de salir y, el que no lo estuviere, que ha de aguardar la flota venidera. Que como todos vean que esto se ejecuta y guarda, todos se aparejarán para ir con sus flotas en conserva y dudo que por su voluntad se aparte ningún maestre, ni piloto de la capitana, entendiendo que, venidos a Sevilla, su gente les pueda castigar como en la mar. Y, este temor, les hará no ser desvergonzados como hasta aquí y tener todo temor y amor a su general.

          Ítem, el que fuere capitán general ha de llevar, para traer la autoridad que el oficio requiere y para poder ejecutar la ejecución (sic) de la justicia, los oficiales siguientes: ocho gentiles hombres y seis alabarderos y cuatro trompetas, un alférez, un sargento, un alguacil real, un clérigo, un cirujano, un pífano y un atambor, que es todo veinticinco personas. Y, el almirante, ha de llevar hasta doce para que, al tiempo que se apartare la flota de Nueva España o de la Tierra Firme, se quede alguna autoridad para que le tengan el respeto necesario, porque el cirujano y el clérigo sirven a toda el armada y el alguacil real no se puede ejecutar justicia sin él, y el alférez y sargento, de estar en ausencia de el general, ordinariamente en los navíos el atambor y pífano no se puede excusar y las trompetas excusan mucha pólvora. Y los gentiles hombres, son para que muchas hay pasiones entre maestres y pilotos en los navíos, sea uno de estos por capitán. Y, los alabarderos son para guardar la persona del que fuere general y, cualquiera nao de las que estuvieren cargadas, holgará de llevar al dicho capitán general con sus oficiales dentro de ella, sin que le paguen ningún sueldo. Y, con esta orden, me parece se navegará en la carrera de las Indias con más seguridad y brevedad y la hacienda de Su Majestad y particulares será más aprovechada e irá (a) hibernar más segura. Y de todo esto, si se provee, recibirán gran merced y contentamiento todos los que navegan y tratan en la Carrera de las Indias que no habrá ninguno que lo contradiga y el prior y cónsules desean que se haga.

         Ítem, de Portugal van muchas carabelas y navíos a las Indias y cargan las mercaderías de las que les parece que pueden haber más interés y van se a las islas de Canarias y toman algunos vinos y hacen sus registros y van se camino de las islas de Santo Domingo o de Puerto Rico o de Cuba. Estos navíos llevan todos los marineros extranjeros y pasajeros por marineros y van sin visitarles los navíos y no llevan ningún artillería, ni defensa para con el enemigo. Y, así, cualquier francés que ande en las Indias los toman, como no hallan en ellos ninguna defensa y vuelven estos navíos cargados de azúcares y cueros a Portugal y a Sevilla y Cádiz y, por el ocasión que estos dan a que los enemigos los puedan tomar, por no traer armas defensivas ni ofensivas, de codicia los franceses (han) de ir a las Indias a robar porque están ciertos harán presas y, cuando las mercaderías en estas dichas islas no tienen buen valor, los cargan en otros navíos que andan al trato, haciendo allí su registro para Tierra Firme u Honduras o Nueva España a las partes que les parece valen más y tienen sus compañías secretas. Y, lo procedido de todo esto, envían a las islas de las Azores y a Portugal y a mercaderes de Sevilla y, por esta orden, entra en Portugal cada año mucha hacienda. Y alguna vez, el maestre que trae este dinero a cargo, arriba a las Azores o a Portugal, fingiendo que el tiempo fue la causa. Y van y vienen a las Indias cuando quieren, sin aguardar flota, lo que no hacen ni podrán los de Sevilla. El remedio que en esto me parece se debe tener es lo siguiente:

         Ítem, que por el bien de las islas de Santo Domingo y Puerto Rico y Cuba y por el de las islas de Canarias, puedan cargar todas las mercaderías que en ellas hay para las dichas islas y que de una para otras pudiesen tratarse y contratarse estas dichas mercaderías, gastándose y consumiéndose en las dichas islas, so pena que el que las sacare de las dichas islas de Santo Domingo o Puerto Rico o Cuba para Tierra Firme o Nueva España u otras partes las tengan perdidas con el valor del cuatro tanto. Y, de esta manera, serán (a)bastecidas las dichas islas de bastimentos baratos y se poblarán de más gente y los vecinos que en ellas viviesen tendrán harto más contentos. Digo los comunes, porque los ricos son los que las compran y las envían a vender a las partes de Tierra Firme o Nueva España u Honduras que tienen más valor. Y, si esto no se remedia de esta manera, aunque vayan muchas mercaderías a las dichas islas no por eso dejarán de valer muy caras por la saca que suelen tener.

         Ítem, todos los navío que hubieren de cargar en las islas de Canarias para las Indias han de ser visitados en la ciudad de Sevilla, conforme a las ordenanzas de la Casa de la Contratación y que el maestre dé fianzas en la ciudad de Sevilla que no partirá de las islas de Canarias sin cumplir la visita que el capitán general le diere en la ciudad de Sevilla y que en la ida y vuelta cumplirá las ordenanzas de la dicha Casa y que, volviendo a España, aunque arribe a Portugal, vendrá con el registro a la ciudad de Sevilla para que, cuando éste no cumpliere lo susodicho, ejecuten en su fiador. Y que todos los otros navíos que navegaren en la Carrera de las Indias, no habiendo cargado en Cádiz, y habiendo cargado en otra cualquier parte, puedan ser tomadas y perdidas las mercaderías y prender sus personas y echarlos a galeras perpetuamente y esto me parece se debe remediar porque hay grande desolución (sic) en ello. Y a las islas de Canarias y Santo Domingo y Puerto Rico y Cubas (sic) será hacerlas gran merced y que, las justicias de las Indias o el que fuere capitán general de la flota o cualquier de ellos, pueda ejecutar la ordenanza que se les pusiere.

         Ítem, me parece que el remedio más acertado que se puede tener para que los navíos anden en toda España muy en orden y seguros de franceses y tormentas, que navegasen hombres naturales de honra y de hecho y muchos hijosdalgo. Que debería Su Majestad mandar que, en todos sus reinos, no se pudiese asegurar ningún navío de tormenta, ni franceses y otro ningún peligro y que las mercaderías las pudiesen (a)segurar sus dueños de todos peligros si no fuese de corsarios para que el mercader trabajase de buscar navío bien armado y con gente de hecho. Y el maestre procurara de entrar en la mar con navíos para sufrir toda tormenta y con buenos marineros y buena artillería y municiones pues esto les ha de valer para salvar sus haciendas. Y, si esto se mandase, antes de veinte años que hubiese paces, que hubiese guerras, sería la nación española por la mar los mejores guerreros del mundo y los franceses y otras naciones tendrán harto que hacer en andar seguro, navegando en sus tierras, sin venir a robar en las ajenas”.

(AGS, Consejo de Castilla 46, doc. 38).

1 MEDINA, P. DE: Regimiento de navegación. Instituto de España, Madrid, 1964, p. 123.

2Real Cédula a los oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla, Valladolid, 23 de octubre de 1543. AGI, Indiferente General 1963, L. 8, fols. 275r.-277v. Más detalles sobre estas primeras navegaciones en convoy puede verse en MIRA CABALLOS, E.: “La navegación entre España y América en la primera mitad del siglo XVI: algunas precisiones”, Revista de Historia Naval, N. 62, Madrid, 1998, pp. 68-72.

3 HARING, C. H.: Comercio y navegación entre España y las Indias. Fondo de Cultura Económica, México, 1979, p. 251.

4 Cit. en GARCÍA-BAQUERO GONZÁLEZ, A.: La Carrera de Indias: suma de la contratación y océano de negocios. Algaida, Sevilla, 1992, pp. 89-90.

5 HARING: Ob. Cit., p. 253.

6 Sobre estos proyectos de Álvaro de Bazán puede verse mi trabajo: “Controversias sobre el sistema naval con América a mediados del siglo XVI: los proyectos de Álvaro de Bazán”, Iberoamericana N. 7, Berlín, 2002, pp. 39-57.

7 Más detalles sobre este proyecto pueden verse en mi trabajo: “Hacia la configuración del sistema de flotas: el proyecto de navegación de Bernardino de Mendoza (1548)”, Revista de Historia Naval, N. 81, Madrid, 2003, pp. 7.20.

8Real Cédula a los oficiales de la Casa de la Contratación, Valladolid, 14 de enero de 1555. AGI, Indiferente General 2673.

9 SCHÄFER, E.: El Consejo Real y Supremo de las Indias. Junta de Castilla y León, Salamanca, 2003, T. II, p. 323.

10El documento original se encuentra en AGI, Indiferente General 1966, T. 14, fols. 35v-37v. Ha sido analizado en multitud de obras. Véase, por ejemplo, VEITIA LINAJE, J.: Norte de la Contratación de las Indias Occidentales. Comisión Argentina de Fomento Interamericano, 1981, T. II, p. 2 y GARCÍA-BAQUERO: Ob. Cit., p. 90.

11Real Cédula dada en Aranjuez, el 18 de octubre de 1564. ENCINAS, D.: Cedulario indiano. Ediciones de Cultura Hispánica, Madrid, 1945, T. IV, pp. 127-130.

12 Existe un primer documento fechado el 19 de enero de 1564 en que se piden dichos cambios, entre ellos que una de las flotas viaje a Nueva España y, la otra, a Tierra Firme. Posteriormente, en febrero de 1564, un grupo de maestres y pilotos, encabezados por Juan Rodríguez Noriega, redactaron un segundo y definitivo memorial. Éste aparecía con el siguiente titular: “Juan Rodríguez Noriega, maestre y capitán de seis navíos por si y en nombre de los demás maestres y pilotos de la carrera y navegación de las Indias, parece ante vuestra Alteza y besa vuestras reales manos y hace presentación de este memorial, hecho con acuerdo de los dichos maestres y pilotos, estando en su congregación y cabildo”. El original se conserva en AGI, Indiferente General 2005. Cit en SCHÄFER: Ob. Cit., T. II, pp. 324-325.

13 GONZÁLEZ OCHOA, J. M.: Quién es quién en la América del Descubrimiento, Editorial Acento, Madrid, 2003, p. 246.

14CHAUNU, H. y CHAUNU, P.: Séville el l`Atlantique (1504-1650), T. II. Librairie Armand Colin, París, 1955-56, p. 418.

15 FERNÁNDEZ DURO, C.: Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y de Aragón, Museo Naval, Madrid, 1972, T. I y II.

16 HARING: Ob. Cit., p. 264.

17 VAS MINGO, M. del: Las capitulaciones de Indias en el siglo XVI. Instituto de Cooperación Iberoamericana, Madrid, 1986, pp. 405-412.

18 FERNÁNDEZ DURO: Ob. Cit., T. II, p. 212.

19 SHÄFER: Ob. Cit., T. II, p. 460.

20 CEREZO MARTÍNEZ, R.: Las Armadas de Felipe II, Editorial San Martín, Madrid, 1988, p. 247. Noticias sobre esta armada pueden verse en una Carta del Conde de Monteagudo a Felipe II, fechada en Viena el 10 de mayo de 1574. Véase Documentos Inéditos para la Historia de España, T. CXI, p. 407.

21 Allí se puede leer su epitafio que dice así: “Aquí yace sepultado el muy ilustre caballero Pedro Menéndez de Avilés, natural de esta villa, adelantado de las provincias de La Florida, Comendador de Santa Cruz de la Zarza de la Orden de Santiago y capitán general del mar océano y de la armada católica que el señor Felipe II juntó en Santander contra Inglaterra en el año de 1574, donde falleció a los 17 de septiembre del dicho año, siendo de edad de 55 años”. FERNÁNDEZ DURO: Ob. Cit., T. II, p. 291. He actualizado las grafías.

22 MIRA CABALLOS: Hacia la configuración del sistema de flotas…, p. 14.

23 MIRA CABALLOS: Las armadas Imperiales…, p. 139.

24Ordenanzas de navegación, Palencia, 28 de septiembre de 1534. AGI, Indiferente General 1961, L. 3, fols. 164v 168r.

25 MIRA CABALLOS: Hacia la configuración del sistema de flotas…, p. 15.

26 Este memorial aparece transcrito íntegramente en mi trabajo: Las Armadas Imperiales…, pp. 193-234.

27 Véase el capítulo XI del citado memorial, titulado: “que las justicias de las indias no hacen diligencia con los pasajeros que van sin licencia, soldados y marineros que se huyen y se quedan en las indias para que los vuelvan presos a castilla antes les favorecen y consienten estar en las indias de cuya causa han pasado tantos pasajeros sin licencia de su majestad y hay tantos extranjeros en las indias de donde han sucedido tantos daños”. MIRA CABALLOS: Las Armadas Imperiales…, p. 217-224.

28 En el original, quizás por error, se cita su nombre como Pero Meléndez de Valdés.

ESTEBAN MIRA CABALLOS

 

LAS COFRADÍAS DE MAREANTES DE SEVILLA Y CÁDIZ: DISPUTAS JURISDICCIONALES (S. XVII)

 

 

INTRODUCCIÓN

Prácticamente hasta el siglo XVIII las personas no tenían rango de ciudadanos sino de vasallos y no existía el Estado del bienestar. Este último es un concepto contemporáneo por lo que, hasta entonces, toda la previsión social de los individuos se basaba en un sistema privado de contraprestaciones.

La cobertura social de los españoles en el Antiguo Régimen se canalizaba de dos formas diferentes, según se tratase de personas que habían “cotizado” o de pobres “de solemnidad”. Por ello, Rumeu de Armas habla de dos conceptos diferentes, a saber: asistencia y beneficencia1. La población común normalmente se pagaba su propia asistencia privada, a través de las hermandades y cofradías. Prácticamente todos los cabezas de familia pertenecían a algún instituto, muchos de ellos gremiales, cubriendo de esta forma cualquier eventualidad social. De esta forma obtenían una verdadera póliza de seguros que solía abarcar a todos los miembros de la misma. Por tanto, casi todas las cofradías tenían un doble cometido, el devocional y el asistencial, proporcionando a sus hermanos, por un lado, el consuelo espiritual de sus amados titulares, y por el otro, una asistencia en la enfermedad y un enterramiento digno. Por ello, las cofradías representaban una posibilidad excepcional, para muchas familias con recursos medios o bajos, de poderse inhumar dentro de un templo. Para la mentalidad sacra de la época solamente esto suponía un gran alivio en el último trance de la vida.

Todos los que participaban en las hermandades y cofradías eran mutualistas que habían cotizado durante toda su vida. Pero, ¿qué ocurría con aquellas personas que no tenían recursos para cotizar? Pues, bien, para ellos no había asistencia sino beneficencia. Y, ¿qué diferencia había? Como afirma Rumeu de Armas la asistencia era un derecho mientras que la beneficencia era una gracia o limosna2. Los enfermos, los mutilados, los pobres de solemnidad, los inválidos, los mendigos y los menesterosos en general eran considerados un submundo marginado. Se les caracterizaba siempre de forma estereotípica como delincuente, vaga, mentirosa, indigna e indeseable. Aunque en realidad no eran más que pobres que se vieron obligados a mendigar o a robar cuando la desesperación les obligaba a ello3. Estos desheredados se mantenían a duras penas de la caridad de los pudientes. Una caridad que se suponía era una virtud cristiana que debían practicar los nobles, los burgueses ricos y, sobre todo, el estamento eclesiástico, al que se le presuponía una especial humanidad.

Esta caridad cristiana se canalizaba, por un lado, de manera informal, a través de las limosnas que decenas de pedigüeños obtenían a las puertas de las iglesias o en los espacios más concurridos de cada localidad. Y por el otro, mediante la fundación de una obra pía en la que, casi siempre a través de un testamento, se dejaba un capital para invertirlos en rentas con las que invertirlas en alguna mejora social. Las obras pías eran de muy diversos tipos: de redención de cautivos, de dotación de doncellas huérfanas para el matrimonio o su profesión como monjas, de escolarización de pobres, de enterramiento de presos o de hospitalización de enfermos.

Pero, en unos casos u otros, toda la beneficencia y la asistencia sanitaria en el Antiguo Régimen se canalizaban directa o indirectamente a través de las diversas instituciones religiosas4. A veces también los concejos dotaban o contribuían con algún tipo de beneficencia pero lo hacían desde un sentimiento exclusivamente cristiano, no laicista.

 

LA ASISTENCIA SOCIAL DE LOS HOMBRES DEL MAR

Las cofradías de mareantes y, por supuesto, las de pescadores, tenían una amplia tradición medieval tanto en los territorios de la Corona de Castilla como en los de Aragón. Sus inicios se remontan al siglo XII, cuando comenzaron a aparecer algunas corporaciones de mareantes sobre todo en distintos pueblos del País Vasco y de Cantabria5. La primera de ellas fue probablemente la de San Sebastián a las que le siguieron pronto las de Laredo, Castro Urdiales, Santander y Bermeo. Años después, existían cofradías de pescadores en decenas de puertos de todo el cantábrico, desde Galicia (Vigo o Tuy), Asturias (Llanes, Avilés o Gijón) y Cantabria (Laredo, Santander o San Pedro de la Barquera) hasta el País Vasco (Lequeitio, Fuenterrabía, San Sebastián, Bilbao o Bermeo)6. Eran institutos gremiales que agrupaban a las personas dedicadas al mar, en cada villa o ciudad costera. Su poder llego a ser tal que en la Baja Edad Media llegaron a declarar guerras y firmar alianzas y paces. El propio Eduardo III de Inglaterra se quejó al rey castellano Alfonso XI por las correrías que los marinos del Cantábrico llevaban a cabo en sus costas7. Muchas de estas cofradías gremiales sobrevivieron en España hasta el siglo XIX en que fueron languideciendo, especialmente a partir de 1861 con la Ley de disolución de los Gremios8.

A diferencia de lo que ocurría con otros gremios, como el de carpinteros, que casi siempre tenían a San José de patrón, los marineros tenían advocaciones muy variadas. Dominaban quizás las dedicadas a San Pedro, pescador de profesión, seguidas de las de San Telmo y el Espíritu Santo. También encontramos algunas bajo la advocación de la Virgen, en el caso sevillano intitulada del Buen Aire y, en otros casos, del Buen Viaje. A continuación, presentamos un pequeño muestreo de las advocaciones de algunas de las cofradías de mareantes de la España Moderna:

 

CUADRO I

ADVOCACIONES DE LAS COFRADÍAS DE MAREANTES9

ASOCIACIÓN

ADVOCACIÓN

LOCALIDAD

Cofradía de mareantes

Santa Catalina

San Sebastián

Cofradía de mareantes

San Pedro

Bermeo

Cofradía de pescadores

San Martín

Laredo

Cofradía de mareantes

San Pedro

Fuenterrabía

Cofradía de pescadores

Espíritu Santo

Zarauz

Cofradía de mareantes

San Pedro

Plentzia

Cofradía de marineros y barqueros

San Pedro

Túy

Cofradía de mareantes

San Pedro

Lequitio

Cofradía de mareantes

Nuestra Señora del Buen Aire, San Pedro y San Andrés

Sevilla

Cofradía de mareantes

Santísimo Sacramento

Cádiz

Cofradía de pescadores y armadores del río Guadalquivir

San Telmo y Nuestra Señora de Guía

Sevilla

Cofradía de Mareantes

San Telmo

El Puerto de Santa María

Cofradía de pescadores

Nuestra Señora del Buen Viaje

Sanlúcar de Barrameda

Cofradía de mareantes

San Telmo

Las Palmas de Gran Canaria

Cofradía de pescadores

San Telmo

Málaga

Cofradía de mareantes

Santísimo Sacramento

Málaga

 

Sevilla, ciudad de larga tradición marinera, tenía, como no, numerosas cofradías de los distintos oficios relacionados con el mar.

 

CUADRO II

COFRADÍAS SEVILLANAS DE OFICIOS

RELACIONADOS CON EL MAR10

 

OFICIO

INTITULACIÓN

UBICACIÓN

Gremio de pescadores y armadores del río Guadalquivir

Hermandad de San Telmo y Nuestra Señora de Guía

Hospital y capilla propia, situada en la calle de la Victoria de Triana

Gremio de calafates

Hermandad de los Santos Mártires

Hospital y capilla situada en la calle Sol de Triana

Gremio de barqueros

Hermandad de Nuestra Señora de Guadalupe

¿?

Contratación de marineros

Congregación de Nuestra Señora de las Cuevas

En unos aposentos del Castillo de Triana

Capitanes de barcos

Hermandad de la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora

¿?

Gremio de patronos de barcos

Hermandad de la Virgen del Rosario

¿?

Gremio de cargadores para las Indias y Flandes

Hermandad de Nuestra Señora de la Estrella

Residencia situada en la Puerta del Arenal

Capitanes, marinos y gentes de las flotas hispanas

Hermandad de la Sagrada Pasión de Nuestro Redentor Jesucristo

Residencia en el monasterio de Santa María de la Merced

Los Cómitres del Rey la Reina

Hermandad de San Nicolás

Hospital y capilla en la collación de la Magdalena “cabe la puerta de Triana”

Señores de naos, pilotos, maestres y contramaestres que navegan en la Carrera de Indias

Cofradía de Nuestra Señora del Buen Aire, San Pedro y San Andrés

Hospital a orillas del Guadalquivir, en la actual calle Betis.

 

Como se observa en este cuadro, en Sevilla había en el siglo XVI al menos una decena de cofradías gremiales de muy variados oficios relacionados directa o indirectamente con el mar. Una prueba más de la importancia que estas actividades en Sevilla que, al menos desde el siglo XV era uno de los puertos más activos e importantes de la Península. Pues, bien, de todas esas cofradías, las más influyente y poderosa económicamente fue sin duda la de los maestres, contramaestres y señores de naos, bajo la advocación de Nuestra Señora del Buen Aire de la que hablaremos en las páginas que vienen a continuación.

 

LA COFRADÍA Y HOSPITAL DE LOS MAREANTES DE SEVILLA

Antes de comenzar a escribir de esta cofradía de mareantes conviene dejar muy claro que esta corporación no tiene nada que ver con otra, establecida en la iglesia de Santa Ana de Sevilla, intitulada como hermandad y cofradía de Nuestra Señora del Buen Viaje. Ésta tuvo su sede en el templo de Santa Ana y aprobó sus primeras reglas en 1596, haciendo estación de penitencia, primero, en la noche del Miércoles Santo y, posteriormente, en la del Jueves Santo11. En el último cuarto del siglo XVII languideció, datando la última noticia de su existencia en 1704.

En lo que respecta a la de los Mareantes de Sevilla debemos decir que sus orígenes siguen siendo bastante oscuros porque, a pesar de haberse conservado una parte considerable de su archivo12, los primeros testimonios fehacientes datan de 1555. Pero precisamente en este último año se reconocía que la cofradía y hermandad de pilotos y maestres que hacen el “camino de las Indias”, estaba establecida desde hacía “muchos años” en la entonces llamada calle del Espíritu Santo de Triana13. Por tanto, es posible situar su fundación aproximada en algún momento del primer cuarto del siglo XVI.

En el tercer cuarto del siglo XVI se trasladaron a otro lugar, a orillas del río Guadalquivir, dando la fachada principal a la actual calle Betis y las traseras a la calle pureza, y ocupando un espacio de poco más de 358 metros cuadrados14. Su iglesia fue inaugurada el día de la fiesta de Nuestra Señora de la O de 157315. Se denominaba oficialmente “Cofradía y hospital de Nuestra Señora de los Buenos Aires”, aunque se le conocía vulgarmente como hospital de los Mareantes, según se explicaba en el encabezamiento de las Actas de la Universidad de Mareantes de Sevilla. Este primitivo edificio, fue demolido para construir en su lugar la actual Casa de las Columnas. Eso no ha impedido que diversos historiadores hayan estudiado tanto la planta y la estructura del desaparecido edificio como las obras de arte que albergó16. Finalmente, en 1704, tras casi un siglo y medio en la calle Betis, volvieron a trasladarse, en esta ocasión a su última sede, sita en el Real Colegio y Seminario de San Telmo.

Ellos siempre se sintieron herederos de los privilegios del viejo colegio de Comitres, pero lo cierto es que nada tenían que ver con esta institución bajomedieval. De hechos ambos institutos coexistieron durante bastante tiempo a lo largo de la centuria decimosexta17.

Se trataba de una cofradía que funcionaba de manera gremial, pues, no en vano reunía a un grupo muy determinado de profesionales; concretamente a “los maestres, pilotos, capitanes y señores de naos de la navegación de las Indias”. Lo más granado de la marinería española relacionada con la Carrera de Indias perteneció a esta corporación18. Su razón de ser no era otra que satisfacer las necesidades sociales y asistenciales de la gente de la Carrera de Indias.

Sus primeras reglas fueron dobles: una, las aprobadas por el provisor del Arzobispado, el 13 de marzo de 1561 en la que se regulaba la defensa de los intereses de los pilotos, maestres y señores de la nao de la Carrera de Indias. Y otra, la visada el 28 de diciembre de 1562 en que se regulaba la cofradía propiamente dicha, es decir, los cultos y la mutualidad. Ambas recibieron aprobación Real, dada en Galapagar (Madrid), el 22 de marzo de 156919. Posteriormente, dado el interés que suscitó entre sus hermanos, se realizó una edición impresa de las mismas, exactamente en 157820.

Las reglas constan de 37 capítulos en los que se detalla toda su vida corporativa. Tenía una triple vertiente, a saber: devocional, asistencial y económica, siendo sus advocaciones titulares la Virgen del Buen Aire, San Pedro y San Andrés. Desconocemos el origen de esta intitulación del Buen Aire, aunque sabemos de la existencia en Cagliari (Cerdeña) de una antigua y devota imagen, con el título de “Nostra Signora de Bonaria”.

Como es lógico, el instituto celebraba muy especialmente las festividades de la Virgen del Buen Aire y la de Todos los Santos (arts. XII y XIII). En aquella época la religiosidad de la población era sincera, pero más si cabe entre la gente del mar. Los marinos eran personas religiosas y supersticiosas tanto que existían instrucciones para no dejar subir a bordo a ningún tripulante que no hubiese practicado previamente los sacramentos de la confesión y la eucaristía21. En momentos difíciles, cuando estaban al borde de la zozobra, la imaginación les llevaba a ver a santos protectores, como San Telmo. Narraba Juan de Escalante que estas visiones en momentos tan críticos eran muy inoportunas porque, cuando más se necesitaba del esfuerzo de los marineros para mantener el navío a flote, se quedaban “pasmados y embebidos y dejan por entonces de acudir a la mayor necesidad”22. Pero lo cierto, al margen de estas anécdotas es que la vertiente religiosa de la corporación debió ser muy importante, especialmente los cultos tributados en honor de su patrona, la Virgen del Buen Aire.

Pero, tan importante como la devocional era la vertiente asistencial, encargándose especialmente del enterramiento de sus hermanos, pues, en las propias reglas se le dedican nada menos que 10 artículos de los 37 que componen su reglamento. Se detalla absolutamente todo, desde la forma en que el muñidor debía avisar a los hermanos de un fallecimiento, hasta las hachas –doce- que habían de acompañar al difunto.

No obstante, las prestaciones de la corporación no se limitaban al enterramiento. También incluía la curación de los hermanos enfermos, para lo cual disponían de un hospital propio. En él no sólo atendían a sus mutualistas sino que la ayuda terminó extendiéndose a cualquier marinero de la Carrera de Indias, aunque no perteneciese al instituto23. El único requisito para ser acogido en el hospital era que la persona en cuestión hubiese desempeñado su trabajo en algún buque de los que se dedicaban a la navegación con las Indias.

Y no sólo se ocupaban de la posible curación, o de la asistencia espiritual en los últimos momentos de su vida sino que, llegado el caso, ayudaban económicamente a la familia del mutualista enfermo. Esto sí que era una garantía en una época tan difícil, en la que cualquier persona por una mala racha, o simplemente por vejez, podía caer en la pobreza extrema. Asimismo, se encargaba de la asistencia económica a los hermanos enfermos, a los hijos huérfanos de los mutualistas así como al recate de los apresados por franceses o moros (arts. III y IV). Y también destinaban un fondo especial para dotar a aquellas hijas de los cofrades que habían caído en la pobreza o para socorrer a los hermanos presos con un real diario24.

Y finalmente, el tercer objetivo de la corporación era de carácter socio-político, pues también se articulaba como Universidad, “para defenderse de cualquier persona o institución que lesionase sus intereses”25. Los mareantes sevillanos tenían dos organismos vinculados entre sí: uno, la cofradía que se dedicaba fundamentalmente a la labor asistencial, a través del hospital y de los enterramientos. Y otro, la Universidad cuyo objetivo era la defensa gremial del universo de navegantes o mareantes de la Carrera de Indias26.

Como el gremio de Mareantes fue muy poderoso en Sevilla, igualmente poderosa fue su institución, es decir, la cofradía, el Hospital y la Universidad de Mareantes. Incluso, llegaron a tener hermandades filiales en América, como la que tenía su sede en el monasterio de San Francisco de Veracruz, en México27. La cofradía disponía de importantes ingresos económicos que provenían de distintas fuentes: uno de los más importantes procedía de la cuarta parte de soldada que se cobraba a los maestres de los navíos de la Carrera –luego pasó a ser media soldada-. Entre los ingresos ordinarios y regulares figuraba también la cuota de ingreso de hermanos -dos ducados-, así como la cuota mensual ordinaria que abonaban todos los mutualistas. Muy importantes eran también los donativos que recibían, mediante las alcancías que se colocaban en los lugares más visibles de los navíos. No era la única corporación que colocaba estas huchas, pues, también nos consta que las había al menos de la Virgen de Guadalupe y de la sevillana cofradía de Nuestro padre Jesús de la Pasión28. Y finalmente, cargaban las multas de un real que se imponía a los hermanos por incumplir los estatutos, es decir, por no acudir a los llamamientos de la misma o por acceder al cabildo con algún arma, actitud que estaba expresamente prohibida.

En el último cuarto del siglo XVII, se trasladaron a su nueva sede en el colegio de San Telmo, cuyas obras habían comenzado en 1682, bajo la dirección del maestro Antonio Rodríguez29. A partir de 1772 las obras fueron proseguidas por el maestro mayor del arzobispado, Leonardo de Figueroa, quien realizó la monumental fachada principal, así como la capilla30. La Hermandad continuó su vida corporativa en la capilla de de San Telmo durante el siglo XVIII. Su anterior asiento en la calle Betis, cayó en desuso, entrando en ruinas en la segunda mitad del siglo XVIII hasta su total desaparición.

 

LA COFRADÍA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO DE CÁDIZ

 

Tanto en el siglo XVI como en el XVII la mayor parte de los cofrades de la corporación sevillana procedían de distintos puntos de las actuales provincias de Sevilla y Huelva, siendo mucho menor la presencia de gaditanos31. Eso denotaría claramente que muchos de los pilotos y maestres gaditanos no se aseguraban en la cofradía de Mareantes de Sevilla sino en distintas cofradías de su propia ciudad. En Cádiz no había una hermandad propiamente dicha de mareantes. Sin embargo, la del Santísimo Sacramento, quizás buscando los suculentos ingresos de la cuarta parte de las soldadas y de las alcancías de las naos de la Carrera de Indias, aspiraba a serlo. No llegó nunca a ser una hermandad gremial de mareantes porque sus mutualistas no sólo eran pilotos y señores de naos. Sin embargo, sí que alcanzó un acuerdo con estos para que, a cambio del pago de la cuarta parte de la soldada y de las alcancías, se atendiese en la enfermedad a los mareantes y se les diese un enterramiento digno.

Y todo ello por el gran descontento que manifestaban los pilotos y maestres gaditanos. Los pocos que sí pertenecían a la corporación sevillana se quejaban de que no se podían beneficiar de las ventajas corporativas del instituto, por su residencia en Cádiz. Los que no eran cofrades de la sevillana solicitaban que los ingresos de las alcancías y la soldada de los buques que partían o entraban del puerto de Cádiz se destinasen a sufragar a la cofradía gaditana y no a la sevillana. Según el propio testimonio del mayordomo de la cofradía del Santísimo Sacramento de Cádiz, ésta era muy pobre y a duras penas atendía, por caridad, a los pilotos, maestres y marinos de la Carrera de Indias que caían en la enfermedad y/o en la pobreza. Y lo cierto es que leyendo los documentos y alegaciones de la corporación gaditana hay que reconocer que no les faltaba razón en sus peticiones.

Aunque la correspondencia localizada por nosotros en el Archivo General de Indias, está fechada en 1612, aluden a una representación remitida al Rey doce años antes en la que plantearon ya el problema. Según decían en el hospital de Mareantes de Sevilla “no recibe beneficio ninguno la gente de las naos que se despachan en esta bahía”32. Pero indican que, pese a las reivindicaciones dirigidas a los cofrades sevillanos, que en teoría debía responder en veinte días, jamás hubo una contestación oficial. Estaba claro que el problema no era nuevo, pero los cofrades sevillanos veían venir una peligrosa escisión que podía restarles cuantiosos ingresos. El perjuicio económico podía ser grande habida cuenta del gran número de pilotos, maestres y dueños de naos que residían en la bahía de Cádiz. Por ello, no les faltaban razones para actuar pasivamente; lo que hoy denominaríamos un silencio administrativo.

Pero en 1612 los cofrades gaditanos no estaban dispuestos a conformarse con dicho mutismo. Hartos de su situación de indefensión pretendían alcanzar, de una vez por todas, una solución definitiva y duradera. En Cádiz residían muchos maestres, pilotos y gentes del mar que no recibían ningún beneficio de su pertenencia a la Cofradía de Mareantes de Sevilla. Por ello pretendían que la cofradía del Santísimo Sacramento de Cádiz –probablemente ubicada en la Catedral, aunque no se especifica-, hiciese las veces de corporación gremial para las gentes del mar residentes en dicha localidad. Se trataría de ampliar el marco de acción de la primitiva cofradía sacramental. Obviamente la idea gustaba a los hermanos de dicha cofradía, por lo que su mayordomo Pedro Martínez Fortún, capitán del presidio, escribió también al Rey informándole favorablemente. Como reconocía éste, la hermandad era muy pobre y estaba necesitada de recursos. Por ello, los hermanos de la sacramental se beneficiarían de los ingresos de los Mareantes y, a cambio, les darían respuesta a sus necesidades asistenciales.

La Sacramental se beneficiaría de dos nuevos ingresos: primero, la media soldada que se pagaba en principio a la corporación sevillana iría a parar a las arcas de la sacramental gaditana. Y segundo, pretendían continuar con una práctica que ya era costumbre de colocar una alcancía para la hermandad en todos los buques que partieran de Cádiz. Al parecer, el juez Pedro del Castillo, aludiendo a una autorización del secretario del Consejo Pedro de Ledesma, lo había permitido desde hacía años. El juez que le sucedió, Juan Bautista de Baeza, pese a que jamás encontró dicha autorización, continuó permitiendo esta práctica por ser ya en Cádiz “costumbre y obra pía”.

La hermandad tenía como cometidos habituales la asistencia a los pobres enfermos y la celebración de la fiesta del Corpus Christi. Además, según su mayordomo, como en Cádiz llegan muchos “herejes, moros y judíos al trato y comercio” había gran necesidad de que los actos públicos tuviesen “más pompa y fasto que en otras partes”.

A cambio de esos ingresos extras que le iban a proporcionar los mareantes gaditanos los hermanos del Santísimo se debían comprometer a prestarles dos servicios muy concretos, que especifican los propios armadores:

 

“Con obligación que ha de tener de dar las medicinas que hubieren menester los marineros, grumetes y pajes que de las tales naos enfermaren en esta ciudad para que se puedan curar en sus casas. Y con obligación de que todos los primeros domingos de cada mes diga dicha cofradía una misa rezada por los navegantes que nuestro señor les de buen viaje”33.

 

Por tanto, queda claro, que la hermandad Sacramental les garantizaría un servicio espiritual y otro terrenal del que de hecho no gozaban con la cofradía sevillana.

El expediente no es mucho más explícito por lo que no sabemos exactamente cómo acabo todo. La corporación sevillana se opuso hasta donde le fue posible. Pero parecían tan justas las reivindicaciones de los gaditanos que probablemente consiguieron salirse con la suya. De esta forma, la hermandad Sacramental de Cádiz, que tenía una larga tradición asistencial, se convirtió también en la corporación gremial de los mareantes gaditanos.

 

 

CONCLUSIÓN

Como puede observarse esta cofradía gremial de los Mareantes de Sevilla, jugó un papel muy destacado en la Edad Moderna. Precisamente por ser, como muy bien se ha escrito, puerto y puerta de Indias.

Probablemente, en el siglo XVIII entró en decadencia, debido fundamentalmente al trasladado de la Casa de la Contratación al puerto de Cádiz. Si ya en el siglo XVII habían surgido disputas con los maestres y capitanes gaditanos porque no se podían beneficiar de las ventajas corporativas de la hermandad sevillana, en el siglo XVIII se debió acentuar el problema. La hermandad sevillana fue perdiendo hermanos a medida que disminuía su trato con las Indias, descendiendo asimismo los ingresos y las prestaciones de su corporación.

Pese a ello, de la importancia que tuvo dan buena cuenta los enseres que nos han quedado de ella. Especialmente la Virgen sedente del Buen Aire, fruto de la transformación realizada en 1725 por el insigne imaginero Pedro Duque Cornejo, del primitivo relieve de la misma advocación tallado hacia 1600 por Juan de Oviedo “el Joven”34. Las imágenes de San Andrés y San Pedro co-titulares, que figuran a ambos lados y que son obra de José Maestre al igual que el propio retablo35. En la capilla existen asimismo otras esculturas de Pedro Duque Cornejo como la imagen de San Telmo o la de San Antonio de Padua, ambas presidiendo sendos retablos de los muros laterales. También se conservó en la capilla de San Telmo, hasta 1845 en que pasó a manos privadas, un lienzo de grandes dimensiones de la Virgen del Buen Aire, ejecutado por el pintor de Évora (Portugal) Vasco Pereira en 160336. Al parecer presidió la sala de juntas de la antigua sede del hospital y cofradía de Mareantes en Triana.

Finalmente, decir que el nombre de esta cofradía, hospital y universidad quedó inmortalizado nada más y nada menos que en la fundación de Buenos Aires. Al parecer, en recuerdo a la corporación de la que era miembro, Pedro de Mendoza, en febrero de 1536, le dio el nombre de Buenos Aires a un pequeño asentamiento que él mismo fundó37. Décadas después, concretamente el 11 de junio de 1580, Juan de Garay rebautizó la ciudad con el nombre de la Trinidad aunque, eso sí, ubicada en el puerto de Santa María de los Buenos Aires. Como escribió Celestino López, pese a todo prevaleció el nombre de Buenos Aires “para honra de la Universidad de Mareantes y gloria de Sevilla”38.

 

APÉNDICE DOCUMENTAL

 

 

APÉNDICE I:

 

Carta de Juan Bautista de Baeza a Su Majestad, Cádiz, 6 de junio de 1612.

 

“Señor: en carta del consejo Real de las Indias de Vuestra Majestad de 14 de mayo se me dice que por parte de Pedro Martínez Fortún, mayordomo de la cofradía del Santísimo Sacramento de esta ciudad se ha hecho relación en el Consejo, diciendo que presuponiéndose que en el hospital de los Mareantes de Sevilla, en Triana, se cura la gente de mar de la Carrera de las Indias y se da limosna a los oficiales que han venido necesitados de ellas le está aplicado y se cobra para el dicho hospital de cada nao que sale para las Indias una cuarta de una soldada que se quita a las dichas naos.

Y que habiendo representado habrá doce años a Vuestra Majestad que en aquel hospital no recibe beneficio ninguno la gente de las naos que se despachan en esta bahía y suplicado mandase que el cuartón que se obra de ellas para el dicho hospital se aplicase a la dicha cofradía del Santísimo Sacramento se mandó notificar al dicho hospital que dentro de veinte días respondiese a ello y se quedó en este estado sin que hasta ahora lo hayan hecho. Y ha suplicado a Vuestra Majestad atento a esto se mande aplicar el dicho cuartón que se cobra de las naos que salen de esta bahía a la dicha cofradía. Y manda vuestra majestad que yo diga lo que en esto pasa y si es así que no se cura en el dicho hospital la gente de mar que sale de esta bahía ni gozan de aquel beneficio y si en la pretensión que ha tenido la dicha cofradía se ha proveído alguna cosa antes de ahora o lo que se debería proveer y ordenar y quede todo envíe relación con mi parecer.

Lo que en esto se me ofrece decir es que habiéndome informado en esta ciudad de algunos dueños de naos y gente plática y que sabe lo que en esto pasa he entendido que la cofradía y hospital de los mareantes de Sevilla solía cobrar de todas las naos que van y vienen de las Indias media soldada de marinero de cada una y ahora de poco tiempo a esta parte se cobra real y medio por cada tonelada de las naos, aunque los dueños de ellas pretenden que se modere en un real. Y esto se consume en los enfermos del dicho hospital y también si hay algún dueño de nao que sea cofrade de la dicha cofradía y haya venido a necesidad lo socorren con algo para sus alimentos y de ello se gasta en ocasiones que se ofrecen de enviar hombres a esa corte a negocios de la Universidad de los Mareantes o en otras cosas tocantes a ella. Y muy pocas veces acaece curarse en aquel hospital hombre que navega en las naos de Cádiz y no tengo noticia cerca de lo que el dicho Pedro Martínez Fortún pide se haya proveído hasta ahora cosa alguna y parece que, siendo Vuestra Majestad servido se podría mandar notificar a los administradores del dicho hospital que diesen razón de lo que en esto pasa y en la forma que gastan lo que cobran de los dichos dueños de naos y del beneficio que resulta de ello a la gente que navega en las que salen de esta bahía para las Indias para que Vuestra Majestad mande proveer lo que a su real servicio convenga, cuya Real Persona guarde nuestro Señor como la cristiandad ha menester. Cádiz, 6 de junio de 1612 años. Juan Bautista de Baeza.

(AGI, Indiferente General 1129)

 

 

APÉNDICE II:

 

Carta de Juan Bautista de Baeza a Su Majestad, Cádiz, 6 de junio de 1612

 

“Señor: por carta del Consejo Real de las Indias de vuestra majestad, de 14 de mayo, se me manda decir que por parte de Pedro Martínez Fortún, mayordomo de la cofradía del Santísimo Sacramento de esta ciudad, se ha hecho relación en el Consejo y dicho que cada uno de los navíos que salen de esta bahía para las Indias ha llevado y lleva una alcancía de la dicha cofradía y que, por carta del secretario, Pedro de Ledesma, se ordenó que el juez de esta dicha ciudad las diese y entregase en los dichos navíos que despachase y que asimismo las volviese a cobrar de tornaviaje porque los dueños de las dichas naos se solían quedar las más veces con ellas. Y manda Vuestra majestad que yo diga lo que cerca de esto pasa y si es verdad que se ha acostumbrado llevar las dichas alcancías y si hay orden para ello y que de todo yo envíe relación con mi parecer.

Lo que en esto tengo que decir es que, aunque he buscado con diligencia entre los papeles de este juzgado, la dicha carta del secretario Pedro de Ledesma no la he hallado, ni ninguna otra orden de vuestra majestad que cerca de esto trate. Y Pedro del Castillo, mi antecesor, acostumbró enviar las dichas alcancías en las naos que despachaba y, por hallar yo esto puesto en costumbre y ser obra pía, lo he continuado y encargado a los capitanes y dueños de naos estas alcancías y algunos las han vuelto al mayordomo de la dicha cofradía y otros que no lo han hecho ha sido por decir que no han sacado limosna o por haber entrado las naos que las traen en Sanlúcar o por haberlas echado al través en las Indias y no haber vuelto aquí los maestres ni dueños de ellas.

Y parece puesto en razón que no se innove esta costumbre, pues, por haber quedado muy pobre la dicha cofradía del Santísimo Sacramento después que la armada inglesa entró en esta ciudad tiene necesidad se lleven estas alcancías para que con la limosna que trajeren pueda tener el Santísimo Sacramento la cera y cosas necesarias para estar con la decencia que conviene. Vuestra majestad lo mandará ver y proveer lo que a su real servicio convenga cuya Real Provisión guarde nuestro señor como la cristiandad ha menester. Cádiz, 6 de junio de 1612 años. Juan Bautista de Baeza.

(AGI, Indiferente 1129).

 

APÉNDICE III

 

Carta de los armadores de Cádiz a Su Majestad, h. 1612.

 

“Señor: los dueños de las naos que navegan la Carrera de Indias que cargan en la bahía de esta ciudad de Cádiz que abajo firmamos nuestros nombres, en vez y en nombre de los demás, decimos que a nosotros se nos quita media soldada de marinero de cada una de nuestras caos para la cofradía de los mareantes de la ciudad de Sevilla en Triana para la cura de los enfermos que la dicha cofradía hace en la dicha Sevilla. El cual beneficio no redunda en pro ni provecho de nos, ni de los marineros, grumetes, ni pajes que sirven y navegan con las dichas nuestras naos y en las demás que cargan en esta bahía porque no se curan por la dicha cofradía ninguno de ellos porque vivimos en esta ciudad que está veinte leguas del dicho hospital de Sevilla. Y cuando alguno enferma en esta ciudad de los dichos marineros, grumetes y pajes, y es pobre, que no tiene con qué curarse nos obliga la caridad a buscarles cura en ella y medicinas para ello.

Y así, teniendo atención a lo susodicho y considerando que la cofradía del Santísimo Sacramento de esta ciudad de Cádiz que sale a visitar los enfermos de ella tiene gran necesidad porque es muy pobre, por no tener renta ninguna con qué pagar los gastos del ornato de ella y el de la cera que se gasta cuando sale por las calles a consolar los enfermos y atendiendo a ser esta ciudad puerto de mar, donde de cada día vienen y asisten muchos extranjeros y entre ellos herejes, moros y judíos al trato y comercio que en ella hay, tiene necesidad la dicha cofradía a acudir en las dichas salidas con más pompa y fasto que en otras partes, lo cual por ser pobre como es la dicha cofradía no lo puede hacer. Nosotros de nuestra voluntad, por servir a la divina Majestad, suplicamos a vuestra majestad mande adjudicar la dicha media soldada a la dicha cofradía del Santísimo Sacramento de esta dicha ciudad de Cádiz de todas las naos que cargan y cargaren de aquí adelante en la bahía de ella para cualesquiera partes de las Indias que fueren despachadas por el juez que reside en ella, mandándole que de aquí adelante haga pagar al mayordomo de la dicha cofradía del Santísimo Sacramento lo que importare la dicha media soldada para ayuda al gasto de la dicha cofradía, pues, es justo se haga así por ser de dinero nuestro la dicha media soldada, pues se debe hacer la limosna a donde fuere la voluntad de su dueño y la nuestra es que se dé a la dicha cofradía.

Con obligación que ha de tener de dar las medicinas que hubieren menester los marineros, grumetes y pajes que de las tales naos enfermaren en esta ciudad para que se puedan curar en sus casas. Y con obligación de que todos los primeros domingos de cada mes diga dicha cofradía una misa rezada por los navegantes que nuestro señor les dé buen viaje.

Y con esto, mandar vuestra majestad a la dicha cofradía de los Mareantes de la dicha ciudad de Sevilla que no pidan a las tales naos que fueren despachadas en ésta, por el juez de ella, la dicha media soldada, ni cosa alguna de ella. Y al presidente, jueces y oficiales de la Casa de la Contratación de la dicha Sevilla que den el favor y ayuda que para la expresión de ello fuere menester en ella, que en ello hará vuestra majestad un gran servicio a Dios nuestro Señor y a nosotros muy gran merced y a los nuestros marineros mucha limosna con que tengan medicinas con que curarse”. Firman: Hernando Guerra, Pedro Ramos, Pedro Juan, Alonso de Meneses, Juan Gómez Maldonado y Gonzalo Bajales.

(AGI, Indiferente 1129).

 

 

APÉNDICE IV:

 

Certificación dada por Gerónimo de Cabra, colector de la Catedral de Cádiz, 8 de junio de 1612.

 

“Certifico yo Gerónimo de Cabra, presbítero colector de la santa Iglesia de esta ciudad de Cádiz, que por orden del capitán Pedro Martínez Fortún, entretenido por su majestad en el presidio de esta dicha ciudad de Cádiz y mayordomo de la cofradía del Santísimo Sacramento de ella se dice desde el año de mil y seiscientos a esta parte todos los primeros miércoles de cada mes una misa al espíritu santo por el Rey nuestro señor para que le guarde muchos años con vida y salud y le dé su santa gracia y paz y concordia con los príncipes cristianos y acrecentamiento de Reinos para mayor gloria de la Divina Majestad. Y para que de ello conste, di la presente que es fecha en la ciudad de Cádiz, a ocho de junio de mil y seiscientos y doce años”. Gerónimo de Cabra.

(AGI, Indiferente 1219).

 

1 RUMEU DE ARMAS, Antonio: Historia de la previsión social en España. Cofradías, gremios, hermandades, montepíos. Madrid, Editorial Revista de Derecho Privado, 1944, p. 165.

2Ibídem, p. 165.

3 Sobre la cuestión puede verse la obra clásica de LIS, Catharina y SOLY, Hugo: Pobreza y capitalismo en la Europa preindustrial (1350-1850). Madrid, Akal, 1984, pp. 101 y ss.

4 Para el caso de Sevilla puede verse el trabajo de CARMONA GARCÍA, Juan Ignacio: El sistema de la hospitalidad pública en la Sevilla del Antiguo Régimen. Sevilla, Universidad, 1979.

5 RUMEU DE ARMAS: Ob. Cit., pp. 137-139.

6 Ibídem, Pág. 142.

7 Ibídem, pp. 139-140.

8 Las actuales cofradías de pescadores se diferencian de las antiguas cofradías gremiales en que están autorizadas, controladas y reguladas por el Estado y tienen como principal y casi único objetivo dirimir los conflictos que surgen en el interior del sector. Véase, por ejemplo, el magnífico estudio de ALEGRET, Juan Luis: “Del corporativismo dirigista al pluralismo democrático: las cofradías de pescadores de Cataluña”, http://biblioteca.udg.es/gespm (consulta 26-X-07).

9 Fuentes: RUMEU DE ARMAS: Ob. Cit., pp. 141-144. LÓPEZ MARTÍNEZ, Celestino: “La hermandad de Santa María del Buen Aire de la Universidad de Mareantes de Sevilla”, Anuario de Estudios Americanos, vol. I. Sevilla, 1944, pp. 701-721. SANCHO DE SOPRANOS, Hipólito: La cofradía de mareantes de San Telmo de El Puerto de Santa María”, Revista general de la Marina Nº 166. Madrid, 1964. CRUZ ISIDORO, Fernando: “Sobre el escultor Gaspar de Ginés y la Virgen del Buen Viaje del convento sanluqueño de Capuchinos”, Archivo Hispalense, Nº 267-272. Sevilla, 2007, pp. 243-244. ERKOREKA GERVASIO, José Iñaki: Estudio histórico de la cofradía de mareantes de Portugalete: orígenes, organización y fundaciones. Portugalete, Publicaciones del Excmo., Ayuntamiento, 1993. DUO, Gonzalo: “Formas de navegación en el puerto de Plentzia a través de los documentos de la cofradía de mareantes de San Pedro (siglos XIII-XIX)”, Vasconia: Cuadernos de historio-geografía, Nº 31. Bilbao, 2001, pp. 113.132. BÉTHENCOURT MASSIEU, Antonio de: “La cofradía de mareantes de San Telmo en las Palmas de Gran Canaria: proyecto de un montepío textil (1781-1805), Espacio, Tiempo y Forma, Nº 2. Madrid, 1989, pp. 243-268. SERNA VALLEJO, Margarita: “Algunas cuestiones en torno a la cofradía de mareantes de San Martín y el concejo de Laredo”, en El fuero de Laredo en el octavo centenario de su concesión. Laredo, Excmo. Ayuntamiento, 2001, pp. 405-450. BURGOS MADROÑERO, Manuel: “Congregaciones, hermandades o cofradías-gremios y gremios de matriculados de la gente de mar en los siglos XVIII y XIX. Una aproximación”, en Gremios, hermandades y cofradías, T. II. San Fernando, 1992, pp. 111-133.

10 Fuente: LÓPEZ MARTÍNEZ: Ob. Cit., pp. 702-705

11 Existía la tradición de que esta hermandad fue fundada por maestres, señores de naos y pasajeros a Indias a finales del siglo XVI, concretamente en 1596. Véase, por ejemplo, la obra de CARRERO RODRÍGUEZ, Juan: Anales de las cofradías sevillanas. Sevilla, Editorial Castillejo, 1991, pp. 591-592. Sin embargo, hemos leído detalladamente los estatutos fundacionales, aprobados en Sevilla por el ordinario, el 24 de julio de 1596, y en ningún momento se alude a su vinculación con los maestres o pasajeros de la Carrera de Indias. De hecho, no era una cofradía gremial sino abierta. Para entrar como hermano sólo se requería ser cristiano viejo “y no morisco, ni mulato ni indio”, no ser negro, y ser una persona honrada y “de buena vida y fama”. Véase SÁNCHEZ HERRERO, José (Ed.): CXIX reglas de hermandades y cofradías andaluzas, siglos XIV, XV y XVI. Huelva, Universidad, 2002, pp. 545-556. Los maestres y señores de naos ya tenía su cofradía, por lo que más bien parece una confusión o extrapolación de la Cofradía de Mareantes de la Virgen del Buen Aire con la de la Virgen del Buen viaje.

12 En el Archivo de la Universidad de Sevilla se conservan libros de cuentas desde 1682 y libros de recepción de hermanos desde 1556 a 1789.

13 LÓPEZ MARTÍNEZ: Ob. Cit., pp. 707-708.

14 Ollero Lobato aporta el dato de la extensión del solar en varas cuadradas, en total 429. Teniendo en cuenta que una vara equivalía a 0,835 metros, obtendríamos una cifra de 358,215 metros cuadrados. OLLERO LOBATO, Francisco: “El hospital de Mareantes de Triana: arquitectura y patronazgo artístico”, Atrio Nº 4. Sevilla, 1992, p. 63.

15 Ibídem.

16 Tras el traslado a San Telmo fue utilizado por los clérigos menores y, luego, por los franciscanos de San Juan de Aznalfarache. En 1767 fue recuperado por la Universidad y cofradía de Mareantes quien lo desacralizó y vendió. Sobre el edificio y sus enseres puede verse el ya citado trabajo de OLLERO LOBATO: Ob. Cit., pp. 61-70 y el de NAVARRO GARCÍA, Luis: “La casa de la Universidad de Mareantes de Sevilla (Siglos XVI y XVII)”, en La Casa de la Contratación y la navegación entre España y las Indias. Sevilla, CSIC, 2004, pp. 743-760.

 

17 LÓPEZ MARTÍNEZ: Ob. Cit., pp. 702-708. OLLERO LOBATO: Ob. Cit., pp. 61-62.

18 Véanse los estudios de BORREGO PLA, María del Carmen: “Los hermanos de la cofradía de Mareantes de Sevilla en el siglo XVI”, II Jornadas de Andalucía y América, T. I. Sevilla, 1984, Págs. 361-387 y de la misma autora: “Los hermanos de la Universidad de Mareantes de Sevilla en el siglo XVII”, III Jornadas de Andalucía y América, T. I. Sevilla, 1985, pp. 237-252.

19 Dicho instrumento fue localizado en el Archivo de Protocolos de Sevilla por el acucioso investigador Celestino López. LÓPEZ MARTÍNEZ: Ob. Cit., pp. 701-721. Fue reproducido casi tres décadas después en BORREGO PLA, María del Carmen y Luis NAVARRO GARCÍA: Actas de la Universidad de Mareantes de Sevilla. Sevilla, Diputación Provincial, 1972, pp. 295-308.

20 LÓPEZ MARTÍNEZ: Ob. Cit., p. 709.

21 PÉREZ-MALLAÍNA, Pablo E.: Los hombres del océano. Sevilla, Diputación Provincial, 1992, p. 247.

22 Ibídem, pp. 252-253.

23 BORREGO PLA: “Maestres y pilotos de la Bahía Gaditana en la Carrera de Indias hasta 1700”, Andalucía y América. Córdoba, Cajasur, 1994, p. 137.

24 LÓPEZ MARTÍNEZ: Ob. Cit., p. 718.

25 BORREGO PLA: Maestres y pilotos de la bahía gaditana, Ob. Cit., p. 135.

26 Desde 1681 en que se creo el Colegio de San Telmo la labor de la Universidad se centrará en formar e instruir a niños huérfanos en el arte de la navegación y de la marinería. Sobre esta institución pueden verse los trabajos de HERRERA GARCÍA, Antonio: “Estudio Histórico sobre el Real Colegio Seminario de San Telmo de Sevilla”, Archivo Hispalense Nº 89. Sevilla, 1958, pp. 249-250 y el más reciente y minucioso de JIMÉNEZ JIMÉNEZ, Elisa María: El Real Colegio Seminario de San Telmo de Sevilla (1681-1808): su contribución al tráfico marítimo con América y su significado en la historia de la ciudad en el siglo XVIII. Sevilla, Secretariado de Publicaciones de la Universidad, 2002.

27 LÓPEZ MARTÍNEZ: Ob. Cit., p. 701.

28 Ibídem, p. 717.

29 MORALES, Alfredo J. y Otros: Guía artística de Sevilla y su provincia, T. I. Sevilla, Diputación Provincial, 2004, pp. 306-307.

30 Ibídem, p. 307.

31 BORREGO PLA: Los hermanos de la Universidad de Mareantes de Sevilla en el siglo XVI, Ob. Cit, p. 241. Esta autora citaba a unos quince pilotos gaditanos que pertenecían a la cofradía de Mareantes de Sevilla, a saber: Francisco de Candía, Juan de Medina, Francisco del Castillo, Andrés García, Hernán García, Pedro Hernández Franco, Andrés Jiménez, Ambrosio Manuel, Juan Mejía, Juan Morales, Juan Palomino, Constantino Pérez, Alonso Ramos, Baltasar Rodríguez y Juan Vega. BORREGO PLA: Maestres y pilotos de la bahía gaditana, Ob. Cit., pp. 135.136.

 

32 Véase el apéndice I.

33 Véase el apéndice III.

34 NAVARRO GARCÍA: Ob. Cit., pp. 749-750. MORALES: Ob. Cit., T. I, p. 308.

35 MORALES: Ob. Cit., T. I, p. 308.

36 VALDIVIESO, Enrique: Historia de la pintura sevillana. Sevilla, Ediciones Guadalquivir, 1992, p. 107.

37 LÓPEZ MARTÍNEZ: Ob. Cit., Págs. 720-721.

38 Ibídem, Pág. 721.

ESTEBAN MIRA CABALLOS

HACIA LA CREACIÓN DEL SISTEMA DE FLOTAS: EL PROYECTO DE BERNARDINO DE MENDOZA (1549)

 

 

INTRODUCCIÓN

El sistema naval español con América tiene tres grandes etapas bien marcadas: la primera, que abarca de 1492-1503, en la que encontramos el sistema de registro suelto, sin que se exigiera la partida en "conserva" o en convoy.

La segunda, abarcaría desde 1504 a 1560 y en ella encontramos un sistema de navegación mixto, donde, dependiendo de la presencia o no de corsarios, se permitía el registro suelto o se exigía la agrupación de una flota de al menos ocho navíos para partir rumbo a las Indias. En estas fechas se inicia el monopolio sevillano, el cobro de la avería y la formación de armadas guardacostas y de escolta.

Y la tercera, comenzaría en 1561 con la implantación desde el punto de vista jurídico y prácticamente de forma definitiva del sistema de flotas. Efectivamente, por Real Cédula del 16 de julio de 1561 se prohibió toda navegación al margen de las flotas que además serían dos anuales: la de Nueva España que partiría en enero y la de Tierra Firme que lo haría en agosto1. Poco tiempo después, y concretamente el 18 de octubre de 1564, se terminó de perfilar el sistema: la primera flota zarparía, finalmente, en abril y estaría integrada por los buques que se dirigían a Veracruz, Honduras y las islas antillanas, mientras que la segunda mantendría su fecha de salida en el mes de agosto y estaría formada por los buques que se dirigían a Panamá, Cartagena, Santa Marta y otros puertos de la costa norte2. El motivo por el que se restringía la navegación exclusivamente a las dos flotas anuales quedaba bien explícito en la disposición de 1564 como podemos observar en el texto que ofrecemos a continuación:

Por cuanto habiendo nos visto por experiencia el riesgo que corrían las naos que iban y venían solas a las nuestras Indias, islas y Tierra Firme del mar océano ordenamos y mandamos por obviar los daños que los corsarios podían hacer que fuesen en cada año dos flotas a las dichas nuestras Indias...3

 

Pues, bien, esa solución aparentemente fácil a la que se llegó en los años sesenta costó realmente más de medio siglo de ensayos, experiencias y no pocos fracasos. Un continuo tira y afloja entre el sueño de todos los tratantes de Indias que era el registro suelto y la realidad que el feroz corsarismo impuso casi desde el mismo momento del Descubrimiento de América. En 1529 se intento implantar una liberalización comercial que, como es de sobra conocido, no fue más que un espejismo porque quedó prácticamente en letra muerta4. En las décadas posteriores primó un precario y ambiguo sistema naval que, por un lado, consintió el registro suelto de navíos en tiempos de paz, y por el otro, debió recurrir continuamente a la navegación en flota -o en conserva-, especialmente en aquellos momentos en los que se intensificaban los ataques corsarios. De hecho, a mediados de siglo afirmaba Álvaro de Bazán que "la costumbre de la Casa de la Contratación y de lo que se hace ahora es que no dejan ir menos de ocho navíos por que vayan a recaudo"5.

Este sistema en conserva o de flotas se completaba con el establecimiento de dos armadas de averías, a saber: una, la guardacostas de Andalucía cuyo objetivo era la limpieza de corsarios de la costa de Andalucía Occidental, hasta el cabo de San Vicente así como la custodia de los buques, tanto en la ida hasta las islas Canarias como en el viaje de regreso desde las Azores a Sanlúcar6. Y dos, la Armada del Caribe cuyo objetivo explícito era la protección de las rutas seguidas por los navíos de la Carrera de Indias a su paso por el mar Caribe y en especial por las Antillas Mayores7.

La paz con Francia de 1544 hizo pensar que habría un pequeño respiro en el acoso de los corsarios galos. De hecho incluso se legisló en favor de la libre circulación de navíos, observando, eso sí, las ordenanzas vigentes y el registro obligatorio en el puerto de Sevilla8. Sin embargo, la Corona no tardó mucho en percatarse que, con paz o sin ella, los enemigos -más piratas que corsarios- no dejarían de atacar a los navíos españoles. Por ello, se optó por que la Guardacostas de Andalucía continuase en activo durante ese año pese al armisticio firmado con la Corona gala. Al año siguiente los rumores sobre la reanudación virulenta de los ataques corsarios adquirió tal magnitud que las autoridades españolas decretaron que ningún velero español partiese de las Azores hasta que no arribase a las islas la armada andaluza9.

Además, ya por aquellos años y cada vez con más frecuencia, se estaban uniendo a los piratas franceses otros de muy distintas nacionalidades, sobre todo escoceses, ingleses y holandeses. Precisamente, en 1550, se notificaron varios ataques en los puertos del Cantábrico llevados a cabos por corsarios ingleses aunque dicen que entre ellos hay gente de cuatro naciones10.

En medio de estas circunstancias se hizo bien patente la sensación de fracaso entre las autoridades, los marinos, los maestres y los comerciantes. El corsarismo no parecía ya un fenómeno coyuntural, pues, no solo no parecía que iba a desaparecía sino que incluso se veía incrementado año a año, ampliándose su actividad incluso a los meses invernales. En ese ambiente de intensa actividad corsaria, de crisis del sistema naval vigente, se cuestionó seriamente la eficacia de las armadas de averías y se elaboraron un buen número de memoriales planteando modelos de navegación alternativos. Unos planes que pretendían, bien el establecimiento de medidas para reformar la Carrera de Indias11, o bien, la creación de un sistema naval alternativo al existente.

 

DEBATES SOBRE EL SISTEMA NAVAL A MEDIADOS DEL XVI

 

Así, pues, el sistema naval imperante en 1550 tenía un marcado carácter improvisado y precario, pues, como ya hemos afirmado, dependiendo de las circunstancias y de la mayor o menor presencia de corsarios, se despachaban flotas más o menos numerosas. Tampoco la legislación sobre las normas que debían observar los navíos estaba completamente regularizada.

Por ello, todos los implicados en el comercio y la navegación indiana conocían la necesidad que había de tomar medidas encaminadas a mejorar la seguridad de la Carrera de Indias. A mediados del siglo XVI se suscitó un duro debate en torno a un modelo naval que se ajustara a las necesidades de España y de su Imperio.

En este marco encontramos numerosos proyectos y memoriales de los marinos más respetados del momentos, unos ratificando y afianzando el sistema de flotas -Andrea Doria, López de Archuleta y sobre todo Bernardino de Mendoza- y en otros casos, presentando un proyecto alternativo -Álvaro de Bazán "El Viejo"-.

Y sintetizando los hechos diremos que básicamente se produjo la confrontación de dos modelos de navegación, a saber: uno cerrado o monopolístico, en el cual el propio Álvaro de Bazán ostentaría el estanco de la flota, y otro abierto, en el cual cada comerciante podía fletar su propio buque y navegar dentro de la flota.

En relación al primer proyecto, al de Álvaro de Bazán, ya le hemos dedicado un trabajo monográfico y lo resumiremos a continuación en sus partes esenciales.

Álvaro de Bazán era, a mediados del siglo XVI, junto con Andrea Doria y el ya citado Bernardino de Mendoza uno de los marinos más prestigiosos del mundo. De hecho don Ramón Carande lo definía como "uno de los marinos más eminentes de su generación"12. De origen noble -era señor de las villas del Viso y de Santa Cruz- y padre del prestigioso Marqués de Santa Cruz, gran marino al igual que su progenitor, desempeñó distintos puestos de enorme responsabilidad en el sistema naval español, antes y después de la presentación de su malogrado proyecto. Entre 1529 y 1535 desarrolló una labor fundamental en la disuasión de los corsarios berberiscos y turcos en el sur peninsular, como capitán general de la Armada del Reino de Granada13.

Desde 1548 presentó una sucesión de proyectos -hasta cuatro- que preveía un sistema monopolístico de navegación y que supuso una seria alternativa al sistema de flotas que finalmente se legisló desde 1561. Obviamente este proyecto de navegación recibió en su época críticas durísima tanto a nivel institucional -del Consejo de Indias y de la Casa de la Contratación y, sobre todo, del Consulado Sevillano- como a nivel particular por parte de muchos de los náuticos más conocidos de la época. Una lectura superficial de la documentación podría dar la errónea sensación de que el proyecto de Bazán carecía de toda consistencia. Nada más lejos de la realidad, su proyecto fue una concienzuda y seria apuesta por un modelo de navegación monopolística que posiblemente pudo haber sido tan eficaz al menos como el sistema de dos flotas anuales que, como es bien sabido, se impuso definitivamente. El plan de Bazán estuvo a un ápice de prosperar y, de haber ocurrido, hubiese cambiado el sistema naval y comercial de España con las Indias en la época colonial.

En cualquier caso ya hemos dicho que su modelo naval fue retocado en cuatro ocasiones, al percatarse el propio Bazán que

no conseguiría su objetivo. Por ello, en su cuarto y último proyecto terminó proponiendo exclusivamente el apresto por su parte de un grupo de navíos de alto tonelaje que, tres veces al año, conducirían el oro y la plata de las Indias con seguridad14. Aunque, este último asiento fue aceptado por la Corona y se terminó firmando el conocido asiento de 14 de febrero de 1550 la presión de los comerciantes y, en particular, del consulado sevillano, obligó al Rey a incumplir su propio acuerdo, poniendo en entredicho su propia fiabilidad como institución15.

Por su parte, el proyecto de Bernardino de Mendoza, que con algunas modificaciones fue el que finalmente triunfo, lo analizaremos en las páginas siguientes.

 

 

BERNARDINO DE MENDOZA Y SU PROYECTO DE NAVEGACIÓN

Bernardino de Mendoza era un prestigioso hombre de mar que estuvo durante años al servicio de la Corona como capitán general de las galeras de España. Y realmente existía un gran paralelismo entre los Bazán y los Mendoza, pues, ambos linajes fundaron una verdadera dinastía de grandes navegantes. Asimismo, aunque ambos marinos redactaron proyectos para la navegación atlántica, fueron la mayor parte de su vida capitanes generales de armadas de galeras del mediterráneo. Y finalmente, tanto Bazán como Mendoza, fueron también hombres de negocios, pues, eran propietarios de un buen número de galeras con las que solían servir a la Corona, eso sí, previo pago de los alquileres y fletes correspondientes.

Así, pues, Bernardino de Mendoza estuvo al frente de las armadas de galeras al menos desde la década de los treinta. En 1535, tras la derrota de Barbarroja cerca de la Goleta, Carlos V lo dejó como capitán general de las galeras para que así estuviesen permanentemente custodiadas las aguas comprendidas entre Túnez y la costa sur peninsular16. Posteriormente estuvo al frente, durante al menos la década comprendida entre 1547 y 1557, de la Armada Real del Reino de Granada, año este último en el que tomó el relevo en dicho cargo su hijo, el también prestigioso marino don Juan de Mendoza17. El beneficio que obtenía era muy considerable -unos 30.000 ducados anuales-, pues, además de sus honorarios se incluía el alquiler y el pertrecho de varias de las galeras que estaban bajo su mando18. El hecho de que fuese propietario de algunas de las galeras de la Armada Real indica que además de navegante desarrollaba una amplia actividad como negociante. Efectivamente, como indicó Pérez-Mallaína el sencillo hecho de poseer una nave implicaba una inversión previa de miles de ducados, unos riesgos y la necesidad de una amortización19. La Corona con frecuencia contraía importantes deudas con estos potentados personajes, a medio camino entre marineros y comerciantes. Y la deuda contraída por la Corona llegó a ser tan considerable que Bernardino de Mendoza se negó a transportar 150.000 escudos que Carlos V esperaba, hasta que no se le abonara lo que se le debía. Al final, el desafío se solvento favorablemente, pues, Bernardino de Mendoza zarpó después de cerciorarse del envío de un giro por importante de nada menos que 50.000 ducados por parte de la Corona20. También actuó, paralelamente a su cargo de Capitán general de las armadas de galeras, de lugarteniente del Duque de Alba en Nápoles probablemente aprovechando los períodos de calma bélica en el Mediterráneo.

Sea como fuere lo cierto es que su prestigio como hombre de mar fue tal que, a principios de enero de 1554, fue requerido por la Corona para que, en calidad de proveedor general, acudiese a La Coruña para gestionar todo lo relacionado con la armada que se aprestaba para llevar al entonces príncipe Felipe a Inglaterra21.

Y siendo como era uno de los marinos más reputados de su época fue uno de los elegidos por las autoridades españolas para que redactase por escrito un informe sobre el proyecto de Bazán y en definitiva sobre el modelo naval que debía adoptar España para comerciar con sus colonias. Y todo ello muy a pesar de que la mayor parte de su experiencia profesional la había desarrollado en el Mediterráneo, como capitán general de las galeras.

El citado informe, conservado en los repositorios del Archivo Histórico Nacional22, no tiene fecha sin embargo, existen pistas suficientes para datarlo a finales de 1548 o muy a principios de 1649. En ese sentido diremos que el informe se refiere al primer proyecto de Álvaro de Bazán, redactado en la primera mitad de 154823. Teniendo que a principios de 1549 Bazán había confeccionado y presentado ante el Consejo su segundo proyecto, reduciendo el número de galeazas de 20 a 12, todo hace pensar que la respuesta de Bernardino de Mendoza, criticando el primer plan de Bazán, data de la segunda mitad de 1548.

Habida cuenta que el memorial de Bernardino de Mendoza se había elaborado a petición del Consejo de Indias. Nada tiene de particular que en los primeros párrafos se centre en hacer una crítica al sistema monopolístico de Bazán. Y lo hace desde dos frentes: uno, el técnico, desacreditando la galeaza como navío para las travesías atlánticas. Concretamente afirmó que esos navíos no podían "ir de la bolina por ser navíos bajos de bordo ni tener el costado a la mar"24. Asimismo afirma el inconveniente de los remos que suponía una mayor presencia humana y en definitiva una menor capacidad de carga, pues, entre "los marineros, remo, agua y bastimentos se ocuparan 50 de las 200 toneladas que han de tener las galeazas"25. Además señalaba como inconvenientes técnicos los siguientes:

 

Que las velas latinas no sirven para la navegación en Indias porque necesitan muchos marineros para regirlas algunos extranjeros y no conviene que sepan la navegación de Indias, y habiendo borrasca son dificultosas de amainar y es necesario mucha gente y diestra para hacerlo. Y que cuarenta marineros y oficiales no son suficientes para marinear una galeaza...26

 

Pero también consideraba que el proyecto no era viable ni recomendable para la Corona desde el punto de vista financiero. El sistema le parecía realmente ruinoso al decir:

 

La tercia parte del flete que se da a Su Majestad de ciento y cincuenta toneladas que podrá cargar cada galeaza poco más o menos a razón de diez y seis ducados por tonelada, monta ochocientos ducados; el sueldo que a Su Majestad se pide son dos mil ducados por manera que habría de poner de su hacienda mil y doscientos ducados en cada galeaza que en todas será la suma veinte y cuatro mil ducados cada año27.

 

Una vez que Bernardino de Mendoza termina de dar su opinión sobre el proyecto de Bazán, continúa criticando la utilización usual en su época de las armadas de averías. Ya sabemos que el sistema vigente a mediados del siglo XVI era esperar la agrupación de ocho o más buques para navegar más seguros y aprestar armadas guardacostas y de escolta a costa de las averías. En su opinión estas armadas habían supuesto mucho coste en comparación con los resultados obtenidos porque, según decía, siendo tantos como son los dichos navíos dificultosamente se pueden guardar con tres o cuatro o cinco que se suelen armar para su guarda28.

Pero, entonces en qué consistiría el sistema de navegación de Bernardino de Mendoza. Pues, bien, se sustentaba en dos pilares básicos, a saber:

Primero, la navegación en flota, único sistema considerado viable por este marino. Obviamente, este modelo de navegación no lo inventó Bernardino de Mendoza, pues, por un lado, se había venido utilizando desde la década de los veinte, y por el otro, había sido regulada ya para situaciones excepcionales en una disposición real de 154329. En estas ordenanzas de 1543 se dispuso ya que, en años de guerra, fuesen dos flotas de diez navíos protegidos por un buque de guerra. Probablemente, Bernardino de Mendoza conocía esta disposición de 1543, limitándose en su propuesta de 1548 a ratificarla, ampliarla y modificarla en algunos aspectos.

Según él, todos los barcos que tomaran parte en la Carrera de Indias lo debían hacer en el seno de una de las tres flotas que anualmente partirían de la Península. Dado el interés del texto lo reproducimos a continuación:

Ha se de dar orden que todos los navíos que hubieren de ir a Indias partan en sus flotas todos juntos, la una por enero y la otra por mayo y la otra por septiembre y que ningún navío vaya solo sino fuere por especial orden y mandamiento de Su Majestad30.

 

Por tanto, planteaba el sistema de la triple flota anual con la obligación de que todos los navíos que tomaran parte en la Carrera de Indias navegasen siempre en conserva en alguna de ellas. En cada una de las tres flotas anuales debía ir una nave por capitana, regida por una persona de hábil y de experiencia probada para que recoja y lleve juntas las dichas naves hasta a donde se han de partir para seguir sus derrotas31.

Al regreso, especialmente si había guerra con Francia o noticia de la presencia de corsarios, la capitana se debía dirigir al puerto de La Habana a esperar al resto de los navíos de la flota. Una vez arribados todos los buques de la flota se retornaría a España en conserva con las garantías suficientes para arribar sin dificultad al puerto de Sevilla. También en este aspecto el proyecto de Bernardino de Mendoza se anticipó a la disposición del 18 de octubre de 1564 cuando se señaló, efectivamente, este puerto cubano como el punto al que debían confluir los navíos de la flota antes de emprender su viaje de regreso a la Península Ibérica32.

Su informe no ofrece muchos más detalles sobre el número de navíos que integrarían cada flota, los buques de escolta o las derrotas exactas que debían seguir. Sin embargo, habida cuenta su temprana fecha de 1549, creemos que es la primera vez que se diseñaba un modelo de navegación en flotas, muy cercano ya al sistema definitivo que se adoptará, como es de sobra conocido, en 1561 y 1564.

Y segundo, para Bernardino de Mendoza la mejor formula para conseguir una navegación segura frente a los corsarios era que cada uno de los buques que se incorporasen a la navegación indiana estuviese en buenas condiciones, bien pertrechado, fuertemente armado y con la tripulación adecuada. Tampoco esta idea era totalmente novedosa, pues, era una vieja reivindicación de las autoridades españolas. De hecho, ya en una Real Cédula, fechada el 20 de julio de 1521, se pedía que los oficiales velasen por que los buques no fuesen sobrecargados de mercancías ya que de esa forma no podían pelear ni bien navegar33. Y Bernardino de Mendoza, abundando en esta cuestión, afirmaba que las galeazas, yendo sobrecargadas, no es de creer que buscarán ni toparán corsario, ni pueden torcer su camino sino fuere con gran daño...34

Pero también era cierto que muchos de los navíos utilizados en la Carrera de Indias no reunían las condiciones en cuanto a pertrechos y tonelajes para dicha travesía:

 

Mucha parte de los navíos que ahora van a Indias son flacos y mal acondicionados de manera que a la ida y vuelta corre mucho riesgo la mercaduría que se lleva y el oro y plata que se trae lo cual cesaría si fuesen examinados los dichos navíos y no admitidos al trato sino aquellos que fuesen fuertes y bien acondicionados para sufrir el artillería que se les ha de poner y hacer el viaje35.

 

Por tanto, los navíos debían ser revisados concienzudamente por los oficiales de la Casa de la Contratación que debían autorizarlo expresamente para partir en la flota. Y también esta idea tenía precedentes, pues, en 1535 se dispuso que ningún navío viejo pueda ir a las Indias sin ser primero varados...36. Sin embargo, unos meses después algunos maestres escribieron al Rey suplicando la supresión de la Real Provisión de 1535, alegando que en Sevilla no había varadero37. La realidad era un poco más compleja porque el problema era que en Sevilla los buques escaseaban, y con frecuencia los comerciantes debían recurrir a los navíos que hubiese disponibles, estuviesen o no en buen estado.

Pero Bernardino de Mendoza afirmaba que, además de velar por el buen estado de los navíos y por que no estuviesen sobrecargados, se debían artillar con sumo cuidado. Y lo cierto, es que eso no era nada fácil por la escasez de piezas de artillería y su alto coste. Y no en vano, según cálculos del propio Bernardino de Mendoza, para artillar bien a los navíos de la Carrera de Indias hacían falta nada menos que unos 9.000 quintales de cañonería. Al parecer 1.000 estaban ya encargados por la Casa de la Contratación, sin embargo, según el autor del memorial, debían hacerse cargo de conseguir unos 2.000 quintales más. Los 6.000 quintales restantes los debían poner quienes más beneficios obtenían del comercio indiano y quienes más interés tenían en la seguridad de los navíos, es decir, los comerciantes, a través del Consulado de Sevilla. Estas piezas de artillería se prestarían a los navíos de la Carrera, vigilando siempre su adecuada colocación en cada navío, sin consentir ningún tipo de embarazo en la misma. Al regreso de la travesía los maestres debían devolver la artillería y abonar aquellas piezas que hubiesen perdido, salvo que la dicha pieza se reventase peleando con algún corsario...38 De esta forma los barcos de la Carrera de Indias no temerían a los corsarios aunque esté cualquiera de ellas sola a otra nave de corsarios39.

En cualquier caso la cuestión de la artillería había sido y fue durante muchas décadas uno de los principales problemas que aquejó a la navegación de las Indias. Y el problema era doble, a saber: por un lado, las piezas eran, como ya hemos afirmado, muy caras y además solía haber gran carestía de ellas40, lo que hizo que los maestres y armadores agudizaran el ingenio para sortear las visitas de los oficiales de la Casa de la Contratación.

Y por el otro, los navíos solían ir demasiado sobrecargados como para poderlas emplear. Y en este sentido, ya en las ordenanzas de navegación de 1534 se insistió especialmente en que no hubiese mercaderías en la cubierta de los navíos ya que entorpecían el uso de la artillería41. Posteriormente, y por poner un ejemplo representativo, en un memorial sobre la reformación de la Carrera de Indias, redactado por Juan Melgarejo y fechado el 13 de diciembre de 1568, se decía en este sentido lo siguiente:

Que las naos por ir sobrecargadas y avaluadas no se pueden tocar especialmente las piezas gruesas que van sobre la cubierta debajo del puente porque como van cargadas demasiadamente la puerta por donde ha de salir la pieza para jugar va debajo del agua y los lombarderos, dado caso que la puerta se pudiese abrir, que no puede por razón de las mercaderías que van en la cubierta, ni la pieza tiene lozel ni los lombarderos pueden andar ni llegar al lugar de la pieza por la misma razón de ir la nao sobrecargada...42.

 

Siguiendo con las ideas de Bernardino de Mendoza, éste intuía que si se examinaban con empeño y se prohibía partir para las Indias a los navíos menos adecuados los propios patrones y mercaderes querrán deshacerse de tanta ruina y adquirirán buques buenos y acordes con las ordenanzas43.

Por tanto, el sistema de navegación propuesto por Bernardino de Mendoza parecía sencillo y a la paz eficaz. La seguridad en la navegación iría ligada a la navegación en flota y al adecuado carenado, tonelaje, pertrecho y armamento de cada uno de los buques que tomasen parte en la Carrera de Indias. Y obviamente, la medida no parecía ninguna nimiedad, pues, como decía el propio Bernardino, los comerciantes aseguraban sus navíos más por el peligro del mar que por los corsarios44.

Es más, Bernardino de Mendoza llega a decir incluso que la utilización de barcos bien pertrechados y armados sería un elemento disuasorio para los corsarios que en adelante no se atreverían ya a hacer armadas contra los españoles:

 

Como esta visto y entendido ningún príncipe ni potencia del mundo es tan poderoso en la mar de navíos mancos como Su Majestad y, por esto, está claro que ninguno emprenderá hacer armada gruesa contra las naves que van a Indias, así por esto como por las grandes dificultades que hay en poderlas sostener en aquellos mares... Y, siendo los navíos de la calidad dicha, ningún corsario, ni otra armada, podría hacerles daño ni perjuicio por el mucho número de artillería que llevaran y buena gente...45.

 

Esta idea de observar meticulosamente el buen estado de los buques y su tonelaje adecuado para la travesía fueron aspectos que desde luego asumió la Corona, la cual insistió continuamente por que se respetasen. De hecho, en 1565 y 1566 se dispuso que al menos la capitana y la almirante fuesen de más de 300 toneladas y que llevasen un mínimo de 12 cañones, 24 piezas menores, un pasaje de 200 personas, entre marineros y soldados, y, finalmente, que estuviesen libres de mercancías que impidieran su defensa46. También debían estar tripuladas por marineros con experiencia, haciéndose eco de una vieja y reiterada denuncia de las autoridades españolas en torno al hecho de que muchas personas se enrolaban como marineros en los buques de la Carrera sin ser hábiles para el dicho oficio...47.

 

VALORACIÓN DE SU PROYECTO DE NAVEGACIÓN

El interés de la propuesta de Bernardino de Mendoza radica en el hecho de que por primera vez se planteaba extensamente un modelo de navegación en flota que recogía en sus puntos esenciales muchas de las propuestas que se habían venido planteando desde principios del siglo XVI. Un sistema que, a juzgar por lo dispuesto en 1561, debió tener un peso muy importante en la configuración final del modelo naval español.

Obviamente, la utilización de flotas en la navegación indiana no era, ni muchísimo menos, una idea nueva. La navegación en "conserva" se había venido utilizando desde 152248, e incluso, en 1543, se había legislado que mientras durase la guerra, saliesen dos flotas con un mínimo de diez navíos, una en marzo y otra en septiembre49. Sin embargo, el sistema de flotas siguió reservado exclusivamente para situaciones excepcionales, de guerra o de presencia de corsarios y además poseía siempre un carácter muy espontáneo. De hecho, según Antúnez y Acevedo, las ordenanzas de 1543 y de 1554 tan solo hacían alusión a la ocurrencia casual de un número determinado de buques mercantes, que salgan unidos y naveguen juntos a arbitrio de los capitanes de cada uno, y sin subordinación de todos a uno, ni formar cuerpo y armada o escuadra50.

A nuestro juicio, el proyecto de Bernardino de Mendoza contiene algunas novedades importantes: uno, por primera vez se reguló con detalle un sistema naval que hasta la fecha había tenido un sentido más o menos espontáneo. Este modelo, diseñado por Bernardino de Mendoza fue adoptado doce años después por las autoridades españoles con muy pequeñas modificaciones, teniendo una vigencia de más de tres siglos. Fue precisamente el plan defendido por Bernardino de Mendoza el que terminó triunfando en detrimento de otros proyectos como los de Álvaro de Bazán o Andrea Doria. Ese triunfo quedó ratificado en 1561 cuando se prohibió, como ya hemos afirmado, toda navegación al margen de las flotas que, finalmente serían dos y no tres como propuso Bernardino de Mendoza51.

Y dos, por primera vez se planteaba el sistema de flotas no ligado a las coyunturas bélicas sino como único modelo para la navegación indiana. En adelante, y salvo excepciones muy puntuales, no se consentirá el registro suelto. Y las leyes en este sentido fueron en lo sucesivo tajantes, pues, en 1572 y en 1573 se prohibió que ningún navío abandonase la conserva por una banda ni por otra, a distancia que no pueda ser socorrido o deje de oír la artillería, y ver las señales que hicieren la capitana o almiranta con velas, banderas o faroles52.

Por otro lado, la idea de seleccionar bien los navíos, velando que tuviesen suficiente tonelaje y que estuviesen en buen estado y con la artillería adecuada era una vieja aspiración de las autoridades de la Carrera de Indias, pese a la actitud de muchos comerciantes que, utilizaban la picaresca y la prevaricación, para evitar artillar sus navíos y para llevarlos sobrecargados de mercancías. Pero, aun así, la propuesta de Bernardino de Mendoza era más que acertada. Y de hecho la Corona no tardó en tomar medidas al respecto, pues, el 13 de febrero de 1552 se expidieron unas ordenanzas de navegación, estableciendo el porte mínimo de los navíos de la Carrera en 100 toneladas y señalando meticulosamente la tripulación que cada buque debía llevar en relación a ese tonelaje53. Concretamente se especificaba que los navíos de entre 100 y 170 toneladas debían llevar un maestre, un piloto, dieciocho marineros, dos lombarderos, ocho grumetes y dos pajes. Asimismo, estarían armados con seis piezas gruesas de artillería, un falconete, un sacre y doce versos. Por su parte, los de 250 toneladas debían estar tripulados por treinta y cinco marineros, seis lombarderos, quince grumetes y cinco pajes, siendo su artillería dos sacres, diez lombardas, una culebrina, un falconete y veinticuatro versos54. Finalmente, se especificaba que de momento, y dependiendo de la diversidad de los tiempos, todas las naves que se incorporasen a la Carrera de Indias lo hiciesen integradas en flotas55.

Y en los años sucesivos se mantuvo la idea de que cada navío llevase su propia artillería hasta el punto que en 1565 se dispuso que un pequeño buque de guerra fuera suficiente para la protección de cada flota56. También se controlará el adecuado tonelaje de los navíos, hasta el punto que por Real Cédula del 11 de marzo de 1587 se llegó a prohibir que las naves de la flota fuesen de menos de 300 toneladas y que llevasen una capitana una almiranta bien artillada y con 300 hombres de guerra57.

En definitiva el proyecto de navegación de Bernardino de Mendoza era muy sencillo pero a la vez extremadamente práctico y eficaz hasta el punto que debió influir decisivamente en el diseño final del modelo de navegación de España con las Indias.

1 VEITIA LINAJE, José: Norte de la Contratación de las Indias Occidentales. Madrid, 1981, Lib. II, Cap. VI, pág. 2. Véase también GARCÍA-BAQUERO GONZÁLEZ, Antonio: La Carrera de Indias: suma de la contratación y océano de negocios. Sevilla, Algaida Editores, 1992, pág. 90. El documento original se encuentra en AGI, Indiferente General 1966, ff. 35v-37v.

2    Real Cédula dada en Aranjuez, el 18 de octubre de 1564. ENCINA, Diego de: Cedulario indiano. Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1945, T. IV, pp. 127-130. También en HARING, Clarence H.: Comercio y navegación entre España y las Indias. México, Fondo de Cultura Económica, 1979, págs. 258-259, y en GARCÍA-BAQUERO: Op. Cit., pág. 90.

3    ENCINA: Op. Cit., T. IV, págs. 127-130.

4    Al respecto puede verse mi trabajo: "La navegación entre España y América en la primera mitad del siglo XVI: algunas reflexiones", Revista de Historia Naval, Nº 62. Madrid, 1998, págs. 71-72. No obstante, algunos utilizaron este resquicio legal para comerciar al margen de las flotas. Todavía en 1573 el Rey envió sendas reales cédulas a los oidores del reino de Galicia y de Asturias y Vizcaya para que evitasen que los mercaderes de esas regiones, utilizando la habilitación de 1529, comerciaran con las Indias al margen de las flotas. ENCINAS: Op. Cit., T. IV, págs. 235-237.

5    Memorial de don Álvaro de Bazán, h. 1550. AGS, Consejo y Juntas de Hacienda 20-17. Citado en MIRA CABALLOS, Esteban: "Controversias sobre el sistema naval con América a mediados del siglo XVI: los proyectos de Álvaro de Bazán", Iberoamericana, Nº 7. Berlín, 2002, pág. 42.

6    MIRA CABALLOS, Esteban: La Armada Guardacostas de Andalucía y la defensa de la Carrera de Indias (1521-1550). Sevilla, Muñoz Moya Editor, 1998, págs. 48-49.

7    MIRA CABALLOS, Esteban: "El sistema naval con América en tiempos de Carlos V: la Armada del Caribe", El Emperador Carlos y su tiempo. Sevilla, Cátedra General Castaño, 2000, págs. 561-562.

8    CABALLERO JUÁREZ, José Antonio: El régimen jurídico de las armadas de la Carrera de Indias, siglos XVI y XVII. México, U.N.A.M., 1997, págs. 39-40.

9    MIRA CABALLOS: La Armada Guardacostas de Andalucía..., pág. 77.

10    Cartas del Marqués de Cortes y de Miguel de Lerma sobre los daños ocasionados por franceses e ingleses, 1550. AGS, Guerra y Marina 1321, N. 5.

11    Sirva de ejemplo el extenso memorial para la reformación de la Carrera de Indias que presentó Juan Melgarejo ante la Casa de la Contratación en 1568. AGI, Indiferente General 2673.

12    CARANDE, Ramón: Carlos V y sus banqueros, T. I. Barcelona, Editorial Crítica, 1990, pág. 395.

13    MIRA CABALLOS, Esteban: "La Armada del Reino de Granada (1492-1550): apuntes para su historia", Revista de Historia Naval, Nº 68. Madrid, 2000, págs. 49-50.

14    MIRA CABALLOS: Controversias sobre el sistema naval..., pág. 50.

15    IBÍDEM, pág. 56.

16    CARANDE: Op. Cit., T. III, pág. 176-177.

17    CARANDE: Op. Cit., T. I, pág. 408 y T. II, pág. 109. MIRA CABALLOS: La Armada del Reino de Granada..., pág. 50.

18    Precisamente en 1547 se le descargaron 10 o 12.000 ducados "en cuenta de los 30.000 ducados que ha de haber en dicho año con las galeras...". CARANDE: Op. Cit., T. II, pág. 109.

19    Algunos de ellos, y teniendo en cuenta que los adeudos de la Corona tardaban en llegar, se lucraron personalmente a costa de la hacienda pública. PÉREZ-MALLAÍNA BUENO, Pablo Emilio: Los hombres del océano. Vida cotidiana de los tripulantes de las flotas de Indias. Siglo XVI. Sevilla, Diputación Provincial, 1992, pág. 101.

20    CARANDE: Op. Cit., T. III, pág. 319.

21    Real Cédula a Bernardino de Mendoza, primero de enero de 1554. AGS, Guerra y Marina 1320, N. 106.

22    Informe del señor don Bernardino de Mendoza, s/f. A.H.N., Diversos, doc. de Indias 93. En adelante lo citaremos como Informe de don Bernardino de Mendoza.

23    Como es sabido Álvaro de Bazán desarrollo cuatro proyectos de forma consecutiva, a saber: el primero, a principios de 1548, que preveía 20 galeazas. El segundo, fechado a principios de 1549, reducía el número de galeazas a 12. El tercero, redactado en septiembre de 1549, en el que sustituyó las 12 galeazas por 12 galeones. Y el cuarto y último, diseñado el 7 de octubre de 1549, en el que fijó el número de navíos en seis galeones -tres de invención nueva y otros tres ordinarios- y tres galeazas. MIRA CABALLOS: Controversias sobre el sistema naval con América..., págs. 46-48.

24    Informe de Bernardino de Mendoza.

25    IBÍDEM.

26    IBÍDEM.

27    IBÍDEM.

28    IBÍDEM.

29    Real Cédula a los oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla, Valladolid, 23 de octubre de 1543. AGI, Indiferente General 1963, L. 8, fols. 275r-277v.

30    IBÍDEM.

31    IBÍDEM.

32    HARING: Op. Cit., pág. 259.

33    MIRA CABALLOS, Esteban: "La Armada de la Guarda de las Costas de Andalucía (1521-1525)", Andalucía y América. Córdoba, 1994, pág. 82.

34    Informe de don Bernardino de Mendoza.

35    IBÍDEM.

36    Suplicatoria de los maestres Pedro Rodríguez y Pedro Agustín, Sevilla, 22 de abril de 1535. AGI, Indiferente General 2673.

37    IBÍDEM.

38    Informe de don Bernardino de Mendoza.

39    IBÍDEM.

40    De hecho, en 1532, los oficiales de la Casa de la Contratación informaban a Su Majestad de la necesidad de que los buques se vendieran con artillería "porque nadie querrá comprarlos para traerlo desarmado y en toda esta tierra no hallarán artillería para él...". Carta de los oficiales de la Casa de la Contratación a Su Majestad, Sevilla, 11 de junio de 1532. AGI, Indiferente General 1092, N. 41.

41    Ordenanzas de navegación, Palencia, 28 de septiembre de 1534. AGI, Indiferente General 1961, L. 3, fols. 164v-168r.

42    Memorial de Juan Melgarejo sobre la reformación de la Carrera de Indias, Sevilla, 13 de diciembre de 1568. AGI, Indiferente General 2673.

43    Informe de don Bernardino de Mendoza.

44    IBÍDEM.

45    IBÍDEM.

46    HARING: Ob. Cit., pág. 261.

47    Real Cédula a los oficiales de la Casa de la Contratación, Madrid, 2 de julio de 1535. AGI, Indiferente General 1961, L. 3, fols. 294r-295v.

48    MIRA CABALLOS: La navegación entre España y América..., pág. 69.

49    Real Cédula a los oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla, Valladolid, 23 de octubre de 1543. AGI, Indiferente General 1963, L. 8, fols. 275-277v.

50    Citado en GARCÍA-BAQUERO: Op. Cit., págs. 89-90.

51    El modelo fue retocado en 1564, retrasándose la partida de la primera flota de enero a abril. Véase, por ejemplo, la obra de HARING: Op. Cit., págs. 258-259.

52    GARCÍA-BAQUERO: Op. Cit., pág. 92.

53    Ordenanzas de la navegación indiana, Madrid, 13 de febrero de 1552. ENCINAS: Op. Cit., T. IV, págs. 127-130.

54    IBÍDEM.

55    IBÍDEM.

56    Concretamente la disposición regia decía como sigue: vi vuestra carta en la que me respondíais a una Real Cédula que os mande para que platicarais sobre los navíos de guerra que habían de ir en cada flota y si debían ir treinta soldados en cada navío de treinta toneladas. Y ahora me decís que, reunidos el consulado, lo que conviene es que con cada flota vaya un solo navío de armada de treinta toneladas con ocho piezas de artillería de bronce y otras cuatro de hierro y dos docenas de versos de bronce y de hierro y el general con ciento y veinte hombres de mar y guerra con bastimentos y municiones necesarias y que no lleven ningún género de mercaderías... ENCINAS: Op. Cit., T. IV, págs. 141-142.

57    IBÍDEM: T. IV, fol. 148.

ESTEBAN MIRA CABALLOS (artículo publicado en la Revista de Historia Naval)